San Juan Evangelista cierra la Biblia contándonos el fin de los tiempos, el Juicio Final, momento para el que la humanidad se prepara en vida con la esperanza de que su alma disfrute la eternidad. El momento exacto no sabemos realmente cuándo sucederá.

España, como cada verano desde que tengo memoria, se abrasa. Intento recordar un mes de julio con temperaturas inferiores a los 40 grados y no existe ninguno en el que me haya tenido que tapar lo más mínimo para poder dormir. Son más de tres décadas las que llevo viviendo en el valle del Guadalquivir y siempre el único remedio para soportar el calor del verano ha sido huir. En mi caso, al fresco litoral onubense.

Según la tele, caja de la verdad absoluta, la culpa del calor veraniego es consecuencia del manido cambio climático, que a su vez es culpable de los incendios que arrasan nuestros montes. ¿Y quién provoca el apocalipsis climático? Pues el desalmado de clase media que viaja en vacaciones, come carne y pescado, tiene un utilitario diésel y una casa climatizada donde las temperaturas extremas no existen. ¡Ah! Y del machismo también, que lo ha dicho un estudio científico de la Universidad de Cambridge. ¿Qué se piensan que los incendios veraniegos podrían evitarse porque los lugareños recojan la leña vieja y seca de los bosques en invierno y saquen a su ganado a pastar en primavera? ¿Por invertir pasta en realizar cortafuegos en condiciones en vez de realizar campañas navideñas para que los niños tengan muñecas y las niñas coches y pelotas? En este país sale más barato, es más sencillo y está mejor visto abortar y dejar que un niño de catorce años se mutile, que labrar y desbrozar zonas de pastos o podar un pino, una encina o un alcornoque.

¿El clima no cambia? Claro que cambia, y se ha calentado y enfriado varias veces en los más de 4.500 millones de años que tiene la Tierra. Variaciones que se producen de forma muy lenta y, por supuesto, no por el SUV y los txuletones. La temperatura del Sol, la inclinación de la Tierra y otros fenómenos como la erupción de volcanes o la influencia de las corrientes marinas son los agentes que influyen realmente en un verdadero cambio climático. Respecto al hombre y su acción sobre el clima se nota más por la desertificación de grandes zonas boscosas que por la basura que nos venden en los medios de comunicación día a día.

El clima es el estado permanente de la atmósfera en un lugar determinado a lo largo de un año. En él influyen relacionados entre sí la temperatura, las precipitaciones, el viento, la presión atmosférica, la distancia al mar, la altitud, la latitud, las corrientes marinas, etc. Esto puede variar si se suceden varias erupciones volcánicas (un volcán emite a la atmósfera más gases que la acción del hombre en décadas), si se detienen algunas corrientes marinas (en los últimos 15.000 años la del Golfo, que es cálida, se ha parado tres veces, produciendo un enfriamiento del clima en Europa y no en América), y por supuesto, la incidencia del sol. Aún así, el clima nunca se enfría o calienta de forma homogénea en todo el mundo, mal que les pese a los globalistas.

El hombre no altera el clima. De hecho, es el clima el que ha influido de forma directa en los grandes cambios de la historia de la humanidad. Veamos varios ejemplos.

Una de las referencias para observar las variaciones que se producen en el clima a lo largo de la historia es la Dendrocronología, ciencia que se ocupa de la datación de los anillos de crecimiento de plantas arbóreas y arbustivas leñosas. Por ello se sabe que el Imperio Romano coincide con un periodo cálido del clima, similar o de temperaturas más altas que el actual, desde el 250 a.C. al 400 d.C. aproximadamente, produciéndose un enfriamiento a partir del siglo V d.C. Esto explicaría, sin quitar mérito a la historia de Roma, la expansión del imperio o el hecho de que Aníbal pudiese llegar hasta las mismísimas puertas de la ciudad de las siete colinas con sus elefantes. También se explica cómo la expansión del Imperio bizantino se estanca en el siglo V, debido a una serie de malas cosechas influidas por un enfriamiento del clima y, en consecuencia, las hambrunas que desembocaron en una gran epidemia de peste, iniciando así el retroceso del imperio que consiguió reunir Justiniano. Aquel enfriamiento también tuvo como consecuencia la mayor presión de los pueblos bárbaros a las fronteras del Imperio de Occidente y su posterior invasión, en su búsqueda de latitudes más suaves y condiciones más favorables para el desarrollo de la agricultura y la vida.

