La muerte de Robe Iniesta, a los 63 años, ha sacudido como un latigazo a la música en español. Líder de Extremoduro, icono del rock urbano, compositor de algunos de los himnos generacionales más citados de las últimas tres décadas, Robe era, para muchos, la encarnación de una forma de mirar la vida: desobediente, herida, tierna y lúcida al mismo tiempo.
La nota de Dromedario Records, «la más triste de nuestra vida», lo despedía como «el último gran filósofo, el último gran humanista y literato contemporáneo de lengua hispana». Una declaración rotunda, que sin embargo revela el lugar que Iniesta había conquistado más allá de los escenarios. Él mismo desconfiaba de los halagos, pero sabía, y lo sabía bien, que sus canciones habían estremecido a generaciones enteras. Desde So payaso hasta Dulce introducción al caos, desde La vereda de la puerta de atrás hasta Si te vas, Robe construyó un repertorio que millones sienten como una extensión íntima de sí mismos.
Su muerte llega en un momento en que el músico extremeño permanecía convaleciente. En noviembre de 2024 tuvo que cancelar los dos últimos conciertos de su gira Ni santos ni inocentes, ambos con el cartel de no hay billetes, tras ser diagnosticado de un tromboembolismo pulmonar. Se vio obligado a guardar reposo absoluto. Quienes le conocían sabían que la salud lo había frenado, pero no lo había doblegado: seguía escribiendo, planificando, pensando nuevas maneras de volver a la carretera.
Nacido en Plasencia el 16 de mayo de 1962, trabajador de oficios dispersos antes de lanzarse al camino de la música, Robe Iniesta fue, como tantos señalan estos días, un letrista con una potencia literaria difícil de clasificar. Su capacidad para combinar crudeza y lirismo, exceso y ternura, lo hizo único. En sus versos convivían Lorca, Machado y Miguel Hernández con una calle abrasada, con la desesperación, con la búsqueda obstinada de belleza en medio del caos. Por esa hibridación entre alta literatura y brutal honestidad fue galardonado en 2024 con la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes.
El comunicado de su equipo evocaba otra de sus facetas: la del Robe comprometido. Mencionaban sus campañas ecologistas, sus ayudas a ONG, su capacidad de «poner de acuerdo a PSOE, PP, Unidas Podemos y Vox». Lo describían como jefe exigente, pero justo; valiente, generoso y, por encima de todo, “maestro de maestros”. Una figura más compleja de lo que habitualmente permite la etiqueta de «rockero»: alguien que leía sin descanso, que reflexionaba sobre filosofía, política, arte y sociedad, y que convertía toda esa materia en canciones abrasivas y, al mismo tiempo, profundamente humanas.
La ola de reacciones que ha seguido a su muerte confirma la dimensión de su figura. Músicos de varias generaciones (Sidecars, Viva Suecia, El Kanka, Rozalén, Niña Polaca, Alcalá Norte) han expresado su conmoción citando versos que marcaron sus vidas. La música española pierde al segundo referente en dos días, tras la muerte de Jorge Martínez, de Ilegales. El Museo del Prado recordó su colaboración reciente, combinando la colección de la pinacoteca con su canción El poder del arte. La SGAE subrayó el valor histórico de las más de 150 canciones que registró desde 1990, entre ellas piezas ya inscritas en la memoria colectiva del país.
Todos ellos citan la misma sensación: se va un creador cuya obra no solo acompañó vidas, sino que las sostuvo. Extremoduro, con su crudeza y su ternura, ofreció a miles de adolescentes y adultos una forma de atravesar el dolor. Una poética del desgarro. En sus letras había sexo, alcohol, derrota, humor negro y una búsqueda obstinada de dignidad. La vida para Robe fue una pelea contra la inercia y la resignación; una lucha para encontrar un segundo de belleza «en el último suspiro de un segundo».
Con su muerte, la música española pierde una voz, pero no sus canciones. Su obra seguirá ahí, en los altavoces y en la memoria, en los conciertos que otros dedicarán en su nombre y en los versos que muchos repetirán para resistir un día más. Él ya no seguirá por el camino recto por el más torcido, como decía, pero quienes lo escucharon caminarán un trecho más acompañados por su música.


