Estimado lector, este artículo toma una especial relevancia si tiene usted la suerte de tener hijos, ya que esta tirada va especialmente dirigida a los padres, como bien se puede intuir por cómo se titula el ejemplar de hoy. Debería disculparme el orden seguido, porque lejos de respetar el orden por el que los establece nuestro flagrante Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 he decidido abordar las temáticas según su conveniencia u oportunidad dado el momento. El Objetivo de Desarrollo Sostenible Cuatro se titula Educación de calidad y tiene como fin, según reza, el «Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos», lo cual suena loable y objetivamente es un propósito.

El problema es el camino seguido y si éste realmente logra lo buscado. Peor incluso: ¿qué entienden los gobiernos y élites supranacionales? En el caso de Occidente, ¿qué quieren entender? Una buena educación debe ayudar a identificar la tergiversación del lenguaje, tener los medios intelectuales asentados para identificar narrativas y cómo con estas procuran moldear los términos de la realidad. Solo mediante la perversión del lenguaje «educación de calidad» nos puede ser ofrecida como abandonar el estudio de las Humanidades (Religión, Filosofía, Griego o Latín) en detrimento de asignaturas sesgadas ideológica y sexualmente, que lejos de armar la razón viene a deconstruirla.

En España llevamos un tiempo en que cada noticia relacionada con el Ministerio de Educación roza el escándalo y la sinvergonzonería. La institución ha optado por seguir el sistema inverso al de las subastas, de manera que apuesta a la baja y siempre buscando el mínimo. Parece querer cumplir aquel sinsentido que pronunciaba el expresidente Mariano Rajoy al aseverar en el Congreso de los Diputados que, «cuanto peor, mejor. Y cuanto mejor, peor». Así, vemos que Educación pretende hacer que el repetir de curso sea algo excepcional al ver cómo cerca de un 30% de los alumnos repiten al menos un curso. Se busca eliminar el estigma y, a base de suprimirla, incentivar la dejadez y la comodonería de una generación cree que la ley del mínimo esfuerzo es la común.

Esta no es la primera regla o medida de este carácter que se ha tomado. De tal manera, cada vez son más laxos los requerimientos que permiten pasar de un curso a otro. Vemos cómo la enseñanza pública queda vaciada de contenido a la par que se rebaja el nivel académico. Esta falta de exigencias me recuerda ciertamente a mi estancia en Estados Unidos, donde a los cuerpos policiales locales no se les pedía especial preparación, ni física ni psicotécnica. Consecuentemente, la caricatura del jefe Wiggum de Los Simpson hacía justica a los agentes, reflejando esta laxitud que en la vida real se traduce en un cuerpo con capítulos polémicos derivados precisamente de esta relajación de requerimientos. Salvando las distancias, la relajación académica no va a mejorar las notas del informe PISA sino a recrudecerlas o a reflejar una realidad que no es verídica: buenos informes acompañado de alumnos que rocen la ineptitud. Por no mencionar el demérito de los hijos que se afanen, aquellos cuyas familias le inculquen la única cultura que tiene futuro: la cultura del esfuerzo. Precisamente esta enseñanza es una de las que más debemos agradecer a nuestros padres aquellos que hayamos tenido la gracia o ventura de recibirla.

Guerra a las Humanidades

El retroceso en la Educación es evidente y agresivo, de manera que vemos cómo tras siglos de avance escolar y universalización de la enseñanza, estamos en un proceso de reversión sin vuelta atrás en el corto y medio plazo. A ello hay que sumar que en dicho proceso de deconstrucción se ha declarado la guerra, como mencionaba antes, a las Humanidades. Eliminarlas es fundamental en el avance de la Agenda 2030 para crear una masa social que sea sumisa y no genere problemas que amenace la existencia de los objetivos globalistas. Si bien las ciencias técnicas y naturales como las Matemáticas, Física o la Biología pueden orientar de cara a la preparación para un empleo posterior, las Humanidades son el conjunto de herramientas a través de las que el ser humano forja los medios para ejercer la razón. Y ante todo es la razón la que debe desaparecer del sistema educativo posmoderno, a la par que se permite la entrada de asignaturas orientadas a enseñar los dogmas de fe globalistas, como son el cambio climático, la sexualidad o la agenda LGTBI. Consecuentemente, en lugar de cultivar el discernimiento lo que se consigue es estimular los impulsos sexuales en menores y llenar sus mentes de ideologías posmodernas. Las ideologías son enemigas de la razón en tanto que vienen a ocupar aquellos territorios de la realidad que la razón no ha cuestionado.

