Islamización progresiva, ceguera ideológica y uso político de la izquierda

Países como Turquía, Marruecos, Catar o Arabia Saudí aprovechan la ingenuidad europea para ampliar su poder interno

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Europa atraviesa un proceso de transformación profunda que muchos prefieren ignorar desde hace décadas. El avance del islam político —organizado, financiado y estratégicamente coordinado— no es una teoría conspirativa, sino una realidad palpable. Ya hace unas semanas tratamos algo semejante en el artículo sobre el llamado Plan Kalergi.

Durante décadas, las principales organizaciones islamistas, incluida la red global de los Hermanos Musulmanes, han ido consolidando presencia en barrios, instituciones, ONG, universidades y hasta en organismos de la propia Unión Europea. El reciente informe Unmasking the Muslim Brotherhood del grupo European Conservative and Reformists (ECR) del Parlamento Europeo lo documenta con una claridad difícil de cuestionar. Bruselas ha financiado y legitimado a entidades vinculadas a una ideología cuyo objetivo no es convivir con Europa, sino transformarla desde dentro.

Para entender cómo se ha llegado a este punto hay que mirar más allá de los actores islamistas. Nada de esto habría avanzado con tanta facilidad sin la connivencia política, la ceguera ideológica y la ingenuidad militante de una izquierda woke que creyó haber encontrado aliados naturales en las comunidades musulmanas. La izquierda europea, convencida de que representaba la vanguardia del progreso social, abrió las puertas de par en par a organizaciones que jamás compartieron sus valores, pero que supieron aprovechar muy bien su necesidad de aliados identitarios.

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Décadas de avisos

Existen vídeos, charlas privadas filtradas y audios que circulan desde hace años donde líderes religiosos musulmanes (imanes, predicadores y representantes de asociaciones «moderadas») hablan abiertamente de la izquierda como de un instrumento útil para avanzar su agenda. En más de una ocasión, se les ha escuchado presumir del «ingenuo progresismo» europeo, describiendo a sus aliados políticos como «tontos útiles» que defienden causas que ni ellos mismos aceptarían en sus países de origen, pero que permiten tejer el marco perfecto para la expansión cultural del islam. Lo dicen sin tapujos: la izquierda permite avanzar posiciones que de otro modo serían impensables. Éste es uno de los muchos caballos de Troya que nos hemos comido los europeos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El error estratégico de esa izquierda ha sido creer que el islam político podía ser domesticado dentro del discurso de la diversidad. Pensaron que podían sumar a los musulmanes a su bloque electoral a cambio de legitimación cultural, subvenciones y visibilidad institucional. No comprendieron —o no quisieron comprender— que muchas de estas estructuras islamistas no se integran en la lógica progresista; la utilizan mientras les sirve. Y cuando llegue el momento de romper, romperán.

Mientras tanto, la estrategia islamista avanzó por vías ya conocidas: financiación extranjera para mezquitas, formación de imanes vinculados a Marruecos, Turquía, Catar o Arabia Saudí, consolidación de asociaciones culturales «representativas» y construcción de un ecosistema de ONG que presionan a la opinión pública y a las instituciones utilizando el concepto de «islamofobia» como arma política. El informe analiza precisamente cómo este término se convirtió en un mecanismo para silenciar cualquier crítica y para proteger del escrutinio a organizaciones islamistas que operan bajo apariencia de moderación.

La conexión con los gobiernos extranjeros es un elemento crucial que rara vez se aborda con honestidad. Marruecos controla a buena parte de sus comunidades en España, Italia o Francia a través de redes de imanes y asociaciones. Turquía utiliza su enorme diáspora en Alemania, los Países Bajos o Austria como herramienta política directa al servicio de Erdoğan. Catar lleva años financiando centros culturales, grupos académicos y asociaciones juveniles. Arabia Saudí sigue influyendo en mezquitas y escuelas coránicas con una agenda doctrinal profundamente conservadora. Ninguno de estos actores trabaja en favor de la integración europea. Trabajan en favor de su propia influencia.

Una red islámista creciente

El resultado es que hoy Europa alberga una red islámica transnacional cuya capacidad política crece cada año. Y aquí aparece el elemento más preocupante: la organización del voto musulmán. En barrios de Francia, Bélgica, Países Bajos o Alemania ya es evidente que existe un voto guiado, homogéneo, disciplinado y orientado por estructuras religiosas y comunitarias. Ese voto no responde a debates nacionales ni a programas políticos, sino a instrucciones, recomendaciones y lealtades culturales internas.

La izquierda, convencida de que esa masa electoral sería suya, alentó durante años su consolidación. Pero la realidad es distinta: lo que se está formando es un bloque político autónomo, capaz de apoyar a partidos islamistas en el futuro o de presionar a formaciones tradicionales para obtener concesiones culturales, legales o educativas.

Europa, sin darse cuenta, está creando la infraestructura electoral que permitirá a partidos islamistas —cuando decidan presentarse— irrumpir con fuerza en sus parlamentos. Y esa posibilidad dejaría de ser un miedo para convertirse en un escenario factible: un poder político articulado desde dentro del sistema democrático, pero con objetivos incompatibles con el orden y ser histórico europeo.

La clave del problema es que la izquierda woke ha sido el vehículo perfecto para este proceso. Mientras celebraba la diversidad como un fin en sí mismo, otros utilizaban esa diversidad como herramienta de poder. Mientras denunciaba la «islamofobia» como delito moral, organizaciones islamistas tejían redes de influencia. Mientras defendía la multiculturalidad como si fuera un dogma, entidades financiadas desde Turquía, Catar o Marruecos se fortalecían con ayuda pública europea. Todo bien regado de dinero a un lado y a otro del espectro —no olvidemos a la derecha «moderada» en todo esto—. El islam político nunca vio en la izquierda un aliado real. Vio un instrumento. Y lo ha utilizado de la forma más eficaz posible.

Europa aún puede reaccionar, pero sólo si asume de una vez que negar la realidad es la forma más rápida de perder el control. La islamización progresiva del continente no es un fenómeno inevitable, pero lo será si la política europea sigue empeñada en ignorar lo que ya está ocurriendo. Porque, como tantas veces en la historia, quienes llegan con un proyecto claro siempre terminan imponiéndose sobre quienes renuncian a defender el suyo.

En la política no existen los espacios vacíos y nuestra élite se ha dedicado a vaciar nuestro espíritu cristiano europeo para rellenarlo de serrín, fácilmente reemplazable llegado el momento.

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