Desde que se ha viralizado el vídeo de Alberto Pugilato abofeteando al cómico Jaime Caravaca me he debatido internamente en la justicia del acto. Si bien un primerísimo instinto me hace apartar la mirada ante la violencia desproporcionada, en una segunda aproximación me veo exaltado aplaudiendo el tortazo. ¡Qué bien ejecutado! ¡Qué aerodinámica!
Hay algunos miserables que no merecen recibir de su propia medicina y en algunos casos toda solución pasa por un bofetón bien arreado, sujeto con precisión a la mejilla, cargado con la inercia de un brazo mamotrético. Yo no sé dar ese tipo de tortazos porque aún nadie me ha ofendido lo suficiente, esto es, porque no soy padre. Y ahí reside toda la dubia de la cuestión.
Pugilato es padre y eso justifica el primer tortazo, el segundo y si me apuras habría justificado un tercero, como también podría servir de coartada la condición de hijo. El Papa Francisco lo explicó bellamente hace algunos años: «Yo creo que no se puede reaccionar de forma violenta, pero si el señor Gasparri, mi gran amigo, dice una mala palabra contra mi madre, el puede esperar un golpe. Esto es normal», concluyó el Papa algo exacerbado.
El problema del asunto, o eso quiero pensar, es la falta de hábito y quizá debiéramos empezar a dar bofetones a aquellos que los merecen. Algunos han reflexionado sobre la falta de paternidad y fidelidad de nuestra sociedad. Sin hijos ni figuras paternas apenas nos queda nada que defender, claro, pero yo pienso que todavía estamos en un estadio que nos permite cargar el brazo como un puyazo frente al tendido siete. Hay padres e hijos que defender y muchos de nuestros bíceps parecen abatidos.
Se me ocurre ahora que bien acabaría la historia de las monjas de Belorado y el «obispo» cismático con un bofetón a Pablo de Rojas, un cruce de cara a mano abierta, acaso con una edición andrajosa del Catecismo naranja. Pero ahora que lo pienso también arrearía gustoso un guantazo a David Broncano, que hizo mofa de la muerte de una niña en la puerta de Montealto. A Bob Pop por su burla de la Madre Teresa, a González Pons por su literatura pornográfica y a Zapatero por su compadreo con ETA. Y así podría seguir, porque España está para agarrar una tendinitis.