El que escribe pertenece a una generación condenada a ver morir a muchos de sus ídolos sin haberlos visto sobre los escenarios. Ayer fue un recordatorio de ello. Robe Iniesta, a causa de complicaciones provocadas por un trombo en el pulmón que le impidió dar punto y final a su gira en 2024, falleció a primera hora del 10 de diciembre. Joven con cara de anciano. Viejo de energía incombustible. Enfermo en plenitud. Robe era uno de esos músicos a los que muchos les ponen un principio y les intuyen un final. Sesenta y tres primaveras que han valido por muchísimos solsticios que aún están por llegar.
Los que lo admiramos lloramos su pérdida; los que no lo conocen también, aunque no lo sepan. Extremoduro (Robe, en esencia) forma parte de la historia de España. Ha sido de esos grupos que han tejido un hilo vivo entre distintas generaciones, personas variopintas de todos los colores políticos que olvidaron sus diferencias entre los soliloquios acompasados de un extremeño duro como su tierra. Las verbenas eran menos verbenas si no sonaban sus acordes descarnados, porque Extremoduro acoge a todos aquellos a los que los ritmos intrascendentes de Los 40 al 1 les saben peor que un pan sin sal.
Irreverente, incorregible, libre y, ahora, inmortal. A pesar del intento de un sector de sus oyentes, incluso del suyo propio, de asociar su música a un determinado espectro político, los versos que un día compuso son patrimonio de todos los españoles, como lo son los grandes poetas a los que menciona a lo largo de su interminable discografía. Sus letras, desgarradas y bellas, cruzan edades y geografías; son himnos de la vida real, de los que aman y sufren, de los que buscan sentido en un mundo demasiado grande.
Robe escapa del Mediterráneo para empaparnos del espíritu castellano. Calzadas las alpargatas, nos embarca por caminos empedrados, encinas de sombra alargada, andenes de estaciones perdidas con trenes que sólo cuentan con billete de ida. Pese a la dureza exterior, en sus versos hay un amor palpable. Le canta al día a día, a sus estrecheces y sus glorias, a la luna que nos mira con desdén y a las miradas que les pudo el peso del vivir.
Ponerle etiquetas a su música es como tratar de cercar el campo. Fue un torrente de creatividad en una industria hecha con moldes. Pese a las drogas, la enfermedad, los demonios que no se ven, las heridas que sólo se cierran cuando se apaga la luz de una vez por todas, Robe supo hacerse un hueco en la vida de miles de personas que hoy escuchan sus letras mirando hacia donde quiera que haya ido, brindando por todas aquellas canciones que dejó por terminar.
Aunque te ha tocado marcharte, nosotros dejamos las ventas sin cerrar y la puerta abierta, por si algún día te decides a regresar.


