Vivimos tiempos extraños. Desde hace un año y medio hemos sido sometidos a una gran cantidad de nuevas normas, medidas y recomendaciones con la salud como excusa, que la gente ha seguido con mayor o menor convicción. Esta nueva y espeluznante realidad en la que estamos ha tenido como consecuencia diferentes reacciones por parte de los ciudadanos. Todos hemos visto a nuestro alrededor conocidos que, para nuestra sorpresa, hemos descubierto que bajo una dictadura serían felices ciudadanos, otros que vivirían en ella sin tanta felicidad, pero sin quejarse demasiado y otros que pasarían más tiempo dentro de un calabozo que fuera de él.

La mayoría se ha adaptado a estas nuevas situaciones sin cuestionarse mucho qué estaban haciendo ni por qué. Otros, a pesar de saber que su libertad estaba siendo pisoteada, han preferido no plantearse nada mucho más allá y seguir adelante. Y luego están los intensos de la libertad.

Los intensos de la libertad son incómodos. Son los que en cualquier situación y conversación sueltan el consabido “eso está en contra de nuestros derechos y libertades”, los que apuntillan con citas a las leyes o a la Constitución cualquier pequeña o gran medida que los gobiernos han ido tomando. Gente que durante el Estado de Alarma repetía sin cesar que el encierro era contrario a la constitucionalidad y explicaba con convencimiento que no había que pagar las multas derivadas del mismo que a los ciudadanos se iban poniendo y a los que los tribunales más tarde han dado la razón.

Son gente que resulta incómoda a la gente que se incomoda fácilmente, porque te hacen darte cuenta de tu propia dejadez y sobre todo de tu propia cobardía. Son los que ante cualquier noticia relacionada con una nueva medida dejan claro a todo el que quiera escuchar que esa nueva medida tomada por aquel ayuntamiento de ese pueblo costero del que hablan las noticias choca de plano con la legalidad vigente.

Ese tipo de personas, aunque para algunos resulten una pesadez y a los que se les recrimina que se quejen de todo sabiendo que nada cambiará, son personas completa y absolutamente necesarias para el resto. Son los que nos sacan del letargo, nos abofetean, nos despiertan y nos devuelven a la realidad una y otra vez. Los que nos han recordado que aunque la situación fuera excepcional, la libertad debe ser innegociable. Los que nos hacen no perder la perspectiva. Gente coñazo que ha hecho falta todos y cada uno de los días desde que todo esto empezó a convertirse en una surrealista realidad.

Resulta obvio que el miedo ha jugado un papel importante en todo este embrollo. Es posible que gente que usted conoce, que funciona en su vida diaria sin mayores problemas e incluso con éxito y a la que consideraba inteligente haya actuado de la más estúpida de las maneras. El miedo hace que la gente actúe sin razonar y condiciona la respuesta que cada uno tiene, pero no nos engañemos, la política también. Los groupies de determinados partidos políticos han sido capaces de defender cualquier ocurrencia, hasta que una ministra nos dijera en un determinado momento que había que bañarse en la playa con mascarilla.

Este verano las noticias que llegaban de Galicia eran propias de un régimen dictatorial comunista. Es conocida la tendencia del señor Feijoo a pensar que la Comunidad Autónoma que gobierna es su casa y los ciudadanos son adolescentes que viven en ella. El señor Feijoo tiene mayoría absoluta, pero, si hablamos de mayorías, no debe olvidar que gobierna para gente con mayoría de edad. Las medidas impuestas a la hostelería, seguramente bajo amenaza de multas desorbitadas, han hecho que los gallegos y visitantes se sintieran agobiados bajo un estado policial. Hace pocos días conocíamos la noticia de que el Tribunal Superior de Justicia de Galicia resolvía que las mencionadas medidas eran contrarias a la legalidad. Feijoo, por supuesto, no dejará que la dichosa ley y mucho menos la libertad se inmiscuya en sus quehaceres y ya ha sugerido la posibilidad de un cierre de la hostelería. Los gobernantes, tanto del Gobierno de España como de las Comunidades Autónomas, han ido ejerciendo las medidas que creían necesarias en cada momento suponemos asesorados por expertos en materia sanitaria y legal. Algunos nos han dejado claras sus pocas ganas de resolver cuestiones y se han dedicado a prohibir prácticamente todo, con lo que daban por zanjado el asunto de la gestión.

Y mientras tanto, los que no pierden de vista los derechos y libertades individuales han seguido al pie del cañón, sin decaer en ningún momento por muy mal que se pusieran las cosas y por mucho que nos repitieran una y otra vez que todo se hacía por una cuestión sanitaria.

Ahora recordamos el estúpido eslogan que el gobierno de Iván Redondo ideó: “salimos más fuertes”. La realidad a veces es irónica y para desgracia del gobierno este eslogan se está cumpliendo y es verdad que algunos salen más fuertes; más fuertes en sus convicciones que antes de todo este jaleo. Los que no se han dejado llevar ni por el miedo, ni por la angustia, ni por el qué más da, ni por el obedece y calla… Los defensores convencidos de la libertad, los que no han desistido en recordarnos a todos la importancia de lo importante, ellos son los auténticos ganadores aquí, son los que salen más fuertes. Y el resto, los que han sucumbido, los que han perdido el sentido de la individualidad, en realidad lo han perdido todo. Lo peor de todo es que ellos no lo saben.

Desde aquí animamos a los gobernantes a ir soltando cuerda, y el que haya olvidado cómo sostenerse en pie por sí mismo que se agarre si quiere, pero que deje a los demás volver a vivir en paz, que ya va siendo hora y la paciencia también tiene sus límites, y la nuestra hace tiempo que ya los roza.