Posteriormente, en torno al siglo X se vivió otro calentamiento climático, pero éste de mayor intensidad que el de la época romana. El Óptimo Climático Medieval, fue un periodo en el que la temperatura media de la Tierra se mantuvo un grado y medio o dos por encima de la actual. Fue tal la suavidad del clima que en las tierras cultivables se multiplicaron en toda Europa, propiciando así que las cosechas impulsaran la demografía y que se explotasen cultivos como la vid en zonas hoy impensables, como las islas británicas o el norte del continente. Entonces se dio la expansión de los vikingos que, con sus drakkars aterrorizaron el litoral europeo, llegando a Groenlandia (que significa Tierra Verde, llena de árboles y pastos donde hoy solo hay nieve y hielo) y a Terranova a la cual llamaron Vinland y que describieron como «lugar donde no nieva y florecen las vides con uvas».

Aquel periodo no duró toda la vida y a comienzos del siglo XIV se volvería a producir un enfriamiento del clima que se prolongaría por unos 500 años, aproximadamente hasta 1850. Aquella época, conocida como la Pequeña Edad de Hielo, se debió a una menor incidencia del sol y una mayor actividad volcánica, que hizo que la temperatura media de la Tierra fuera dos grados inferior a la actual. Aquel descenso provocó que los Vikingos abandonaran las tierras de Norteamérica y Groenlandia a causa del avance imparable de los hielos y la imposibilidad de la práctica de la agricultura. Las lluvias torrenciales anegaron las tierras de cultivo, convirtiéndolas en zonas pantanosas, donde proliferaron los mosquitos. Las hambrunas llegaron de manera inevitable, debilitando tanto a la población que cuando a mitad del siglo XIV llegó la peste negra, la mortalidad alcanzó la mitad de los habitantes de la Europa de la época.

Las temperaturas eran tan bajas que se recompusieron los glaciares derretidos en el periodo anterior. Ríos como el Támesis se congelaban todos los años, dando lugar a una feria muy famosa que se realizaba sobre las aguas congeladas de Londres y que se estuvo celebrando hasta mediados del XIX. En España, la congelación del Ebro era normal, el negocio de los neveros era muy productivo. A finales del XVI se produjo el Milagro de Empel, cuando las tropas españolas vencieron a los calvinistas holandeses, al quedar éstos atrapados en el hielo de los canales a consecuencia de una gran helada.

Tanto influyó el clima en el hombre, que las malas cosechas de la Francia de finales del XVIII produjeron tales hambrunas que las protestas terminaron desembocando en la toma de la Bastilla. En 1815 la erupción del volcán Tambora en el sudeste asiático produjo «el año sin verano», cuando nevó en lugares como el sur de México y Guatemala; que el 2 de junio de 1816 se produjera una nevada en Massachussets que dejó multitud de muertos, que en julio y agosto del mismo año aparecieran hielos en ríos y lagos de Pensilvania y Virginia. En Europa la escasez de grano hizo que se produjeran grandes revueltas en Inglaterra y Francia, coincidiendo con las Guerras Napoleónicas. Los soldados galos cuentan que durante la retirada de la Grande Armée de territorio ruso hacía tanto frío que a los caballos que no habían muerto congelados le podían cortar tiras de carne en plena marcha que apenas lo sentían.

La Pequeña Edad de Hielo tuvo sus altibajos en cuanto a temperaturas siendo el pico el conocido como Mínimo de Maunder que ocupó todo el s. XVII. Este fenómeno consistió en la práctica desaparición de las manchas solares de la superficie del astro rey. Para que se hagan una idea se observan entre 40.000 y 50.000 manchas solares en un periodo equivalente al que hubo entre los años 1645 y 1715, en el que no llegaron a contarse más de cincuenta.

En la actualidad, nos encontramos saliendo de un breve periodo glacial (hace sólo 170 años que terminó la Pequeña Edad de Hielo), encaminándonos, supuestamente, a una época más cálida, como ya ocurrió en el Periodo Cálido Romano o en el Óptimo Climático Medieval. La única diferencia de aquellas eras con el siglo XXI es que ahora intentan hacernos creer que la causa de las variaciones del clima es de la forma de vida del hombre corriente occidental, y no de fenómenos naturales que se escapan completamente del control del hombre.