Mirando las tendencias de tuiter descubrí un magnífico discurso de la Greta Thunberg (o Marioneta Thunberg) en el que a base de Blas, Blas, blas nos hacía ver al resto de mortales, con poco discernimiento más allá del que nos dan los sentidos, que realmente no habíamos hecho nada por salvar al planeta. Afortunadamente, cada época tiene su mesías y somos tan faustos que la gracia y el genio iluminan a la adolescente sueca. Tras apagar el tuiter descubrí que, efectivamente, bla, bla, bla y tenemos que reformar y cambiar el sistema productivo y energético porque lógicamente bla, bla, bla y si no hacemos bla, bla, bla, ocurrirá dentro de bla, bla, bla años que será el fin del mundo porque eso ya lo aseguran aquellos que le redactan el guion del bla, bla, bla a este fenómeno fan púber que no sabe si es activista o la nueva estrella pop de turno que hace sus pinitos en espectáculos rodeada de vítores.
Gracias a este discurso del bla, bla, bla hemos conseguido un hito post-pandémico, que es dar un paso de gigante hacia ese futuro verde del Acuerdo de París en el que pasearemos por la calle rodeados de animales cantarines como hiciera Blancanieves. Eso sí, a ver quién tiene narices de ser esos siete enanitos que mantengan el sueño hippie de unos pocos iluminados a costa de disgustos, impuestos y menos derechos. Desde luego, creo no errar al aseverar que en este medio nos agrupamos los que, de tener una casa perdida entre las páginas de un cuento, preferimos que nos dejen tranquilos para poder hacer algo tan sencillo como vivir, verbo que cada vez más se asemeja a un nuevo lujo.
Elijo no ensañarme con esta pequeña, ya que está donde está porque la han puesto ahí, además de dar una rentabilidad al patrimonio familiar considerable. Patrimonio que mientras el de unos crece, el de otros disminuye. Y no solo porque el encarecimiento de la energía engrosa nuestra factura mensual, sino porque el precio de una cesta de la compra estándar (el famoso IPC) también recoge esta hinchazón de precios al ser más caro producir las existencias que necesitamos en nuestra despensa. Si al ganadero le cuesta más producir por el precio de la electricidad, tendrá que elevar precios o quebrará, es así de simple. Al final me veo comiendo gusanos no por ecofriendly sino por necesidad. Mira que me dan asco.
Pero bueno, querido lector, otro miércoles más nos asomamos los dos a La Iberia y no es para despotricar sobre las cosas que me dan asco y que usted tenga que soportarme. Para eso ya está mi familia, mi chica o amigos. Sí, mi círculo social no se alinea mucho con los estándares progresistas de la Agenda 2030 pero qué le vamos a hacer. En fin, quería compartir un rato contigo para que nos paremos a analizar la crisis de energética que está eclosionando en nuestra cara. Spoiler: lo de los máximos históricos del precio de la luz no es la consecuencia sino el detonante de lo que va a ser una crisis de estanflación. Digamos que la famosa inflación está estancándose en un nivel productivo que no la acompaña en el tango que bailan, de manera que se pisan continuamente y nuestro poder adquisitivo y riqueza relativa van a sufrir varios pisotones en sus carnes. Ya nos lo avisaban los bla, bla, bla: no tendrás nada y serás feliz.
¿Por qué suben los precios de la energía?
El ejemplo del ganadero lo pone de relieve: cada día es más caro producir porque cada día es más cara la factura de la luz, la energía está cotizando al alza gracias a diferentes factores. El primero son los precios que tiene ahora tener derecho a emitir CO2. Sí, le han puesto precios a la generación de CO2 para así salvar al planeta, sea a costa de empobrecer a las clases medias y bajas. Efectivamente, bla, bla, bla. Al subir los precios asociados a la energía, debido a que estos derechos se cobran a todo producto energético, la oferta se va a ver reducida al ser más caro producir la misma cantidad, de manera que se empuja al productor energético a reducir costes o entrar en pérdidas.
