Tenía Amparo Rivelles las ideas muy claras. Y una voz que acariciaba. Con su cine hacía soñar, mientras ella jamás despegó los pies del suelo. Nunca fue víctima. Tampoco se consideró diva. El mejor consejo se lo dio su madre: vive la vida en cada momento y según la edad, «que no me pasara el tiempo de jovencita queriendo ser mayor, y que de mayor no me lo pasara queriendo ser jovencita».

Nati Mistral, otra grande que volaba libre, la conoció en los años 50 en la piscina del hotel, «Amparo se bañaba con Carlos, su hermano, y yo extasiada porque tenía ante mí a la hija de María Fernanda Ladrón de Guevara…». «Recuerdo en una representación a dos espectadoras —seguía Mistral— en la primera fila, la encuentro tan guapa a doña Fernanda, es tan guapa…» y la otra, «es guapa porque se pinta, mira cómo va de maquillada», hasta que doña Fernanda ya no pudo más y parando la función les soltó, «¿y por qué no te pintas tú también, guapa?». Esta fue una de las tantas anécdotas que se recordaron en el homenaje que brindaron a Amparo Rivelles, Fernando Méndez-Leite y Carmen Caffarel en el Instituto Cervantes. Reunieron a lo mejor de nuestro cine, «desde la siempre cáustica María Dolores Pradera, la exaltación castiza de Nati Mistral, Espert y Julia Gutiérrez Caba, siempre exquisita. Además, un entusiasmado Pedro Olea, la tierna Lina Morgan y el clan Larrañaga, entre muchos más», relataba Jesús Mariñas.

La volcánica Amparo Rivelles

Era inevitable comenzar este texto con su madre porque Amparo gozó de la elegancia escénica, el carácter y fina ironía heredada de María Fernanda Ladrón de Guevara. Amparo Rivelles fue una actriz de mucha categoría, firme, llena de recursos, considerada la gran dama de la escena nacional, que supo mantener su categoría de gran estrella, incluso en aquellos momentos en que su nombre no estaba ya en la cumbre. En el ambiente teatral se decía que todos los guiones, en los años 40, pasaban por las manos de Amparo Rivelles y sólo cuando ella los rechazaba se los ofrecían a otras actrices. Su nombre era el mejor reclamo para llenar los cines, «el rostro más bonito del cine español», difundía Cifesa.

Hace nueve años, el 7 de noviembre de 2013, que murió Amparo Rivelles. José Luis Garci emitió en Classics El clavo. No había cumplido aún los 20 años y, «hacía un papel impresionante. La volcánica Amparito Rivelles, un prodigio de belleza, inteligencia, secretos y sensualidad», decía Torres Dulce. Hija de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, comienza ahí una saga importante de los escenarios españoles: hermana por parte de madre de Carlos Larrañaga y tía de Amparo Larrañaga y Luis Merlo.

Llegó al cine muy niña con Mari Juana y con 17 años alcanzó su consagración con Malvaloca, de Marquina. Coincide por primera vez con Alfredo Mayo, la gran figura del cine de la época, con el que formaría pareja y rodaría filmes como Un caballero famoso o Deliciosamente tontos. El público enloquecía cuando los veía trasladar su amor de la pantalla a la vida real. Después llegaron los grandes papeles: Eloísa está debajo de un almendro, El clavo, La fe, La calle sin sol, Fuenteovejuna y La duquesa de Benamejí.

Pionera

Una se encuentra siempre con la paradoja de hacer agradable el momento de aprender, «yo odiaba el colegio, sentía que me privaba de mi libertad», recordaba Rivelles. Empezó a trabajar casi para salir de noche. Le encantaban los teatros, observar, y trabajar allí se lo facilitaba. Mientras su madre representaba Nuestra Natacha en Barcelona, con 11 años se colaba una y otra vez, hasta que María Fernanda se hartó y llegó uno de los momentos cumbre entre madre e hija. Ante los espectadores: «¿Niña, cómo te llamas?», y un hilo de voz se escuchó: «Amparito Rivelles», entre risas del público. Ya no volvió a salir más. María Fernanda jamás dudó en indicarle con vehemencia que el teatro no era un juego, «o sales y lo dices bien o te callas».

