Desde que el coronavirus llegara, nuestro día a día ha cambiado de forma radical. De hecho, podría decirse que el mundo en sí ha cambiado de forma radical. Nada es como antes. Y probablemente nunca vuelva a serlo. Entre los cambios que ha traído el virus, uno de los más terroríficos es que nuestra clase política ha encontrado, a través del miedo, una herramienta muy eficaz para anular la voluntad humana. Ya sea miedo al virus o miedo al rechazo social, pero miedo, al fin y al cabo.

Y es precisamente el miedo lo que nos ha llevado en las últimas semanas a adentrarnos en una especie de esquizofrenia colectiva sobre cualquier aspecto relacionado con las vacunas y el pasaporte COVID. Así, hemos presenciado cómo desde los medios de comunicación y los distintos gobiernos se ha iniciado una cacería sin precedentes contra las personas que han rechazado el pinchazo institucional.

Descalificación

El método más utilizado es el de la descalificación. Los no vacunados son objeto desde hace meses de un rosario de insultos que lo único que pretende es atemorizarlos y arrinconarlos. Uno de los insultos más repetidos tal vez haya sido el de negacionista, convirtiéndose en una especie de palabra policía, con la que estigmatizar a los no vacunados. El tradicional fascista que han utilizado siempre para arrinconar al discrepante, lo han sustituido ahora por negacionista.

Según la definición de la RAE, negacionismo significa lo siguiente: «Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto». Pues bien, hoy, casi dos años después de haber comenzado la pandemia, no conozco a un solo no vacunado que niegue la existencia del virus. Ni uno.

Además de ser un medio de coacción inaceptable, el uso indiscriminado del término negacionista supone una banalización de aquel horror que fue el Holocausto. Toda persona que diga ser demócrata debería huir de algo tan repugnante.

Otro de los términos más utilizados es el de antivacunas. Cuando alguien muestra algún tipo de cautela acerca de las vacunas, se le tacha inmediatamente de antivacunas. También esa dicotomía es falsa. No toda persona que se niega a vacunarse tiene por qué ser contraria a las vacunas; simplemente es una persona prudente. Es absolutamente normal que se tengan ciertas reservas hacia una vacuna que todavía no está lo suficientemente experimentada. Y, probablemente, aunque diariamente desde los medios les expliquen los beneficios de la vacuna, seguirán sintiendo miedo. Porque el miedo es poderoso. Y legítimo.

Además de la mencionada prudencia, hay otros motivos por los que una persona puede decidir no vacunarse. Abundantes son los casos de personas que han pasado el virus y todavía cuenta con anticuerpos. ¿Por qué tendría que vacunarse una persona que tiene anticuerpos suficientes? Carece de todo el sentido, se mire por donde se mire. Por no hablar de que también hay médicos, científicos y virólogos que desconfían de cómo se ha llevado a cabo el proceso de vacunación. La diferencia es que a ellos no los sacan bajo palio ni los pasean por los platós de televisión. Pero existen.

Nadie, absolutamente nadie, y mucho menos el Estado, tiene autoridad moral suficiente como para obligar a otra persona a que deje a un lado sus miedos y se inyecte dentro de su cuerpo algo que nadie sabe qué efectos tendrá a largo plazo.

Imaginemos el siguiente caso: una persona que, siendo reacia a inyectarse la vacuna, finalmente accede debido a la presión social. Supongamos que esa persona, tras recibir la vacuna, es víctima de efectos secundarios que terminan provocándole la muerte. ¿Asumirá alguien algún tipo de responsabilidad? ¿Quién reparará el daño causado? ¿Los que previamente le presionaron? ¿Los que le señalaron con el dedo y le acusaban de negacionaista?

Una persona debe ser consecuente con la decisión que tome, tanto si se vacuna como si no. Y tendrá que asumir los riesgos, tanto de vacunarse como de no vacunarse. Pero es competencia de cada individuo. Y no puede haber presiones externas.

Señalamiento

La otra técnica de coacción que se está impulsando desde las élites es el llamado «pasaporte COVID». Además de ser una aberración jurídica, es una medida que carece de todo el sentido. Si a estas alturas parece claro que una persona vacunada puede contagiarse y a su vez contagiar a otros, no tiene ninguna lógica impedirle la entrada a cualquier espacio cerrado por el hecho de no estar vacunado. De hecho, la realidad —a veces tan tozuda— nos otorgó hace dos semanas el mayor argumento contra el pase: los dos primeros casos confirmados en España de la variante Ómicron, eran personas con la pauta completa de la vacuna. Es una medida que no cuenta con ningún tipo de respaldo científico. Como todas las que se han adoptado en el último año y medio.

Por otra parte, más allá del debate sobre su utilidad o no, el pasaporte COVID es una medida tiránica que viola derechos fundamentales de nuestra Carta Magna. El principal derecho que perece víctima del famoso pasaporte es el derecho a la intimidad. Los datos sanitarios, por su naturaleza, siempre han encontrado una especial protección. A partir de ahora esa privacidad saltará por los aires, llegando al extremo de tener que enseñar nuestro historial médico a un camarero.

En definitiva, el pasaporte COVID es una herramienta de exclusión a nivel global. Si en los años 30 el nazismo alemán educó convenientemente a los alemanes en el antisemitismo más atroz, ahora nuestros políticos y medios de comunicación están utilizando el miedo de una población aborregada para señalar y excluir a aquellos que no quieren vacunarse. Y si en los años 30 se marcaba a los judíos con la estrella de David, ahora los no vacunados serán marcados con el mencionado pasaporte.

La vacunación obligatoria y el pasaporte COVID son máquinas apisonadoras de la libertad que traerán nefastas consecuencias. Se sentará un precedente peligrosísimo. Hoy, querrán saber si te has vacunado contra el coronavirus; mañana, querrán saber otros datos de tu historial médico. Hoy, te obligarán a vacunarte contra el coronavirus; mañana, te obligaran a vacunarte contra otra enfermedad. Hay determinadas puertas que es mejor no abrir.