En el origen de la construcción europea resuena un nombre que hoy vuelve a adquirir relevancia: Richard von Coudenhove-Kalergi. Aristócrata austro-japonés, fundador en 1923 de la Unión Paneuropea, Kalergi fue el primer intelectual que formuló con claridad un proyecto de federación continental. Su obra Praktischer Idealismus (1925) contiene el núcleo de ese pensamiento. Allí expone una Europa sin fronteras nacionales, regida por una élite cultural y racialmente transformada por un mestizaje que él consideraba inevitable.
Este texto, leído con atención, resulta clave para comprender tanto la inspiración filosófica de la integración europea como las tensiones que hoy desangran a la Unión Europea. La propia existencia del Premio Coudenhove-Kalergi, concedido por la Fundación Paneuropa a líderes como Helmut Kohl, Angela Merkel o Jean-Claude Juncker, demuestra que no se trata de un autor marginal ni de una nota al pie de la historia: es uno de los padres intelectuales de Europa alabado por políticos y personas reconocidas de la sociedad europea.
En el caso de la rama española, presidentes han sido Abel Matutes, exministro de Exteriores con José María Aznar, o Íñigo Méndez de Vigo, exministro de Cultura y portavoz del Gobierno bajo la presidencia de Mariano Rajoy. Estos y otros personajes en su mayoría están relacionados con el Partido Popular.

El hombre del futuro
En Praktischer Idealismus, Kalergi proyectaba sin ambages lo que para él sería la evolución antropológica de los europeos: «El hombre del futuro será mestizo. Las razas y clases actuales desaparecerán gradualmente debido a la desaparición del espacio, del tiempo y de los prejuicios. La raza euroasiático-negra del futuro, similar en apariencia a los antiguos egipcios, sustituirá la diversidad de pueblos por una diversidad de individuos».
Es decir, el europeo del mañana dejaría de ser europeo tal como lo conocemos. La mezcla con asiáticos y africanos produciría una nueva raza, un «hombre universal» desarraigado de cualquier identidad concreta. Kalergi veía en ello un progreso, la superación de prejuicios y fronteras. Pero leído hoy, el mensaje resulta casi profético: la sustitución de pueblos enteros por un mestizaje dirigido desde arriba. Millones de inmigrantes de África y Asia que no van a otro sitio sino a Europa.
Kalergi, además, no confiaba en que este proceso se produjera de manera espontánea. Creía que debía estar orientado por una nueva aristocracia, no de sangre ni de espada, sino «del espíritu». De ahí que su visión «inevitable» del futuro de Europa fuera una proyección para convertir en realidad por sus creyentes. Entre ellos, Otto de Habsburgo, quien fue uno de sus primeros apoyos.
Pero no es la única familia real europea que se une animosamente a un proyecto de dominio total: el príncipe consorte holandés Bernardo de Lippe-Biesterfeld, con el dinero de David Rockefeller, motivó la creación de lo que hoy se conoce como Club Bilderberg.
La élite que dirigiría Europa
El conde señalaba que, tras la decadencia de la aristocracia feudal, Europa había producido otra clase dirigente. Y la identificaba con claridad: «En lugar de destruir la aristocracia europea, Europa engendró un nuevo tipo de aristocracia a través de este proceso: la aristocracia del espíritu. Este desarrollo, que reemplazó a la antigua aristocracia feudal, fue enormemente promovido por los judíos, que aportaron muchas de las personalidades más destacadas de los tiempos modernos». Y añadía: «Los líderes judíos del futuro constituirán una nueva nobleza de la mente, del mismo modo que en el pasado la nobleza de la espada dominó Europa».
El modelo kalergiano es, por tanto, dual: masas mestizas sin identidades fuertes y una élite cosmopolita, cohesionada y con poder cultural, encargada de gobernar el continente. La lógica política que encierra es evidente: diluir la diversidad de pueblos para facilitar un gobierno centralizado por minorías organizadas. El divide et impera romano aplicado con extrema precisión desde el siglo XX.
De la teoría a la política europea
¿Se quedó todo esto en un ejercicio teórico? La respuesta es no. Kalergi fundó la Unión Paneuropea y dedicó su vida a promover congresos, escritos y contactos políticos. Sus ideas influyeron en Briand, Churchill y, tras la Segunda Guerra Mundial, en quienes pusieron en marcha el primer embrión comunitario: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
Décadas después, la propia UE ha asumido sin disimulo la herencia kalergiana. No sólo al mantener vivo su premio, sino también en su discurso oficial sobre inmigración y futuro demográfico. Basta consultar las proyecciones de Eurostat y de la Comisión Europea: para 2100, casi la mitad de la población residente en la UE será de origen africano o asiático. No se trata de una hipótesis marginal, sino de un dato reconocido en documentos oficiales. Para algunos, utilizar los mismos datos de la UE es un discurso de «ultraderecha» y «conspiranoico». La élite tiene sus propios perros para acallar la disidencia.