Disminuyendo el nivel de producción nos vamos a encontrar con que la demanda ante la que responde este mercado va a seguir estática o incluso al alza con la reactivación de la economía. Al final, la necesidad de bienes que demanda la sociedad no se va a ver alterada debido a que la energía es necesaria en todo el sistema productivo existente, de manera que no hay producto que no se vaya a ver afectado por una potencial reducción de la oferta mientras la demanda se mantiene estática debido a la naturaleza no sustitutiva de la luz (la energía solo es reemplazable en sus fuentes, pero con deficiencias).
Actualmente el mercado no ofrece alternativas realistas a la gama de bienes cuya producción se sustenta en el uso de energía derivada de la emisión de CO2, ya que las energías llamadas renovables no tienen capacidad de igualar el rendimiento que da la energía tradicional. En resumidas cuentas, intentar forzar a los intervinientes del mercado a cambiar a un modelo de cero emisiones tiene la consecuencia directa de que los productores no quieran entrar en pérdidas, reduciendo e incluso frenando la producción. Por eso, los países que fuerzan a las empresas energéticas a pagar más por los derechos de emisión se van a ver ante un riesgo cada vez mayor de sufrir problemas de abastecimiento. Eso sí, será sostenible y no se contaminará tanto, la panacea de las jaquecas ecologistas. Así se estaría cumpliendo el ODS7 de la Agenda 2030, “Energía asequible y no contaminante”, si bien es verdad que lo de asequible era una chiquillada para creernos un futuro ficticio, ya que la alternativa que ofrecen a las materias combustibles conduce inexorablemente a la pobreza energética. Querido lector, prepárese para apagones.
Ahora es probable que usted se pregunte qué diantres son esos derechos de emisión que cada vez toman más fuerza y quién los ha aprobado. Bueno, sobre lo último le informaré de que se le dio luz verde desde Bruselas (consulte esta directiva) y probablemente ni se haya enterado, así funcionan los burócratas de la UE. Después fueron traspuestos a la legislación nacional mediante la Ley 1/2005. Respecto a qué son, pues básicamente tasas que se cobran por la potencial contaminación que conlleven las fuentes energéticas usadas por las empresas de un país. Se aprobaron hace dieciséis años y míranos como estamos: haciendo historia, alcanzando máximos en lo que sale a pagar en tu factura mensual. Sin embargo, también sería injusto señalar solamente al efecto que tienen estos derechos de emisión sobre tu empobrecimiento progresivo, progresista y sostenible. Hay dos actores más involucrados que quiero que al menos tengas una pincelada de cómo están conduciéndonos a la sostenibilidad del desabastecimiento. Éstos son las energías renovables y los impuestos con los que el Estado te está expoliando (¡Ojo! Y no se crea que precisamente yo me caracterice por ser liberal).
Empezando por las primeras, lejos de ser la alternativa que con calzador intentan vendernos vemos cómo nos damos de bruces contra la realidad: éstas no son capaces de responder en términos de rendimiento a las necesidades que requiere la demanda creciente que hay tras el reseteo que ha conllevado el parón provocado por la pandemia. En términos de rendimiento no hay comparación entre las capacidades que ofrecen las no renovables y las que ofrecen las renovables. Mientras que el rendimiento y la capacidad productiva que ofrecen las no renovables son estables a lo largo del año, las renovables -al depender de la climatología- van a tener una capacidad productiva volátil que se traduce en subidas de precios normalmente a partir del mes de mayo hasta octubre/noviembre.
¿Por qué se ignora la energía nuclear?
Como alternativa real y productiva a la energía no renovable está la energía nuclear, con unos rendimientos de gran eficiencia y eficacia que se podrían ver reflejados en una rebaja del precio de la luz. Sin embargo, la energía nuclear no casa con los dogmas de fe ecologistas al ofrecer una solución realista al problema climático, que tantos chiringuitos alimenta. Basta una central estándar para poder abastecer por completo a 2,5 millones de familias, cerca de 10 millones de personas. Con poco se puede hacer mucho, pero los miedos que despiertan las nucleares a raíz de años de propaganda y hacer de la excepción de Chernóbil la regla común que reina en el credo popular, se antoja que España seguirá importando este tipo de energía a nuestra vecina Francia.