Primero eliminaron de la Educación la enseñanza de la Religión con proclamas laicistas y eslóganes sectarios que pretenden la desaparición del catolicismo en la vida pública. Lejos de conseguirlo- nos tendrán de frente en cada acometida laicista- lo que favorecen es privarle a Occidente del pilar que le ha permitido ser el motor de la Historia Universal. Con la pérdida de las raíces y de las identidades, otras culturas se hacen fuerte en nuestro detrimento, abocándonos a la extinción. Pero, más allá de eso, enseñar Religión en las escuelas es fundamental porque plantea al hombre la cuestión de la trascendencia. Es decir, el hombre logra a través de ella plantearse su papel en el devenir de los tiempos, entendiendo la Historia como un continuo de hombres inmersos en la eterna lucha del Bien contra el Mal. Y ser consciente de esta lucha predispone los corazones para, tarde o temprano, pretender el primero en detrimento del segundo, ya que el ser humano está hecho para amar, como afirma el Catolicismo.

Borrando la Religión y la moralidad se da pie a una sociedad en la que el relativismo moral y el nihilismo se extiende y copa los corazones y las mentes, sembrando el caos y la discordia en el seno de cada familia, de cada sociedad e incluso en el mismo interior de cada hombre. El estudio de la misma arma al ser humano ayuda a formarlo no con el egoísmo hedonista del placer momentáneo sino con la predisposición a preparar la vida para un fin mayor. Aspirar a fines mayores que la vida material y no centrarse en los placeres- tan lucrativos para el consumismo del capitalismo que vivimos- es lo que motiva al globalismo para pelear por su erradicación. De lo contrario, las masas populares serán más difícilmente manipulables y opondrán mayor resistencia a toda agresión contra su Fe y principios.

Después, una vez borrada la Religión, fueron a por la Filosofía. Esta asignatura sirve para levantar los cimientos de la razón humana y mediante ésta cuestionarse el ser humano todo cuanto le rodea. Al final, la Filosofía es el conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, comprendiendo especialmente las reflexiones sobre el hombre y el universo. Eliminar estos planteamientos nos hace menos humanos y más vulnerables a condicionantes externos o presiones que puedan llegar. La Filosofía es un escudo para protegernos de una época en la que se quiere manipular a los ciudadanos mediante las narrativas que se preparan en despachos y nos llegan a través de las pantallas. Además, ayuda a identificar las realidades subyacentes de los discursos que nos llegan, permitiendo ver el trasfondo de las políticas, especialmente aquellas que pretenden viciar al individuo como tal.

Discernimiento, antídoto de la posmodernidad

Desarrollar el discernimiento y la capacidad de hacer preguntas es el resultado de una Filosofía depurada y los beneficios que trae empiezan por la libertad del hombre. La pregunta ante los sofismas posmodernos nos sitúa a una distancia prudente de las artimañas políticas, levantando un muro de contención frente a discursos destinados a mover al ser humano por impulsos y emocionalismos antes que por razones y principios.

Lo último que quiere el Foro Económico Mundial es enfrentarse a hombres impasibles ante sus eslóganes, a seres humanos que pongan en duda la conveniencia de su planificación globalista. Por ello, para que las generaciones futuras presenten menor resistencia, estamos inmersos en un proceso de perversión de la Educación. Al final, en el Occidente del siglo XXI se da el caso de que, debido a la sobrexposición a las pantallas, la principal guerra se libra en el campo de batalla de nuestra consciencia. De momento quieren dejarnos desarmados ante sus acometidas ideológicas, a través de las cuales los dogmas de fe climáticos, multiculturales y LGTB se impondrán para hacer una sociedad esclava de los discursos que lance la clase política, alineada con las élites que se citan en Davos.