Hace escasamente unos días terminó el encuentro del G20, que será recordado por dos imágenes que se nos han quedado en la retina cuando se dejaron caer por la Ciudad Eterna, Roma. Por un lado, los líderes de las principales potencias mundiales lanzando una moneda a la Fontana di Trevi, rogándole suerte y prosperidad. Por otro lado, la de una mesa elíptica en el corazón del Coliseo, la máxima expresión de poder y superioridad de un pueblo que se erigía como civilización frente a los bárbaros que habitaban más allá de Germania, del Muro de Adriano o del Ponto.

Si algo caracterizó al Imperio Romano fue la capacidad de integrar en su territorio las tribus que fue conquistando sin imponer el modelo cultural tradicional que reinaba desde Liguria hasta Nápoles. El expansionismo romano comprendía que el imperio sólo podría pretender asentar ciertas bases legales y políticas, pero no debía aspirar a homogeneizar bajo su territorio aquellas culturas tan dispares y diferentes a la suya. De tal manera, los estrategas militares y los senadores sabían que ambicionar avasallar a las regiones para que rindiesen pleitesía a los ídolos y símbolos romanos carecía de sentido y desembocaría en conflictos permanentes en territorios tan dispares. De esta comprensión derivó que el sometimiento no fue tiránico sino armónico, desarrollando aquellos rincones diversos mediante las infraestructuras y el sistema jurídico administrativo que enriquecía la sociedad civil romana. Y, consecuentemente, esta globalización se tradujo en el verdadero progreso (que nada tiene que ver con el progresismo).

Traer a colación este fenómeno histórico civilizador que supuso Roma es pertinente en la actualidad debido a que, con el desarrollo del Objetivo de Desarrollo Sostenible 10 (reducción de las desigualdades), podríamos estar ante el riesgo de deconstrucción cultural para levantar un nuevo mundo que pivote entorno a las sociedades abiertas que ideó Karl Popper en un primer momento. Después, sería George Soros el que modificaría los fundamentos de esta idealización social para enfocarla bajo los términos del multiculturalismo.

El mencionado ODS reza, en su apartado 7: «Migración y políticas migratorias – Facilitar la migración y la movilidad ordenadas, seguras, regulares y responsables de las personas, incluso mediante la aplicación de políticas migratorias planificadas y bien gestionadas». De esta manera, pretende el fomento de flujos migratorios entre los países. En Europa, el flujo más evidente y cercano es el árabe/musulmán y africano. Y en el contexto del multiculturalismo veremos a parte de la sociedad occidental predispuesta a estas corrientes migratorias.

Multiculturalismo

En el multiculturalismo, si bien podemos entender que su fin es la convivencia de las civilizaciones en un mismo territorio, el resultado es tan cruento como real, y es que las culturas tienden a canibalizarse para imponerse una sobre otra. Buen ejemplo de ello es Al-Andalus, que lejos de ser la coexistencia pacífica de musulmanes, cristianos y judíos; se tradujo en mártires como los de Córdoba o una presión persecutoria que llevó a los cristianos a levantarse en armas, como ejemplifican los voluntarios que engrosarían las filas de los almogávares y su «¡Desperta Ferro!».

Sin embargo, no es necesario remontarse tantos siglos atrás para ver que el multiculturalismo está destinado a la confrontación e imposición de un mundo frente a otro. Vemos cómo hay países que creyeron en la idealización de las sociedades abiertas y que ha sufrido la guetificación, la creación de guetos en los que ya no despliega el Estado su autoridad al abandonarla en pro de la sharía, contemplando impotente cómo la cultura islámica intimida con fuerza a las sociedades líquidas y abiertas que caracterizan a Bélgica, Países Bajos o Suecia.

Las sociedades abiertas solamente se pueden sostener dentro de un marco en el que las culturas que habiten dentro de ellas estén moralmente de retirada, ya que eso se traduce en una falta de raíces que habilita cierta armonización social. Es decir, habrá rasgos diferenciadores, pero éstos irán poco más allá de la estética, quedando las culturas vacías de contenido al renunciarse a las esencias de estas, que es su credo, sus ídolos, sus mitos.

El modelo de sociedad abierta es el modelo al que aspira el progresismo. Para éste, las sociedades que se integren en el multiculturalismo deben estar previamente erosionadas. En cambio, esta ideología indefinida, el progresismo, no contempla que el desgaste de las sociedades que vertebran las culturas es desigual. De tal manera, el desgaste que Europa Occidental y América experimentan convierte este compendio de naciones en el terreno ideal para el aperturismo social del globalismo, siendo tierra fértil para la sociología de la Agenda 2030. Sin embargo, este aperturismo conlleva la afluencia de otras culturas a través del fenómeno de la inmigración. Es aquí donde el progresismo encalla al descubrir que las sociedades árabes y africanas principalmente —al haber estado más aisladas de las ideologías procedentes del Modernismo que Europa y América del Norte— presentan raíces fuertes. Esto provoca que los individuos de éstas sean un punto desde el que expandirse, ya que estas culturas no renuncian a la familia tradicional como Occidente, en cambio, sí ha hecho.

