Estas navidades he vuelto a Bilbao. En el viaje escucho un podcast de Higinio Marín en el que habla de Ulises, un guerrero de vuelta a casa. Baja al infierno, vence a gigantes de un solo ojo, esquiva los sortilegios de las brujas, resiste la belleza y la inteligencia de las sirenas y las ninfas… Pero ninguna hazaña tendría lugar si Penélope no lo hubiera olvidado. Sólo se vuelve allí donde nuestra ausencia no cae en el olvido. Por eso la casa es el lugar al que volver.

El mismo día que llegamos a Bilbao vamos a la cena de antiguos de Olalde. No es una casa al uso. Es una asociación juvenil del Opus Dei. Disfrutamos de la típica cena de antiguos: comida rica, cerveza, recordar anécdotas y cantar «Rock & Roll Star». Uno la tocó hace años y ya es tradición. Dice Sabina en Peces de ciudad que «Al lugar donde has sido feliz/ No debieras tratar de volver». Es un verso con esa belleza triste tan de Sabina. Esa tristeza que seduce al adolescente que fuma un cigarrillo mirando al horizonte. Una tristeza estética, muy apropiada para canciones, poemas y cuadros. Pero poco práctica para la vida real. Mejor estar contento. Y yo en la cena de antiguos de Olalde estoy contento.

Higinio Marín explica que hay otros hábitos que se suman al regreso y convierten a la casa en hogar: la comida, el sueño, el baño y la conversación. Los cuatro actos nos permite volver a empezar. Cuando dormimos, por ejemplo, podemos volver a empezar porque hemos descansado. Por la domesticación del fuego el sapiens pudo velar el sueño y consiguió un sueño profundo. Por eso el sinónimo de casa es hogar, lugar del fuego. Lo mismo ocurre con el baño. Cuando te das una ducha larga dices: «Me he quedado como nuevo». La comida tiene el mismo efecto: el que come, regresa el cuerpo a su equilibrio metabólico. La comida es el sitio de una fraternidad que no surge de la sangre sino del pan (cum panis significa «con pan» y de ahí viene «compañero»). Por eso el cuarto rito es la conversación. Porque la comida humana deja lugar a la palabra y la palabra se extiende en la conversación. Una conversación tiene el efecto del baño y del sueño y de la alimentación. El efecto de poder volver, de regresarnos al principio.

Los veintipico de la cena de antiguos volvemos al principio. Tres de ellos son hermanos de sangre. El resto son compañeros de fatigas. Aunque no hayamos coincidido en el mismo curso, tenemos mucho en común. Comemos y charlamos. Recordamos historietas del colegio y de convivencias clásicas. Aventuras que fueron épicas en su día y ahora, con años de perspectiva, son tonterías divertidas. Nos vamos renovados. Hemos vuelto a Olalde. Hemos vuelto a casa.