Iqbal en Córdoba

España y Pakistán comparten, misteriosamente, esa herencia islámica que une Oriente y Occidente, y dio poetas como Ibn Hazm de Córdoba o Muhammad Iqbal

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Córdoba, septiembre de 1933. Se llama Muhammad Iqbal (1877-1938) y está visitando España en busca de Al Andalus, el occidente islámico cuya historia contaron el padre Miguel Asín Palacios (1871-1944), Évariste Lévi-Provençal (1894-1956), Emilio García Gómez (1905-1995) y tantos otros arabistas europeos que estudiaron esta civilización deslumbrante. Iqbal viene de muy lejos, de más allá del Magreb y del Mashreq, más allá del Levante, más allá incluso de Persia. Nació el 9 de noviembre de 1877 en Sialkot, parte de lo que entonces era la India Británica, y ya es un hombre maduro. Ha visto muchas cosas. Posee una cultura vastísima. Es poeta, filósofo y político. Escribe en urdu y en persa.

Pocos años antes, en 1930, ha pronunciado en Allahabad un discurso llamado a cambiar la historia. Allí donde otros poetas sueñan con jardines o palacios, él ha teorizado un lugar que cambiará la historia de Asia y del mundo islámico. Ha propuesto que los musulmanes del subcontinente indio, bajo dominio británico, se constituyan en una entidad política autónoma en el noroeste de la India. Él imagina una comunidad con autogobierno, identidad histórica y capacidad legislativa propia. Quizás no lo sepa, pero este poeta que visita Córdoba en el mes de septiembre de 1933, ha alumbrado la idea de Pakistán, que Muhammad Ali Jinnah (1876-1948) y la Liga Musulmana impulsarán en los años posteriores. Un abogado como Jinnah era necesario para vertebrar políticamente el sueño, pero un poeta como Iqbal era preciso para soñarlo de modo que inspirase a millones.

Muhammad IqbalAhora Iqbal contempla maravillado el tesoro que tiene ante sus ojos y junto al cual los cordobeses pasan cada día. Puede ver su bosque de columnas y arcos rojiblancos. No es muy diferente de las grecas que decoran los azulejos del arte persa e indio. Se deslumbraría ante la luz que atraviesa el Mihrab de Al Hakam II (915-976), esa cámara de mármol y mosaico que, en la mejor tradición bizantina, evoca una claridad que no es de este mundo. Sobre una antigua basílica visigoda, se alza esta mezquita ampliada varias veces, transformada, en la que han rezado musulmanes y cristianos. Tal vez piense en su tierra, donde musulmanes, hindúes y cristianos viven en un tiempo atribulado. Queda tan conmovido que escribe un poema titulado, claro está, Masjid-i Qurtuba (Mezquita de Córdoba).

Iqbal también visita Granada, pero no nos ha dejado ningún poema sobre la impresión que le causó el palacio de los reyes nazaríes. Sabemos, por notas, que apreció su «melancolía estética». No es absurdo imaginar que sonreiría al sonido del agua de las fuentes o al silencio del patio de los Arrayanes. Quizás se interesó por la poesía de Lorca (1898-1936), que había publicado el Romancero gitano (1928) y el Poema del Cante Jondo (1931) pocos años antes, o tal vez le hablasen de su Oda a Granada (1931). Debió de dedicar algún tiempo a ver el Salón de Embajadores y el Mirador de Lindaraja. Quién sabe si el Patio de los Leones le recordó a las fuentes de las mezquitas y los jardines de Sindh. Me lo imagino escuchando la historia de la Sala de los Abencerrajes. Ojalá alguien le hablara de los romances viejos que hablaban de reyes y sabios como el de la pérdida de Alhama. A lo mejor lo llevaron al Albaicín y pudo escuchar el cante jondo de los gitanos, que llegaron desde la India, como él, hace ahora seis siglos.

España y Pakistán comparten, misteriosamente, esa herencia islámica que une Oriente y Occidente, y dio poetas como Ibn Hazm de Córdoba (994-1064), el autor de El collar de la paloma, que tradujo García Gómez y publicó, cómo no, la Revista de Occidente en 1952 con prólogo de Ortega (1883-1955). Los primeros testimonios de una lengua que ya no era latín se conservan en las jarchas —«Tant’amad, habib, tant’amad! Māl yā mamā? dolos me fas»— que los poetas andalusíes intercalaban en las moaxajas. Sin duda, Iqbal apreció aquella poesía que contaba, a través de los siglos, el dolor por la ausencia de quien se ama.

El 9 de noviembre se celebra en Pakistán el Día de Iqbal, que conmemora la poesía en urdu y persa. Me gusta imaginar que ese poeta, que imaginó un país y dedicó a Córdoba un poema, se sintió como en casa cuando estuvo entre nosotros.

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