Es decir, al final el progresismo se encontrará con que es incompatible mantener un credo LGBT, por ejemplo, en una sociedad donde también hay fuerte presencia musulmana. Y esto es la realidad, lejos de ser islamófobo como llorarían las izquierdas. Uno de los dos no podrá existir plenamente con el otro.

Un largo proceso

¿Cómo es posible que hayamos llegado a este punto? El proceso de deconstrucción que en Occidente se ha experimentado viene de largo y es sibilino. Sin embargo, con la Agenda 2030 se ha quitado la careta para groseramente marcarle a Europa el nuevo credo y dogmas de fe que debe seguir, naciendo con ello nuevas identidades, identidades de base materialista en vez de espiritual.

Si bien es verdad que, históricamente, el ser humano ha levantado los estándares que lo identifican entorno a su familia, a su tierra, su país y fe; en las tres últimas décadas el marxismo cultural de Gramsci se ha visto en series, películas y canciones; en las que de manera más o menos descarada se denostaba la cultura tradicional occidental para ensalzar alternativas a ella. Un ejemplo de ello es la última película de Marvel, The Eternals, que refleja al multiculturalismo y la homosexualidad como el bien, mientras que el malo es el hombre blanco y heterosexual, el modelo tradicional de occidental. Más allá de la calidad técnica y belleza que pueda atesorar, el arte es también filosofía, así como política y sociología. Si bien antes el arte era el reflejo de la sociedad, desde hace décadas vemos cómo se ensalza uno en detrimento de otro y haciendo imposible que la belleza salve al mundo, ya que la belleza ha muerto. Lo que dicen ahora que es belleza es lo antaño grotesco, al igual que para los promotores globalistas es grotesco y retrógrado volver a la tradición occidental que nos vertebra como cultura y sociedad porque es contrario a los intereses económicos que despierta homogeneizar a la sociedad. Por ello, el triunfo del progresismo radica en eliminar toda identidad tradicional. El progresismo no va en contra del conservadurismo sino de la tradición.

Nuevas identidades

Ante esta falta de identidad, el individuo posmoderno necesita acercarse a núcleos de pertenencia donde se sienta parte de algo socialmente aceptable para así responder a su naturaleza comunitaria y trascendental.  Por ello, el hombre posmoderno hace suyas las nuevas banderas y luchas que la Agenda 2030 ofrece, que se manifiestan principalmente en la lucha climática, LGBT y feminista. Este modelo social estará postrado a las pautas que marcan los Objetivos de Desarrollo Sostenible para aceptar cualquier política que responda a estas nuevas identidades. Consecuentemente, ¿qué más dará la pobreza energética si con ella se está salvando —supuestamente— al planeta?

Como el hombre occidental ha perdido conciencia de ser, aceptará los nuevos patrones sociales y sociológicos que desde Davos se decidan, aunque ello conlleve la quiebra y la sustitución demográfica. Sin embargo, veremos que aquellas sociedades que poseen conciencia de ser se van a resistir a estas modificaciones artificiales. Empezando por el Magreb, Oriente Medio y África, llegando hasta China y Rusia, y concluyendo por Europa del Este; vemos sociedades arraigadas que saben de la riqueza de su particularidad. Tener consciencia de este valor es lo que hacen que estén más aproximadas a lo que antaño fuese Roma y sus pro-vincias. Por eso mismo, ante las raíces hondas que presenta Visegrado, la Unión Europea se desquicia al ver cómo no puede introducir los tentáculos homogeneizadores de Bruselas. Nunca Polonia y Hungría fueron tan odiadas.

Las sociedades abiertas, al requerir una renuncia de identidades tradicionales para convivir armónicamente unas con otras, están abocadas a convertirse en sociedades líquidas, sin raíces. Estas sociedades abiertas se mantienen en pie, pese a su fragilidad, por patrones comunes que irán desembocando en el seguimiento de las nuevas identidades antes mencionadas (identidad climática, LGTB, etc.). La consecuencia es la obtención de un público consumidor homogéneo, de ahí la complacencia del oligopolio mercantilista que también se da cita en Davos con las instituciones supranacionales y representantes de los Estados.

Negar este pliegue ante las voluntades de la plutocracia levanta asperezas y provoca la ira de los poderosos. Ya lo demostraba Soros señalando a Polonia y Hungría por desvincularse de Bruselas. Tal vez, viéndose sentados en el Coliseo de Roma, no soporten saberse bárbaros que habitan las ruinas de una civilización superior.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.