Zohran Mamdani y la nueva imagen de siempre del socialismo de los Estados Unidos

El socialismo norteamericano no se sostiene sobre los trabajadores, sino sobre élites universitarias y profesionales que elaboran teorías de sociedades ideales sin padecer las consecuencias de su aplicación

|

La victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York ha sido celebrada como un «acontecimiento histórico» por la izquierda internacional. Una nueva figura se suma al escaparate mediático del socialismo de iPhone estadounidense, junto a Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders. En esta ocasión, con todos los ingredientes para ser el perfecto candidato globalista: además de progre, inmigrante y musulmán. El socialismo norteamericano cree vivir su gran momento, convencido de que su ascenso es ya imparable en los Estados Unidos. Para los Socialistas Demócratas de América (DSA) y su entorno político, «ha llegado la hora».

El entusiasmo que hoy embarga a los militantes socialistas recuerda a la exaltación que acompañó la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980, cuando muchos pensaron que el país se encaminaba hacia una revolución liberal de mercado y libertad individual. Aquella ilusión terminó desvaneciéndose, y del mismo modo, los partidarios de la DSA experimentarán antes o después la frustración propia de toda esperanza política que choca con la realidad. No obstante, hasta que llegue ese punto de desencanto, tendrán margen para causar un daño considerable.

Las urnas son un arte impredecible, pero los gobiernos, en cambio, suelen responder a lógicas simples. Hoy, el ciudadano medio no ve al Estado como una estructura ilegítima, sino como un aparato incompetente que puede corregirse, y la DSA se presenta como el instrumento de esa corrección. Incluso entre los seguidores de Donald Trump persiste la fe en el poder estatal: confían en que la intervención pública solucione sus problemas, aunque el propio expresidente promueva medidas inflacionarias y aranceles que debilitan la economía.

Socialismo urbanita

El socialismo se concibe a sí mismo como la forma superior de organización colectiva, pero su aplicación práctica nunca ha resultado sencilla. En la era de la imagen, su supervivencia depende menos de los dogmas económicos que de los rostros mediáticos que los encarnan. Mamdani y Ocasio-Cortez representan el nuevo socialismo fotogénico, mientras Sanders, ya octogenario, conserva el aire del militante obrero de los viejos círculos trotskistas de Brooklyn. Si en otro tiempo se asumía que sólo los más despiadados (Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot) podían imponer el socialismo, hoy se adorna con palabras como «democracia» y una sonrisa amable

Pese a su retórica triunfalista, el fenómeno sigue circunscrito a los grandes centros urbanos, dependientes precisamente de la riqueza privada que sus dirigentes denuncian. Los tres principales referentes socialistas proceden de Nueva York, y la victoria de Mamdani, lejos de ser aplastante, apenas superó la mitad de los votos. La DSA ha encontrado terreno fértil en lugares como Portland, Seattle, Chicago o determinadas ciudades de California, donde el Partido Demócrata lleva años tolerando tanto el auge del crimen como la violencia política de grupos encapuchados. Ambos fenómenos sirven, de hecho, como combustible para el discurso socialista, que combina permisividad ante el desorden y férreo control ideológico, una mezcla que algunos han descrito como «anarco-tiranía».

El éxito electoral, sin embargo, no se traduce en prosperidad. Las administraciones de corte socialista acaban inevitablemente sumidas en la degradación y la pérdida de dinamismo. Sus líderes manejan con destreza la propaganda, pero mantienen la ingenua creencia de que una sociedad mejor puede decretarse por mandato. El socialismo, más que una estructura económica, es una disposición mental: para sus adeptos, la victoria consiste en ganar elecciones, no en mejorar las condiciones reales de vida.

Socialismo para ricos

La DSA pretende extender su influencia más allá de sus feudos urbanos y convertirse en el motor ideológico del Partido Demócrata. Documentos internos revelados por la periodista Olivia Reingold muestran que su dirección considera al nuevo alcalde musulmán un instrumento para avanzar en una agenda de abolición de cárceles y fronteras, y de supresión definitiva del «orden bárbaro del capitalismo». Fundada en 1982, la organización propone una revolución «pacífica» basada en la erosión de las instituciones democráticas desde dentro. En su último congreso, bajo el lema «Renacimiento y más allá», los delegados aprobaron una resolución que definía como objetivo «unir a los trabajadores para conquistar la democracia y alcanzar el socialismo». Su ambición, añadía el texto, no se limita a la política nacional: busca integrarse en un «movimiento mundial de la clase trabajadora».

Esa apelación, sin embargo, tiene más de símbolo que de realidad. El socialismo norteamericano no se sostiene sobre los trabajadores, sino sobre élites universitarias y profesionales que elaboran teorías de sociedades ideales sin padecer las consecuencias de su aplicación. Los fracasos acumulados en el siglo XX no han debilitado su fe; las imágenes de los simpatizantes de Mamdani celebrando su triunfo lo confirman.

En su discurso de victoria, el nuevo alcalde inmigrante y musulmán proclamó que «no hay problema demasiado grande para que el gobierno lo resuelva ni preocupación demasiado pequeña para que le importe». Sin embargo, su programa, basado en gravar con nuevos impuestos a los «ricos» para financiar prestaciones gratuitas, revela el dilema clásico del igualitarismo: no se puede ayudar a todos castigando a unos pocos. Todo proyecto socialista necesita enemigos que sirvan de justificación moral; en el pasado, esa lógica condujo a persecuciones y confiscaciones en nombre de la igualdad. Aunque Mamdani no haya incitado a la violencia, la deshumanización del adversario es un ingrediente constante del pensamiento colectivista.

Un triunfo con límites

Desde el punto de vista electoral, su éxito tiene un alcance limitado. Apenas superó un 50% frente a dos rivales debilitados, como Andrew Cuomo o Curtis Sliwa, lo que relativiza el supuesto derrumbe del «oligarquismo». Mientras tanto, en Minneapolis, otro miembro musulmán de la DSA, Omar Fateh, perdió ante el alcalde progresista Jacob Frey. Para consolidar su influencia, la izquierda socialista deberá demostrar que puede vencer en contiendas reñidas, no solo en enclaves ideológicamente homogéneos.

La coyuntura económica podría facilitarle terreno. En un contexto de inflación y deterioro del empleo, las promesas de vivienda asequible, sanidad gratuita y trabajo para todos pueden seducir a muchos incautos o desesperados que sufren la crisis. A la vez, la política arancelaria de Trump y la incertidumbre institucional alimentan el desencanto del votante medio. Pero interpretar la victoria de Mamdani como preludio de una oleada socialista nacional es un error. El colectivismo sigue siendo una doctrina fracasada que conduce, allí donde se aplica, a la ruina económica. Ni la juventud de sus portavoces ni la sofisticación de su discurso alteran ese hecho.

El ascenso de Mamdani no significa que la bandera estadounidense vaya a ser sustituida por la hoz y el martillo, pero sí advierte de un riesgo real: el de una ideología nefasta que, bajo nuevas apariencias, aspira a repetir los mismos errores del pasado.

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.