Belorado

Todos hemos leído sobre las hermanas clarisas de Belorado, Burgos, y su levantamiento en armas contra el obispo Iceta y el Papa Francisco. Las informaciones, algo confusas, que estos días han ido saliendo del convento nos generan un punto de insatisfacción por lo religioso del asunto. Declararse en rebeldía ante una Madre no es cosa menor. Pero a mí no dejan de provocarme una graceja, así como berlanguiana, del que se sabe el final de la historia.

Lo cierto es que Pablo de Rojas, pomposo y excomulgado, se presentó el pasado domingo 12 de mayo en el locutorio del convento imponiendo su propia ley. La omertà del horterismo, supongo. Algunos han dicho que bien podría haber metido la cabeza en el torno, confiando en que recibiera una buena torta por parte de la abadesa. Las quince clarisas, sin embargo, dejaron pasar a la cohorte de la herejía al claustro del convento. Nunca un caballo de Troya había llevado alzacuellos. Bueno, sólo aquella vez que secuestraron a la esposa y al hijo de Bárcenas.

Desde entonces todo ha sido delirio conventual. En la puerta de Belorado, el que tengo aquí col…, se ha postrado como un cancerbero de sus vergüenzas el ayudante de Pablo de Rojas, que se dice sacerdote cuando todos sabemos que sólo ha tributado como coctelero en bares homosexuales de Bilbao. La gogó preconciliar, que eso es, lleva desde aquel momento profiriendo insultos contra los Papas del último siglo, contra los obispos del nuestro y si me apuras hasta contra el Espíritu Santo.

Decía que conocemos el final de la historia porque todo va a terminar bien. Siempre termina bien. El redil tiene las puertas anchas y tan fácil resulta salir como entrar. Pero por el camino hay un temor que, ojalá no, quizás pueda prosperar: aquello de que las monjas han enloquecido y han sido engañadas por la comparsa del incienso. Y yo niego la mayor. Pocas sabidurías más arraigadas encuentro que aquélla que nace entre las cuatro paredes de la contemplación. A las monjas de Belorado las intuyo intelectualmente capacitadas para discernir entre la jerarquía de Roma y el organigrama del cilicio. Por eso la opción de la locura debería quedar descartada.

Más humana me parece la otra hipótesis: están enfadadas. Así como hemos sabido que una discusión económica merodea por las raíces del conflicto, lo cierto es que una monja tiene el mismo derecho al enfado que cualquiera de nosotros. Otra cosa es que dentro de la M-30 lo paguemos con un insulto a una conductora, acaso un bocinazo, y ellas pasen la factura directamente al Vaticano. Pero más humano que la locura es el pecado. Su inteligencia no está reñida con su naturalísima capacidad para pecar, como la justicia del cielo tampoco está reñida con su naturalísima capacidad para el perdón. Nuestro juez se conmueve ante la miseria.

Así, la historia de Belorado, el que tengo aquí col…, cicatrizará en algunos meses. En plenas facultades humanas —que en eso consiste pecar— y en plenas facultades espirituales —que en eso consiste arrepentirse—, las hermanas clarisas terminarán por propinar la patada en el trasero que Pablo de Rojas merece y que, algunos datos nos hacen sospechar, él recibirá gustosamente. Su enfado es normal porque en todos nosotros también lo es, pero nada como la abundancia de pecado para que sobreabunde la Gracia. Y si en unas semanas la gogó sigue en la puerta, escribidme. Iremos allí con Desokupa.

Pablo Mariñoso
Procuro dar la cara por la cruz. He estudiado Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribo en La Gaceta, Revista Centinela y Libro sobre Libro. Muy de Woody Allen, Hadjadj y Mesanza. Me cae bien el Papa.