Es esta noche

Dios mismo sale a nuestro encuentro como el padre misericordioso que echó a correr cuando divisó a su hijo en la distancia

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Hoy empieza el cumplimiento de todas las promesas. Lo anticipa la antífona de entrada de la misa del 24: «Ya llega la plenitud del tiempo, en la que Dios envía a su Hijo a la tierra».

Hoy la humanidad, en la Misa del Gallo, el lector leerá la Calenda, que recapitula toda la historia de la Creación «desde que, al principio, Dios quiso crear de la nada el cielo y la tierra, materia incandescente, rotando sobre su eje, a los que asignó un progreso continuo a través de los tiempos». Recordará la historia de la Salvación a lo largo de ese admirable proceso en que Dios fue preparando al género humano para la redención. Evocará la grandeza del reinado de David, el destierro de Israel en Babilonia, la liberación por decreto de Ciro, rey de Persia. Esta noche haremos memoria de cómo, «en la 194 Olimpiada de Grecia; en el año 752 de la fundación de Roma; en el año 42 del reinado del emperador Octavio César Augusto, cuando una inmensa paz reinaba sobre toda la tierra; hace más de 2.000 años; en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por los romanos; en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada; De María virgen esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús hijo del eterno Padre y Hombre verdadero, llamado Mesías y Cristo, Salvador que los hombres esperaban».

La historia evocada por la Calenda registra episodios abominables: la idolatría, la esclavitud, el exterminio de pueblos enteros, la traición de los hombres a Dios que creó un universo entero como acto de amor infinito, el abandono de Aquel nos ofrece una amistad que —como decía Frossard— no es de la Tierra. En efecto, como tituló su famoso libro, Dios existe. Yo me lo encontré. Esta noche es Dios mismo quien sale a nuestro encuentro como el padre misericordioso que echó a correr cuando divisó a su hijo en la distancia. Ya lo decía San Juan Pablo II el Grande: «El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más».

En su cuna, en su pesebre, descendiente de reyes y pobre en su propia tierra, este Niño que morirá por los pecados de toda la humanidad también parece débil incapaz de nada importante. Como decía un capellán de mi facultad, «en la Cruz Cristo está salvando al mundo y la vida sigue igual: el mundo no se entera». Supongo que Dios actúa en el silencio y por eso, en esta noche, sólo se enteran de lo que está pasando los pastores que estaban en vela. Esto es una buena noticia para los periodistas de noche, los abogados de guardia y el personal de de urgencias sanitarias. También han de celebrarlo los policías, los camioneros de madrugada y los soldados que aguardan «como el centinela la aurora». Queda incluso alegría y esperanza para quienes escribimos de noche, a deshoras, y mandamos la columna a La Iberia confiando en que, milagrosamente, habrá alguien despierto para recibirla y editarla. A todos los que trasnochamos y estamos en vela, Dios tiene una primicia que contarnos.

Este Niño va a salvar a la humanidad en la Pasión y Resurrección. Él va a descender a los infiernos a tomar de la mano a Adán y a Eva y a decirles, como el sermón antiguo del Sábado Santo, «a ti te mando: “despierta tú que duermes”, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo; “levántate de entre los muertos”, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona». La Pascua de Navidad y la Pascua de Resurrección están tan estrechamente ligadas que la alegría de una contiene, de algún modo, a la otra.

Hay algo misterioso en esta noche que abre el ciclo de la redención de una humanidad hambrienta, sedienta y perdida. A los hijos del siglo XXel del Genocidio Armenio, el de las misas en los campos de concentración y de exterminio, el de las comuniones en secreto durante la persecución religiosa en España y las resistencias católicas al nazismo y al comunismo, el del aborto, la eutanasia y la eugenesia— esta fiesta nos recuerda que todo el mal del mundo no basta para apagar el amor de Dios que brilla en esta noche. A los pastores«que dormían al raso y velaban por turno durante la noche su rebaño»,«la gloria del Señor los envolvió en su luz». Tal vez sólo esa luz pueda iluminar nuestro tiempo.

Feliz Navidad.

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