Todo un carácter independiente, nada que ver con la imagen de la mujer española que se tenía por entonces. Desde la tremenda clase que tuvo se saltó todos los tópicos. Fue madre soltera. Nunca reveló el nombre del padre. «Decidí tener a mi hija y la tuve». Nada de la charlatanería de hoy, «para mí no eran problemas, era tener una vida por delante. Trabajo. Éxito. Dinero. El mundo por montera, ¿cómo llamar a eso problemas?». Sin presiones ni criticas de nadie. No era tan puritana la sociedad como se piensa, «lo que pasa es que no se publicaba tanto en las revistas del corazón. Nunca me gustó ese mercado de la intimidad. Dejan de ser de uno las cosas cuando pasan a ser de dominio público». María Dolores Pradera da fe de esta personalidad cuando en México unos periodistas le preguntaron, «¿usted, señora Rivelles, qué opina del sexo?», y ella, «¿del sexo de quién, rico mío?». Porque la mujer, es verdad, siempre ha estado juzgada, «pero no he sentido ese feminismo de tener que estar defendiéndote siempre de los hombres. La suerte depende uno de uno. Me busqué una vida en la que podía depender de mí y de mi trabajo».

La gente imantaba cuando salía a escena. Fue la primera actriz que ganó un premio Goya en su primera edición. Siempre destacaron su eficacia. Méndez-Leite no olvida que rodando La Regenta ella aceleró el rodaje, «la película tomó velocidad cuando entró ella a rodar. Cada plano era grandeza. Se entendió de maravilla con Carmelo Gómez». Cuando vuelve a España —marchó para seis semanas a México y estuvo 24 años, «soy muy distraída, no me di cuenta», decía con humor— su prestigio estaba intacto: «Su presencia en el escenario para el estreno de Salvar a los delfines, de Santiago Moncada, es siempre la de una excelente actriz, no sólo con la solvencia legendaria, sino actual, vigente», escribió Haro Tecglen. En televisión rueda Los gozos y las sombras. Ese premio Goya fue por su labor en la adaptación cinematográfica de la serie con José Luis García Sánchez. Y seguía conservando el ingenio y ese humor único que te descolocaba. Pura genética. Luis Merlo afirmaba que era uno de sus sentidos más desarrollado, «recuerdo estando en México que se lamentaba por teléfono con mi abuela por no poder venir a verla: «Mamá, no puedo ir a verte porque trabajo mucho, mucho, mucho» y la madre le contestaba, «y yo no puedo ir porque no trabajo nada, nada, nada».

Cuando se bajaba el telón

Tenía claro que a los actores no se les debía ver en todas partes y a todas horas, «hay que guardar algo de magia. Nada de estar siempre en cócteles». En una entrevista lamentaba Concha Velasco que el teatro ya no era como antes: «Mis hijos se han criado en los camerinos, pasábamos la vida aquí. Ahora termina la función, apagan las luces y te tienes que ir corriendo». Antes se reunían tras las funciones coincidiendo con otras compañías y se comentaban el día, «pues hoy hemos tenido un público horrible, no se reía con nada». «Ahora no hay esa camaradería, los del Alcázar con los del Marquina no se juntan para criticar a los del Lope de Vega…». Porque irse a dormir era la idea más triste del mundo. Amparo fue absoluta modernidad, la prolongación de Bocaccio y de Oliver era su camerino.

Se despidió del teatro y de su público con La duda. Nunca quiso morir con las botas puestas, «qué espectáculo más desagradable para la gente. Es una ordinariez morirse en público», afirmaba. Quiso despedirse con este título y en Santander porque fue la última obra que representó su padre. «Sólo pudo trabajar cuatro días. Antes de la segunda representación me pidió que no me fuera del teatro —recuerda el productor, Seoane— «porque no sé si voy a poder terminarla», me dijo, «nunca he dejado una representación a medias, pero me encuentro muy mal».

«Señores, esta noche han visto por última vez en el teatro a Amparo Rivelles», fue su adiós en escena ante un público sobrecogido que rompió en aplausos.

Tuvo el cariño de la gente, su respeto y una profesión a la que quiso. Hizo lo que creyó que debía hacer y trató de vivir como quiso.

Nieves B. Jiménez
Seré los ojos de todo lo que ocurra en Cultura. Una ventanita abierta a la belleza, a proyectos bonitos de gente interesante, tareas anotadas en mi agenda, manías (casi) inconfesables, debilidades... Tal vez me has visto en Frontera D. Jot Down. Vanity Fair. Diario La Verdad (Vocento)... ¡Y premio SIMTAC 2019 al mejor reportaje de prensa!