Pocas cosas hay más emocionantes en la vida que el primer paso de una ruta cuyo término no esté delimitado, ese echar a caminar caprichoso sin mayor fin que el transcurrir, sin mayor fin que el deleite de paisajes y buenas conversaciones con los compañeros que la algarabía del patear caminos te descubrirá. Cuando el verano pasado me dediqué a atravesar el norte de España, siguiendo la estela de su apóstol patrono, tuve la suerte de aislarme del mundo al carecer de medio alguno con el que comunicarme. Y por un momento sentí lo que era ser libre en un mundo en el que la libertad escasea más que la gasolina en Inglaterra, un mundo en el que triunfa el miedo y éste le priva al ser humano del don más grande que tiene después de la vida. Este regalo es, perdonen la reiteración, la libertad.
Ante esta amenaza en ciernes no queda otra que echar a caminar bien acompañado, como pudiera hacer Frodo al dejar su querida Comarca. Supongo que tenemos algo de Tolkien los que aunamos esfuerzos en este medio que es La Iberia.
La libertad se ve amenazada y el lector medio tenderá con total naturalidad a señalar a su gobernante, lo cual no es de extrañar al contemplar la deriva totalitaria que toman los países que más gala hacen de su democracia, libertad o pluralidad. No sólo eso, el ciudadano que señale esta perversión tan evidente por momentos creerá que se está radicalizando por simplemente rechazar que sea el Estado el que decida qué debe su hijo estudiar para ser más “tolerante”, o que sea este mismo Estado el que determine la obligación de dejar de comer carne o subsidiar a todo sujeto que acceda por una frontera a costa de unos impuestos cada vez más asfixiantes, por no mencionar que debamos aceptar que nuestros tributos sufraguen operaciones consecuencia de lo que antes se llamaba disforia de género.
El Estado, junto con los oligopolios mediáticos y financieros, señala dónde está el bien y dónde el mal, reduciendo la capacidad de discernir y usar el sentido común de la persona, amenazada con la muerte civil, peor que la física si cabe. Por eso quiero poner énfasis: lo que debe saber el ciudadano que contemple esto es que no está loco, solamente es víctima de la Agenda 2030. Para que él pueda conocer mejor qué es y hacia dónde quiere reconducir a la Humanidad son los motivos por los que alegremente he calzado mis botas para recorrer con La Iberia los recovecos de este mecanismo cuya sonrisa y mensaje de amor se torna tiránico y malévolo.
Globalismo y Agenda 2030
¿Pero qué es la Agenda 2030? La primera respuesta que dar es simple: la Agenda 2030 es el globalismo, que no deja de ser la globalización cortada por el sesgo de la Posmodernidad y sus características. La Posmodernidad, al ser una tabula rasa necesita que se le dote de contenido. Por eso, la pinza formada por el mercado turbocapitalista (dominado por un oligopolio anteriormente mencionado) y por un Estado con tintes leviatánicos pretende rellenar este contenido para escribir esta época que se abre paso, un momento histórico que empezó con el fin de la Historia (término de Francis Fukuyama), la cual me atrevo a situarla en el final del bloque soviético y la disolución de la URSS, cuando el mundo deja de estar polarizado entorno a dos bloques.
Antes de pasar a hablar del globalismo debemos cuestionarnos qué considerar como globalización, ya que podemos creer que es equiparable. Así, si bien la globalización es la tendencia histórica de las civilizaciones a expandir sus fronteras e influencias y, con la conquista, también diseminar su cultura, podríamos decir que el globalismo, como buen -ismo, es la ideología que busca la consecución de una idílica Aldea Global que aúne a la Humanidad, eliminando las diferencias de los pueblos que la conforman. Es decir, eliminando fronteras, tradiciones, religiones y, llegado el caso, hasta la lengua (¿recuerdan aquella aberración llamada esperanto?).
Históricamente ha habido épocas marcadas por una fuerte globalización, la cual ha venido de la mano del nacimiento y desarrollos de imperios. Occidente debe gran parte de los rasgos que lo definen a la primera que contemplando los siglos pasados podemos identificar. Ésta es la que se produjo con el Imperio Romano. Gracias al que, por resumir, podemos afirmar que donde había tribus y un modo de vida que oscilaba en torno al hermetismo bárbaro llegó una civilización que desplegó medios de vida más avanzados, inundando el mapa de Europa de calzadas, acueductos y foros. Con él, además, llegó el Derecho Romano, que es el esqueleto que da forma a nuestros sistemas legislativos. Y, por último, para acabar con la barbarie que Roma necesitaba superar para tornarse en un verdadero pueblo civilizado llegó el cristianismo, y con él el reconocimiento de la dignidad del ser humano, siendo todos los hombres iguales ante los ojos de Dios, perdiendo sentido y fuerza la diferencia antropológica entre el esclavo y el patrono. Por ende, podemos concluir que no todas las globalizaciones son malas por el mero hecho de ser una globalización.
