Espacios para conversar, conspirar, enamorarse, cantar a voz en grito o entablar una pelea de las que hacen volar las sillas: los bares —o cafés, tabernas, cantinas, tascas, pubs, coctelerías…— tienen un merecido protagonismo como escenarios de ficción. Los hay elegantes y de batalla, sombríos y luminosos, con chimenea o con vistas al mar, con o sin piano, con taburetes de madera o sillones de capitoné. Están en Los Ángeles o Shanghai, en un aeropuerto de Indonesia o en un bucólico pueblo de Irlanda, en una base militar o en un pueblo del Oeste. En esta entrega de Podría ser peor, daremos un paseo por mis bares favoritos de la literatura, el cine y el cómic. A la primera invito yo.

1  Club Obi Wan (Indiana Jones y el templo maldito, 1984)

Todo empieza con un sonoro toque de gong. El Obi Wan, un elegante club nocturno de Shanghai, que ofrece a sus clientes —extranjeros o chinos— números musicales, exquisitos cócteles y una medida atmósfera de exotismo. El dueño del establecimiento, un oscuro hombre de negocios llamado Lao Che, ha quedado con un arqueólogo vestido de esmoquin blanco para realizar una jugosa transacción. Pero todo se complica, claro, porque una película no podría llevar el sello de Indiana Jones si no tuviese un comienzo trepidante. Disponible en Amazon Prime.

2  El viejo navío (La taberna errante, Gilbert K. Chesterton)

Corren tiempos duros. En Inglaterra —¡en Inglaterra!—, un ignominioso Gobierno de progreso, conformado por ingenieros sociales con veleidades islamistas, ha prohibido estrictamente las bebidas etílicas, entre otras muchas cosas. Pero hay esperanza: quedan un barril de ron y una rueda de queso, y un montón de canciones, y en ese rincón sin sede fija se refugiará la civilización (comida, bebida, música y amistad).

Hay unas cuantas ediciones en español, algunas tituladas La hostería volante, que tampoco suena mal. Yo les recomiendo la de Acuarela Libros, con un buen prólogo de —¡sorpréndanse!— Santiago Alba Rico. Después de la novela, o mejor durante, no se pierdan las Canciones de la taberna errante, bellamente editadas por Ediciones More y cantadas por Jesús Beades y compañía (Spotify) con un color que recuerda a The Young Tradition.

3  Hard Deck (Top Gun: Maverick, 2022)

Hasta un antiamericano con fobia a volar querría pasar un rato en el Hard Deck. Será por la camaradería entre pilotos, porque tiene piano y mesa de billar, por el techo y las paredes abarrotados de recuerdos de aviación o por la sonora campana que hace sonar de vez en cuando su espléndida camarera (Jennifer Connelly). La película está en Prime Video, por si tomaron la pésima decisión de perdérsela en el cine o por si quieren volver a verla para revivir la escena del bar. Aquí lo que escribí sobre ella para Revista Centinela.

4  Posada Jamaica (La posada Jamaica, Daphne du Maurier)

La posada Jamaica, en la costa de Cornualles, no tiene buena fama. La frecuentan hombres rudos que se ganan la vida de formas… ejem, poco recomendable. En cuanto la huérfana Mary Yellan llega al negocio de sus tíos, comprende que no será fácil sobrevivir en ese ambiente brumoso y amenazante.

Daphne du Maurier contó que la inspiración para su historia nació de un establecimiento real («un hotel entrañable y acogedor en el que ya no sirven bebidas alcohólicas»). Partiendo de aquella imagen, su mente viajó más de un siglo atrás para crear un escenario tan imaginativo como verosímil. Editada por Alba Editorial.

5  Cohan’s (El hombre tranquilo, 1952)

En la taberna de Cohan, en Innisfree, se bebe, claro —«cuando bebo whisky, bebo whisky, y cuando bebo agua, bebo agua», diría Micheleen Oge Flynn—, pero también se canta —mejor si es The Wild Colonial Boy. En su barra, uno se puede encontrar con el cura o con el casamentero. Es mucho más que un negocio: es un punto de encuentro y de discusión, de puñetazos y de risotadas, siempre a la irlandesa. Normal que Sean Thornton no se quiera ir. Disponible en Amazon Prime.

