Terminé hace poco Un caballero en Moscú. Me pareció un gran libro y escribiré una reseña. Ahora quiero hablar de otro caballero. Se llama Jorge. No es la primera vez que escribo sobre él. La primera fue hace cuatro años. Yo acababa de llegar a Madrid. Le hablé de mis ínfulas de escritor y él me puso los pies en la tierra. Jorge ha sido director general de una empresa importante y entiende bien el mundo. Por supuesto, el mundo laboral. Pero también comprende a las personas. Ahora se dedica, entre otras cosas, a asesorar a jóvenes profesionales.
La segunda vez que nos vimos fue un año después. Yo no estaba súper contento en el colegio y él me volvió a ubicar en la realidad: «Olvídate de irte a África. Céntrate, prepárate mejor las clases y ya veremos al final de curso». Me lo dijo sonriendo y con cariño yo entendí que tenía razón.
Hoy le vuelvo a ver. Ha quedado con una chica para hacer uno de sus asesoramientos. Yo llego después al restaurante. Soy el acompañante de la asesorada. Jorge nos cuenta que ha visto a doscientas y pico personas este curso académico. Ayer habló con una mujer con muchos hijos a la que han echado del trabajo. Jorge consiguió que la mujer pasase de la desesperación a la alegría. ¿Cómo? Contando la historia de la vaca.
Dos monjes, uno joven y otro anciano, van peregrinando y se encuentran con una familia muy pobre que vivía de una vaca famélica. Pasan con ellos la noche. Al amanecer, el monje anciano entra en el establo y mata a la vaca. Luego se marchan de allí. Al cabo de un año regresan a la misma casa. Ya no es una chabola, sino una casita humilde. El padre de la familia les cuenta que el mismo día que partieron, un desgraciado mató a la vaca. La familia tuvo que buscar una solución: cultivaron la tierra de detrás de la casa y la cosecha fue excelente. Ahora les va mucho mejor. Eso explica Jorge a la mujer: te han matado la vaca. Ese trabajo no era para ti. Por eso te han echado. Con la vaca sucede que te la tiene que matar otro. Porque tú no te atreves.
Jorge ha montado una empresa para reutilizar baterías en África, una fábrica de mascarillas durante el COVID en la que trabajaban personas con discapacidad, dos guarderías y una tienda de complementos para bicicletas. Todo ello mientras era director de una empresa grande y consejero en otros tantos grupos. No es ingenuo. Podría estar horas contando tragedias. Pero tiene una mirada alegre. Una mirada que nace de la confianza y la fe.
«Si no te tiras a la piscina, nunca habrá agua. Pero, si saltas, siempre terminas encontrando agua. Tienes un disgusto, vale. ¿Qué vas a hacer al respecto? Puedes llorar un rato en la esquina. Pero no te puedes quedar allí». De eso va el juego, de crecer acogiendo la vida que se nos ha dado. Es bonito porque no es una idea abstracta. Es el resumen de su biografía.
Al cabo de hora y media la asesorada se levanta con decisión. Pero Jorge averigua su intención, se levanta también y paga antes que ella. Luego nos explica que estos encuentros le mantienen fresco. «Si no, estaría hablando de si la bolita ha entrado en el hoyo y del tipo de vino que marida mejor con la carne». Después de dedicarnos tres horas largas (asesoramiento y cena), nos explica que le estamos haciendo un favor a él. Dice que cuando nos suban el sueldo se dejará invitar. De momento, podemos agradecerle su tiempo y su cariño con estas líneas.