A ello se suma la narrativa constante en Bruselas sobre «gestión de la migración», «movilidad internacional» y «diversidad como valor». En la práctica, el resultado es un mestizaje creciente, acompañado por el debilitamiento de las identidades nacionales y religiosas que han conformado Europa durante siglos.
Para premiar esto, la Unión Europea tiene un galardón llamado Carlomagno, en el que se reconoce a aquellos que trabajan por la unificación —que no unión— europea. La última en recibir este premio ha sido la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien fue alabada por el rey Felipe VI y en cuyo discurso pidió más integración y más Bruselas. Un rey que pide que le reduzcan su reinado a un mero título no es un rey, sino un súbdito. En este caso, súbdito de la nueva élite dominante kalergiana. A saber, según sus escritos: una élite internacional eminentemente judía, desarraigada, cosmopolita, dominante absoluta a través de los mecanismos políticos y económicos y su posterior desarrollo.
El exeurodiputado británico del UKIP, Stuart Agnew, elevó una pregunta en 2019 relacionada con este mismo texto que señala directamente al corazón de la Unión Europea: «Los líderes de la UE continúan recibiendo el premio europeo Coudenhove-Kalergi, inspirado en las teorías del conde Richard von Coudenhove-Kalergi. Sin embargo, he sido informado de que una de sus publicaciones, Practical Idealism, contiene teorías y retórica racistas y defiende la ingeniería racial. Esto guarda un paralelismo inquietante con la actitud de puertas abiertas hacia la inmigración procedente de los países norteafricanos y africanos que hemos visto en todos los Estados miembros de la UE. ¿Podría la Comisión asegurar a mis electores que las políticas actuales de inmigración de la UE no reflejan ni forman parte del llamado Plan Kalergi? ¿Puede también explicar por qué se ensalza a Coudenhove-Kalergi, cuando el uso abierto de semejante lenguaje podría llevar a ciudadanos europeos corrientes a enfrentarse a un proceso judicial?».
La respuesta de la Comisión fue escueta y evasiva: «La Comisión Europea ni entra en especulaciones ni tiene constancia de la existencia de ningún plan al que se refiera el honorable miembro».
El dilema de Europa
El punto neurálgico es éste: lo que Kalergi presentó como visión hoy es política pública. La inmigración masiva procedente de África y Oriente Medio, combinada con tasas de natalidad europeas en mínimos históricos, no responde a la casualidad. Se ajusta al patrón que Praktischer Idealismus ya anticipaba: una población mestiza bajo el liderazgo de élites supranacionales. ¿Todo esto implica que haya una relación entre todos los puntos mencionados? En absoluto, pero sin duda genera dudas que deben ser planteadas y atendidas de la manera más objetiva posible.
El problema no es sólo cultural o demográfico. Es también político. Un continente compuesto por individuos atomizados, desarraigados de cualquier pertenencia fuerte, resulta más fácil de gobernar desde arriba. La identidad nacional, religiosa y comunitaria deja paso a una identidad débil, cosmopolita y fácilmente moldeable. La UE, con sus instituciones alejadas de los pueblos, aparece entonces como el vehículo perfecto para ese modelo. No en vano, en esta nueva legislatura bajo Von der Leyen se espera que se apruebe la reforma de los Tratados Fundacionales de la Unión Europea. De llevarse a cabo, Bruselas se transformará en lo que otros como José Manuel García-Margallo ha elogiado: los Estados Unidos de Europa. Para eso, la receta ya la ha mencionado el también presidente del gobierno Pedro Sánchez: cesión de soberanía y más «gobernanza global».
Crítica necesaria
Conviene subrayar un hecho: Coudenhove-Kalergi no era un conspirador oculto, sino un intelectual que publicó sus ideas de manera abierta. Lo que incomoda —y por lo que tantos prefieren pasar de puntillas sobre este tema— es la fidelidad con la que su proyecto parece estar materializándose. Su mestizaje universal y su élite espiritual se parecen demasiado a la Europa actual: fronteras debilitadas, reemplazo demográfico en marcha y un poder concentrado en minorías tecnocráticas y burocráticas.
La pregunta obligatoria es si Europa puede sobrevivir a este proceso sin perder lo que la ha definido durante siglos: su raíz cristiana, sus naciones soberanas, sus tradiciones culturales. Kalergi veía todo eso como lastres del pasado. Muchos europeos, en cambio, lo consideran su única garantía de futuro.
El llamado Plan Kalergi no necesita adornos conspirativos, basta leer sus textos. En ellos ya estaba escrito un continente sin pueblos, mestizo y regido por élites desvinculadas de la tradición. Lo que entonces era teoría, hoy se parece demasiado a la práctica institucional de la Unión Europea. Europa se enfrenta, por tanto, a una disyuntiva histórica: aceptar la deriva hacia la homogeneización demográfica —que en la práctica real serán guetos donde las comunidades no convivan, sino que compartan espacios— y la disolución cultural y religiosa en una islamización paulatina de nuestros espacios, o recuperar la soberanía de sus pueblos frente a una maquinaria supranacional que parece más fiel a Kalergi que a sus propios ciudadanos.