El siguiente hito globalizador me atrevo a situarlo en 1492 cuando, con la llegada de Colón a América, España la da a conocer al resto del orbe. La mayor globalización existente y que mayores frutos ha dado en la Historia Universal fue la Hispanidad porque allá donde sacrificaban hombres llegó nuevamente la Cruz para ponerle fin a la barbarie y llevar esperanza a las tribus sometidas por el terror de los imperios nativos que los españoles hallaron a su llegada. Y hago aquí un breve inciso para decir que, pese a las llantinas y mentiras del indigenismo aliado con el socialismo apátrida, me siento orgulloso de ver cómo dónde antes sacaban corazones, devoraban a semejantes y vestían semidesnudos; la Hispanidad cubrió esos páramos yermos de esperanza con catedrales y universidades que volvieron a recordarle a una tierra bárbara el valor del hombre. La cristiandad trajo consigo la civilización y el bien, nada que ver con lo acontecido en el norte del continente americano. Nuevamente se expandió el mensaje de la dignidad del hombre por ser mero hijo de Dios.
Consecuentemente, podemos afirmar que no toda globalización es mala. Es más, las dos traídas a colación se tiñen de justo lo contrario, de la bondad que trajo dicho cambio social, cultural y antropológico. Entonces, ¿por qué la globalización que va de la mano con la Agenda 2030 genera en cada vez más gente un rechazo rabioso y creciente? Tal vez sea precisamente por ser el antónimo de la bondad lo que traen consigo esa transformación sibilina social, cultural y especialmente antropológica. Y tal vez sea esa misma perversión premeditada, disfrazada de afables sonrisas filantrópicas, la que haga que esto lejos de ser la expansión de una civilización sea precisamente la nota contraria, el sometimiento a una ideología que quiere ser global, el sometimiento unilateral al globalismo.
La importancia de la identidad
Como antes mencionaba, estamos ante el fin de la historia con la caída del bloque soviético y la consiguiente desaparición de las ideologías modernas. El mundo, lejos de moverse por sesgos ideológicos ha pasado a difuminar esas barreras carentes del sentido al ver cómo un modelo de reparto de la riqueza ha triunfado sobre el otro. Al acabar las ideologías (modernas), también se acabaron los bloques y, al caer éstos, los elementos identitarios que los caracterizaban también van a ir progresivamente cayendo. ¿Qué sentido tiene una bandera en países que lejos de estar enfrentados se dan dulcemente la mano en la ONU? ¿Acaso tiene sentido reivindicar el amor a una tierra cuando se ha demonizado el patriotismo por lo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial? Vemos cómo la narrativa oficial ha sido capaz de crear un discurso, una historia que fuerza al ciudadano a temer ser denominado como fascista por querer su tierra, o ser tildado de ultra por simplemente querer salvaguardar la integridad y coherencia de su familia, así como de los principios que el núcleo familiar decida seguir.
Un hombre que renuncia a su tierra, a su familia y a su sentido trascendental queda aislado y expuesto a las tendencias que la propaganda marque. En nuestros días, estas pautas se repiten en todo medio de comunicación y en toda arte audiovisual, que van a ir perforando la razón del individuo, valiéndose de desde la música hasta la industria del cine o de las series, con un bombardeo constante de información que empieza por el móvil y las redes sociales, indispensables en nuestro tiempo. Este sujeto aislado, atomizado y errante, sin identidades a las que adherirse y desenvolver su faceta más comunitaria; es el sujeto prototípico de las sociedades líquidas que caracterizan al Occidente posmoderno. Este conjunto de individuos, al no tener identidades ni núcleos en los que fortalecerse, van a ser tierra fértil para la Agenda 2030, la cual trae consigo nuevas identidades entorno a las que someter a las sociedades.
Asomándome a los portales web de los ministerios y la ONU podía contemplar cómo los 17 objetivos que componen la Agenda 2030 a priori parecen un fin bueno, noble y loable. Las propuestas filantrópicas suelen ir envueltas de este buenismo tan caduco como tergiversado. El verdadero problema de la agenda no es tanto estos objetivos finales sino los medios que consideran adecuados para su consecución, los cuales aspiran a traducirse en un modelado de la sociedad para que ésta nada tenga que ver con su esencia, resultante ajena a su país, a su cultura, historia y religión. Además, el coste a pagar lo empezamos a vislumbrar con un empobrecimiento global que hace que sea casi un lujo el hecho de que un joven pueda permitirse adquirir un coche, un hogar o simplemente formar una familia. Vemos cómo para sufragar los gastos de esta agenda los países elevan la presión fiscal, recabando los ahorros de los trabajadores para establecer criterios de financiación pública que respeta un orden de prioridad alineado con los sesgos ideológicos que trae consigo la Agenda 2030.
Podría continuar exponiendo los recovecos que traerá consigo esta suerte de filantropía hipócrita que es la Agenda 2030. Sin embargo, además de cansar al lector, acabaría muy rápida la expedición que La Iberia propone. Y, sinceramente, pretendo aprovechar esta ruta que desde hoy compartimos para aprender de ellos. Como decía inicialmente, pocas cosas hay más excitantes que el primer paso de una ruta bien acompañado. Como mucho nos queda por andar, dejemos el siguiente capítulo de este análisis para la semana que viene.