Dos amigos van a una boda a Bilbao. Uno es seminarista y el otro es diácono, o sea que va vestido de cura (me dice que le gustó el artículo sobre «ver un cura por la calle»). El domingo, después de la boda, desayuno con ellos y me cuentan esta historia entre los dos. Me parece una buena historia. Les digo que la tienen que escribir. «Escríbela tú». Allá vamos.
La serie de catastróficas desdichas empieza una semana antes de la boda. El cura que iba a casar a los novios tiene un accidente en bici. Nada grave, pero no puede viajar. Así que el novio le pide al diácono, que iba a ir de invitado, que les case él. También le pide a otro sacerdote que celebre la Misa.
El mismo día de la boda, en la fila del avión, el seminarista y el diácono se van a comprar una Fanta porque el diácono es diabético. Se entretienen un poco hablando de la ceremonia, la boda, la Misa… y cuando vuelven no hay nadie en la fila. Ha pasado todo el mundo y han cerrado la puerta de embarque. Explican al operario que van a una boda, que los va a casar él, que no pueden perder ese avión… pero no hay nada que hacer. Así que llaman al novio y se ponen a buscar otras opciones. Vuelos a Bilbao, a Santander, a San Sebastián… La boda es a la una del mediodía y hay un avión que llega a Bilbao sobre esa hora. Pero la boda no es en la ciudad, sino en un pueblo cercano. Al final compran otro billete. Aterrizan en Bilbao y se suben a un taxi que los lleva al pueblo de la boda. Llegan justos para el aplauso del final.
Para redondear el día, al diácono le dan una noticia durante el banquete: se ha muerto Ascensión, una feligresa de noventa y cuatro años que ayudaba en su parroquia. La señora iba a una catequesis que celebraban en el cementerio, se ha caído y se ha dado un golpe en la cabeza. Ha fallecido ese mismo día en el hospital. El diácono nos explica que hace dos semanas habló con la señora porque vio a su nieto ir en patinete sin casco. Ahora resulta que la señora ha fallecido en un accidente.
Hablando sobre la boda, el diácono nos cuenta que ir vestido de cura es un imán para gente borracha con ganas de contar su vida sin pudor. «Claro, no vas a estar bailando dentro, así que sales fuera. Pero fuera están los más perjudicados y tú terminas hablando con los tíos abuelos de la novia o con una prima etílica que te empieza a contar su vida…».
Por último, a la vuelta de la boda, el seminarista y el diacono se confunden de autobús y se montan en el de la gente que quiere salir de fiesta. Todos cantan y dan golpes en el techo del autobús. A ellos ya les da igual todo. Solo quieren que el día termine. Llegan a Bilbao y, después de aprender que los taxis no paran en esta ciudad, se van al hotel.
¿Cuál es la moraleja de la historia? No estoy seguro. No todo lo que pasa tiene una enseñanza directa. Pero siempre se pueden sacar aprendizajes a posteriori. Mejor no ir a comprar una Fanta justo antes de coger un vuelo. La persona que celebre la boda da un poco igual, porque los ministros del sacramento son los cónyuges. La faena de perder un vuelo te puede alegrar un desayuno si se cuenta con gracia. Un cura vestido de cura es un imán para los borrachos en la celebración de una boda… que cada uno elija.