El libro de COVID-19: El Gran Reinicio, escrito por Klaus Schwab, se divide en tres partes. Las secciones responden a las esferas donde tendrá que empezar de nuevo el ser humano en particular y la sociedad y los Estados en general. De esta manera, el fundador del Foro Económico Mundial dedica su ensayo a acotar lo que él considera necesario de redefinir bajo su concepción del mundo, siempre dejando entrever ese ánimo filantrópico que cada vez es más temido que admirado.

Entre unas cosas y otras, Schwab vuelve a señalar el final del neoliberalismo y denuncia su colapso a nivel global. El virus habría acabado por completo con los pilares del sistema económico que venía rigiendo la realidad de nuestros días. Consecuentemente, si la doctrina neoliberal falla es porque hay que reconsiderar tanto roles como principios que guían a los Estados y a los principales agentes económicos del planeta. Si bien antes lo que se hacía era buscar ante todo un buen en la cuenta de resultados de la empresa, ahora es el tiempo para un «capitalismo de las partes». Esta nueva variante del capitalismo —que bebe también de las reflexiones de Dani Rodrik en su libro La paradoja de la globalización— vendría a ser el mismo sistema productivista pero ahora las empresas se esforzarían en ser «resilientes».

No sólo eso, al hacer referencia al «capitalismo de las partes» Schwab pretende dar más peso a aquellas personas y movimientos que intentan influir en el mundo empresarial sin ser de él. Es decir, rescata la importancia de los lobbies y el papel que van a jugar al redirigir las inversiones para construir una nueva economía que siga los principios ESG, por ejemplo, o que cuide la igualdad o la inclusión. Es terminología muy filantrópica de consecuencias terribles que ya empezamos a ver. Por ejemplo, el Banco Central Europeo podrá exigir unas cuotas de diversidad de géneros y sexual dentro de los bancos que estén bajo su supervisión, condicionando así la actividad de un sector por cuestiones meramente ideológicas. Este desarrollo legislativo se encuentra en fase embrionaria, pero lo que ya sí que está siendo de obligado cumplimiento para la banca es la cumplimentación de los test de estrés climáticos, para así monitorizar qué bancos cumplen con los compromisos del BCE en la descarbonización de la economía. De no cumplir, el banco tendrá penalizaciones en capital que lo llevarán a reducir sus ganancias, ser menos rentables y en casos extremos a problemas de solvencia.

Otro de los aspectos que destaca mucho en esta parte del libro es la nueva revolución que trae consigo el Internet de las cosas (IdC). Es decir, el impulso que la digitalización ha vivido a raíz de la pandemia dejará la economía mundial irreconocible, transformando la mayor parte de los sectores y abocando a una progresiva remodelación de los empleos. Inevitablemente el desempleo aumentará, pero quién sabe si lo hará de manera irremediable pero acompañado de una mejor calidad de vida. Además, con la pandemia han resaltado la importancia de aquello que la vorágine neoliberal nos tapaba, como por ejemplo las relaciones familiares y sociales. De esta manera, el hecho de no tener que desplazarse al lugar de trabajo para poder cada vez más trabajar desde el hogar sería una bondad pandémica. En cambio, ello también conllevará que la oficina te acompañe hasta tus esferas más privadas.

Dejando estos prolegómenos de lado, hay dos aspectos destacables para entender un poco los escenarios globales a los que asistiremos. Uno de ellos se está cumpliendo a la perfección, ya que Klaus Schwab defiende en su ensayo que el capitalismo ha vuelto a fallar. Esto justificaría una cada vez mayor presión de los Estados, siendo el intervencionismo una nueva tendencia que llegaría para quedarse. La pandemia habría servido para hacernos ver que no era posible plantear una dicotomía entre salvar la economía o la salud, sino que realmente la única opción viable era la segunda. A raíz de esta argumentación se explaya en la defensa del Estado del Bienestar y la preservación del ciudadano que este hace. De esta manera, todo esfuerzo fiscal estaría justificado siempre que fuese orientado a mejorar las infraestructuras sanitarias, educativas o sociales. Sin embargo, cabe preguntarnos hasta qué punto el sistema tributario que nos impide tan siquiera ahorrar para tener un mañana cubre estas funciones o más bien se extralimita.

Tal vez al fundador del Foro de Davos le temblase el pulso al reconocer que buena parte de lo recaudado va destinado a ineficiencias estatales —como los chiringuitos ideológicos que contaminan cada centímetro cuadrado de España— o a cubrir los compromisos de deuda que tienen los Estados. Y he aquí lo relevante: los países están más apalancados que desde hace muchas décadas. La cantidad de deuda que los Estados se han comprometido a devolver tras la crisis pandémica es sencillamente asfixiante. Nos queda un legado de intereses de la deuda por pagar que durará mucho tiempo en sanarse y la cura será a base de impuestos por lo pronto. Después, a todo seguro, llegará una época de recortes y mayor enfado (si cabe) social. Esto entroncaría con otra de las ideas que Klaus Schwab intenta sibilinamente colar al lector: el capitalismo orientado al crecimiento económico ha fracasado y es insostenible para el plantea. Debemos ir aceptando cada vez más que los Estados también pueden buscar el decrecimiento económico si con ello ayudan a la acción planetaria y al cuidado de los ciudadanos más desfavorecidos. Es decir, distribuir pobreza para equipararnos a todos mientras que salvamos la Tierra. Un disparate al que vamos bastante encaminados.

Otra idea que se desliza es más perturbadora y de ahí que al lector le recomiende estar preparado para cualquier evento. Como si retomase aquellos estudios del Deutsche Bank que bautizaba el tiempo postpandemia como La Era del Caos, Klaus vuelve a lanzar un mensaje que —pese al tono filantrópico, buenista y dulzón con el que adereza todo el ensayo— no deja de ser motivo para la cautela y prudencia. Schwab describe la tendencia macroeconómica global que vamos a ver en los próximos años como una «línea de picos de sierra»: un periodo estable de crecimiento (o recuperación) más o menos prolongado seguido de un evento abrupto que haría retroceder el desarrollo económico de los países. Por ese mismo motivo —y viendo cómo de la nada vivir es insostenible con esta inflación de caballo y surge una guerra a las puertas de Europa— el mejor consejo que podría transmitir al lector es el de ser conservador con su sueldo y que no le dé reparo el ahorrar ya que los bolsillos sufrirán una incertidumbre que quiere ser la tónica habitual en esta década de los años 20 del segundo milenio.

Estos son los aspectos más llamativos del primer tramo del ensayo COVID-19: el Gran Reinicio. El más importante prefería dejarlo para el final. Este es que para afrontar crisis globales como la pandemia son necesarias instituciones globales ágiles y con poder para compeler a los Estados a adoptar medidas, teniendo también fuerza mediadora, estando por encima de estos. De tal manera, al concluir este tramo del escrito, Klaus Schwab no deja de resaltar las bondades de un sistema de gobernanza global. Es realista y también destaca que no es sencillo y que entraña muchos riesgos, pero sería un objetivo a través del cual se podría coordinar de manera más sencilla, por ejemplo, luchar contra el cambio climático.

Aunque parezca irónico, el propio Schwab alerta de que una gobernanza global, combinada con el extendido uso de la tecnología y acompañada por el imparable Internet de las Cosas nos llevaría a una distopía. Parece que el alemán también tiene buenas dosis de humor.