Respecto al papel del Estado en lo concerniente a la crisis energética, se da la situación de que, ante una crecida de la demanda, los aumentos en los precios de los derechos de emisión de CO2 repercute en los costes no solo de los productos, sino que también va a afectar al abastecimiento eléctrico de la sociedad al ser más caro para las eléctricas la producción que ofrecen en el mercado. Además, el Estado grava el consumo eléctrico. En el caso de España, nos encontramos con una administración que toma como base impositiva al precio de la luz para establecer el gravamen. Es decir, no se toma como referencia para el impuesto la cantidad de luz consumida (como pudiera parecer lógico) sino que se apoya en el precio al que está la propia luz, multiplicando los efectos que pueda llevar aparejada la disminución de oferta eléctrica. Dicho de otro modo, si el impuesto fuese de un 20% sobre el consumo y tú gastas 1 kilovatio cuyo precio fuese de 2 euros, al final tu factura del mes sería de 2,2 euros, 2 euros por el kilovatio y 0,20 euros adicional por los impuestos de éste. En cambio, como el impuesto es sobre el precio, adoptando la misma casuística del 20% impositivo y 1 kilovatio consumido al precio de 2 euros, por exactamente la misma consumición energética acabarás pagando 2,4 euros, 2 euros de precio del kilovatio y 0,4 euros de impuestos. Esta sencilla operación que no quieren que sea explicada se traduce en que, en España, el 60% de lo pagado en la factura de la luz son impuestos, recaudando la administración pública más de 15.000 millones de euros. Pero recuerda que quien se tiene que apretar el cinturón eres tú, ciudadano, para algo está la Agenda 2030.
De manera inexorable, el ciudadano de a pie se ve nuevamente asaltado por el Leviatán que el ejecutivo controla desde la Moncloa, en el caso de España, o desde cualquier casa presidencial, sufriendo una suerte de totalitarismo económico que lo empuja a la pobreza, que junto con el precio de la luz es lo único que aumenta con las políticas de sostenibilidad, con las políticas del bla, bla, bla. ¿No sería coherente que el Estado del Bienestar procurase el bien de los suyos? Ante esta subida de precios, ¿no es posible que éste intervenga bajando o suprimiendo impuestos como el IVA y así paliar la subida de precios que noes está conduciendo a la estanflación? ¿No puede acaso rebajar nuestra factura de la luz un 60% suprimiendo estos ilógicos impuestos al precio de la luz? No se confunda, ciudadano: la sostenibilidad sueña con un mundo tan verde que lo último en lo que piensa es en que usted pueda vivir con unos mínimos de decencia.
Ante este panorama de una luz convirtiéndose en producto de lujo y una escasez de suministros in crescendo, sólo queda advertir al lector que esté preparado para recurrir a alternativas. El ejército de Austria ya se lo ha advertido a sus conciudadanos y se están preparando para un gran apagón. Lejos de querer sonar catastrofista, mi propósito en estas líneas es hacerle saber al lector que debe estar preparado ya que difícilmente la narrativa oficial vaya a avisar de esta nueva crisis que está naciendo. Hasta Alemania lanza campañas para enseñar a cómo sobrevivir sin calefacción.
El famoso vídeo del Foro Económico Mundial que da nombre a esta tirada de artículos de análisis ya advertía hace cuatro años que las empresas deberían pagar por emitir CO2. En su día los aplausos y agasajos fueron de toda naturaleza y color, pero hoy empezamos a sufrir las consecuencias. Lejos de escuchar los problemas de cualquier ciudadano medio que ve cómo está perdiéndolo todo, los plutócratas que se citan en estas instituciones supranacionales tendrán el atril preparado para aquellos que respondan ante sus intereses globalistas. Al fin y al cabo, alguien nos tiene que recordar que bla, bla, bla.