6  Victor’s (El largo adiós, Raymond Chandler)

En esta novela Chandler escribió el que probablemente sea el mejor párrafo que jamás se ha escrito sobre los bares, y no puedo evitar citarlo entero. «Me gustan los bares», dice cuando acaban de abrir, a primera hora de la tarde. El aire todavía está limpio, todo reluce y el camarero se mira una última vez en el espejo para comprobar que lleva la corbata en su sitio y el pelo bien alisado. «Me gustan las botellas bien alineadas en la pared del fondo, las copas que brillan y las expectativas. Me gusta verle mezclar el primer cóctel, colocarlo sobre el posavasos y situar a su lado la servilletita de papel perfectamente doblada. También me gusta saborear despacio ese primer cóctel. La primera copa de la tarde, sin prisas, en un bar tranquilo: ¿no es maravilloso?».

El bar de El largo adiós, en concreto, se llama Victor’s, está en Los Ángeles —¿dónde si no?— y la especialidad, claro, es el gimlet, el trago favorito de Phillip Marlowe. Mientras disfruta de unos cuantos vasos de su legendario cóctel, el detective y tipo duro profesional charlará con dos personajes muy importantes, un hombre y una mujer. Encontrarán la novela en un montón de ediciones en librerías de viejo.

7  Bar del Aeropuerto de Kemayoran (Vuelo 714 para Sídney, Hergé)

Tómense esta elección, más que como una enésima declaración de tintinismo (que también), como una muestra de amor hacia los bares de aeropuerto, testigos de tantas despedidas y encuentros, casualidades y misantropías. Cuando Tintín, Haddock y Tornasol desembarcan en Yakarta, Indonesia, en una escala camino de Sidney, se van directos a la cantina para tomar un refresco (no tienen Loch Lomond, suponemos). Allí se tropiezan con un viejo conocido, el piloto estonio Piotr Pst, y conocen al excéntrico millonario Laszlo Carreidas.

Las cinco planchas que transcurren en el aeródromo indonesio son una buena muestra de la capacidad de Hergé de trasladarnos a un ambiente reconocible con unos pocos trazos limpios. Este álbum, como todos los de la colección, lo publica Editorial Juventud.

8  El Póney Pisador (El señor de los anillos, J. R. R. Tolkien)

El universo de Tolkien está lleno de tabernas y posadas. La más conocida, sin duda, es El Póney Pisador, en la colina de Bree, lugar idóneo para reponer fuerzas del camino, comer sustanciosamente y calentarse con unas buenas bebidas. La regenta Cebadilla Mantecona, un tipo afable y desmemoriado, y en su interior hay una chimenea humeante para confortar a los viajeros. Publicado por Planeta.

9  Havana Room (Havana Room, Collin Harrison)

No está en La Habana, sino en Manhattan. Y no es exactamente un bar, ¿o sí? Bill Wyeth concluye su descenso a los infiernos —tras un desafortunado episodio que destruye su vida y su familia— en la mesa de un restaurante neoyorquino, un steakhouse al que acuden hombres de negocios, actores, políticos, celebridades varias y tipos como él, de esos que sencillamente quieren comerse un buen filete en silencio, sin que nadie les dé la brasa. Cuando se convierte en un habitual, se da cuenta de que el restaurante tiene un secreto: un bar privado que llaman Havana Room, en el que solo entran algunos selectos clientes. ¿Qué habrá tras la puerta misteriosa?

Aunque Havana Room se parece muy poco a las novelas negras que me gustan —es excesiva, deslenguada y caótica, como si Tom Wolfe hubiera pasado por sus páginas—, por alguna razón me gusta, me gusta mucho. Navona Editorial.

10  Grafton’s Saloon (Raíces profundas, 1953)

Si habían creído que iba a terminar esta lista sin mencionar un western es que no me conocen suficiente. Podríamos pasarnos por el saloon de Río Bravo o por el bar de El hombre que mató a Libery Valance por ejemplo, pero me quedo con el Grafton’s de Raíces profundas, al lado de la tienda de víveres, frecuentado por los temibles ganaderos. El lugar perfecto para que Shane demuestre de qué madera está hecho. Está en Prime Video.