La actualidad de la que nos informan los telediarios no refleja aquel mundo paralelo que son las redes sociales, las cuales también alimentan sus propias polémicas para así conformar su noticiario del día a día. Entre la amalgama de vaivenes de tuits, post, tiktoks y publicaciones destaca la controversia que Libertad Digital ha creado al sesgar una entrevista realizada a uno de los líderes más destacados de Vox, Jorge Buxadé. Así pues, se ha extendido de manera torticera y partidista la falsa creencia de que el político en cuestión, al ser nacionalista, aborrece las M de los McDonald’s que tan cotidianos son en nuestro día a día para, en detrimento de la franquicia norteamericana, poder disfrutar de más comercios locales. Ignorando la intencionalidad del mensaje que el representante quisiera lanzar, en Twitter ha nacido la polémica clásica de por qué preferir lo local frente a la multinacional si realmente la gran firma es más competitiva, satisface más a los consumidores e incluso utiliza producto local y da empleo.
Lejos de perder el tiempo sobre la cuestión, es especialmente relevante traer a colación el ODS 1 que, respetablemente, se propone acabar con la pobreza. Además, el ODS 10 nos propone reducir las desigualdades. Sin embargo, para que esto sea posible no debe quedarse en una «no acción declarativa» que lleve a la nada. Para reducir tanto la pobreza como las desigualdades sociales hay que velar por la clase media dotándoles de medidas que incentiven su prosperidad. Y algo fundamental para que esto sea posible es cuidar de la pequeña y mediana empresa nacional, ya que ésta es la que tiene capacidad para generar riqueza distributiva que reduzca los escalones sociales, así como que saque de la pobreza a quien la padezca.
Lo anteriormente expuesto conecta con la polémica nacida a raíz de la entrevista y su sesgo en cuanto que hay quienes defienden la existencia y perpetuación del fenómeno franquiciador y no lo ven incompatible con el patriotismo en tanto que estas franquicias empleen a trabajadores y recursos nacionales. Sin embargo, se yerra en un concepto más importante y es el de la riqueza neta generada. Para que un país pueda disminuir sus dolencias sociales como pueda ser tanto la desigualdad como la pobreza, dicho país debe ser capaz de crear riqueza neta. Ésta es la que generan las empresas por el normal funcionamiento de su actividad durante un ejercicio económico y la mejor forma de ver si una empresa genera o no riqueza es analizar si la empresa está dando beneficios, si está siendo rentable. Esto se puede ver explícitamente en las cuentas anuales de la compañía o bien se puede encontrar en noticias y eventos como son el reparto de dividendos.
Asimetría competitiva
Llegados al concepto del dividendo es más fácil poder saber qué nación genera riqueza y cuál no. Una cosa es que una empresa dé trabajo a nacionales y use producto local y otra cosa es que la rentabilidad que saque de esos recursos se quede en el ámbito nacional o bien migre a las manos del accionista. Y ahí está la cuestión. Por ejemplo, JP Morgan podrá recurrir a contratar empleados en España y estos ser retribuidos, suponiendo un coste para la empresa. Sin embargo, cuando llegue el reparto del dividendo, ¿a quiénes irán principalmente las rentabilidades generadas? ¿A accionistas locales que aumenten la riqueza de España o bien se irán a sus dueños —quienes sean— foráneos, sacando esos capitales del país? Si los dueños son inversores estadounidenses el dinero irá a los Estados Unidos, por ejemplo. Si el dueño de McDonald’s fuera español, el beneficio que saque de la franquicia iría a España al ser un integrante más del consumo, ahorro e inversión del país. Es decir, sería más fácil que el hipotético dueño español gastase su renta en el mercado nacional y ello redundaría en beneficio del vecino.
Por ello, a la hora de tener que elegir entre un pequeño negocio local y la multinacional franquiciadora, es más beneficioso apostar por lo local ya que, inevitablemente, el pequeño y mediano empresario local distribuirá su renta generada entre los mercados locales, enriqueciendo inexorablemente a sus vecinos, favoreciendo el proceso distributivo de la riqueza a la par que combate tanto la pobreza como la desigualdad existente. Sin embargo, el pequeño empresario no dispone de la fuerza que tiene una empresa multinacional a la hora de alcanzar economías de escala que abaraten el producto ofrecido. Y por esta asimetría competitiva, la franquicia de turno podrá más fácilmente imponerse y borrar a su competidor, el pequeño productor local. Y este proceso lleva aparejado el flujo de los ahorros locales a las manos foráneas en forma de rentabilidad empresarial. Es decir, descuidar el tejido empresarial nacional conlleva la progresiva descapitalización de este, y un país sin recursos es un país pobre donde reinan cuatro caciques adinerados.
Lo que dice Buxadé en su entrevista no es ninguna majadería nacionalista. El problema que subyace refleja la realidad que vivimos en España: la progresiva e implacable destrucción del tejido empresarial nacional a la par que cada vez el empleo depende más de capitales extranjeros. España está dejando de ser de los españoles, o eso podríamos concluir si acudimos a los postulados liberticidas de los partidos políticos que desde la derecha coquetean con la Agenda 2030, como es el caso del Partido Popular.
Dos años de destrucción de pymes
Las medidas sanitarias adoptadas para paliar los efectos del coronavirus en marzo de 2020 se tradujeron en la destrucción de 207.000 pymes y el negocio de 323.000 autónomos. Éstas, a diferencias de las multinacionales, no tienen ni la capacidad financiera ni disponen de los avales suficientes para garantizar su viabilidad ante un parón prolongado de actividad. El resultado fue que, tras las medidas adoptadas por el Gobierno de España, el empleo se desplomó en más de 600.000 empleados (sin considerar los ERTE) y decenas de miles de pequeños negocios cerraron para nunca más volver a abrir. Sin embargo, ¿cuántas multinacionales han quebrado como consecuencia de estas medidas? Vemos que las asimetrías existentes en el mercado condenan a unos y favorecen a otros. Y la consecuencia de esta condena es un aumento tanto de la precariedad como de la desigualdad. Tras este periodo de restricciones, la desigualdad aumentó hasta 32,1 puntos del índice de Gini y la pobreza se disparó en España hasta un 23%. La solución no pasa por ser un país franquiciado en el que la riqueza generada no se redistribuya, sino que vaya a parar a unas pocas manos. Sin embargo, pedirle al Estado que cuide del ciudadano resulta realmente cómico cuando se nos suben los impuestos mientras crece la inflación y ésta se traduce en los precios finales que recibe el consumidor, por no hablar de la factura de la luz. La consecuencia que tenemos es que, como se dice popularmente, «los ricos son más ricos y los pobres, más pobres».
Precisamente porque queremos acabar con la pobreza en España, queremos impulsar al empresario local. Precisamente porque queremos reducir las desigualdades injustas entre conciudadanos, queremos cuidar la prosperidad de nuestros compatriotas. No se trata de prohibir nada de fuera sino de defender y promocionar lo patrio. Cuando uno dice preferir los negocios locales a las franquicias multinacional no es por hacer un burdo ejercicio de nacionalismo de banderita. Es por hacer justicia con el vecino que lleve ese negocio. Porque cuidar de tu país empieza por cuidar de los tuyos.