Hace unas semanas coincidí con el profesor de Lora en unas Jornadas de Derechos Humanos organizadas por Aceprensa. Él, como catedrático de Filosofía del Derecho, habló sobre la aparición de los nuevos derechos; yo, como abogado especializado en derechos humanos, hablé sobre la libertad de expresión en los medios de comunicación. En el transcurso de la jornada conversamos animadamente sobre los temas que se discutían en las diversas mesas redondas. En el transcurso de las conversaciones llegamos al entendimiento de que la libertad de expresión debe tener unos límites bastante reducidos, ya que es fundamental para que la sociedad pueda hablar y discutir sobre aquellos temas que le son más acuciantes.

Las pintadas que han aparecido recientemente en la Universidad Complutense exigiendo la retirada de su libro, El laberinto de género, y el de José Errasti, Nadie nace en un cuerpo equivocado, de la biblioteca de la Universidad me dan pie a hablar del respeto de las opiniones de los demás y de los límites de la libertad de expresión. En concreto, las pintadas aparecidas en la Complutense están escritas en hojas arrancadas de los referidos libros y contienen mensajes que revelan lo poco tolerantes que son algunos con aquellos que piensan distinto: «Ha llegado la Queerinquisición a la UCM», «Furia trans» o «Profesores tránsfobos: tenéis regalo bajo el coche».

Además de la incongruencia de intentar vetar un libro en una bibliteca universitaria, el sitio por excelencia donde se produce el intercambio de ideas y se discute sobre desacuerdos, los mensajes profieren amenazas de muerte contra los profesores. La libertad de expresión tiene pocos límites, pero uno de ellos es proferir amenazas de muerte contra alguien. Que el grupo TransMariBiBollo RQTR (Erre Que Te Erre), que ha reivindicado las amenazas, actúe así, demuestra dos cosas: que los que no respetan a los diferentes y los que son intolerantes son ellos y que, claramente, no quieren discutir con nadie que piense distinto. Los libros de los profesores amenazados son una invitación a discutir sobre un tema candente en la sociedad contemporánea.

Desgraciadamente esto no solo pasa en España. En la Universidad de Sussex, la profesora de filosofía Kathleen Stock se vio obligada a renunciar a su trabajo por el acoso que recibía por parte del alumnado por mantener una «retórica dañina» para los transexuales. La universidad y varios cientos de académicos apoyaron su independencia académica a través de cartas y acciones, pero la presión le hizo renunciar.

En México, Christian Cortez, era el estudiante encargado de dar el discurso de graduación de su clase en la Universidad Autónoma de Baja California. En su discurso, expresó sus profundas convicciones morales sobre el estado del mundo actual en muchos temas, entre ellos la importancia de la familia y la santidad de la vida. Varios profesores y alumnos se quejaron por ello y la Universidad inició los tramítes para retirar su licencia para practicar la psicología. Christian fué defendido por ADF INternational y la Universidad entendió que las acusaciones en contra de Christian eran infundadas y paralizó las traímtes para retirarle la licencia.

Este último caso acabó bien, pero muchos otros ni empiezan ni acaban bien. Lo que es preocupante e intolerable es que sea precisamente en las universidades donde se erosione el derecho a hablar libremente y a compartir opiniones. La sociedad se nutre y fundamenta en la capacidad de discutir sobre cualquier tema. Precisamente si no estamos de acuerdo con alguien, es cuando la discusión es más necesaria para poder llegar a un acuerdo. Los ataques contra aquéllos que piensan de manera diferente en pro de la seguridad y la igualdad entorpecen la seguridad y la igualdad de esta sociedad. No podemos permitir que profesores y estudiantes se sientan cohibidos en aquellas instituciones cuyo fin es la búsqueda de la verdad. Sin libertad de expresión no hay posibilidad de buscar la verdad.