Después de varios artículos densos sobre temas profundos, toca volver al barro. Está bien escribir sobre asuntos trascendentes, pero la gente quiere salsa y yo me debo a mi público. Así que vamos a ello.
Hace poco salió un tema candente: las aplicaciones de citas para católicos. En el grupo éramos siete solteros: cuatro chicas y tres chicos (todos solteros y católicos). Ninguno tiene estas aplicaciones. O por lo menos ninguno lo reconoce. Hay opiniones encontradas sobre el particular. Pero no podemos quedarnos en las sensaciones, hay que ofrecer argumentos. Por eso escribo, porque soy lento y cuando se me ocurre alguna idea interesante hace rato que se ha ido todo el mundo.
El primer argumento en contra lo da un chico del concilio de solteros: «No es que la gente ya no se hable, es que ni se miran. La gente va mirando el móvil. Yo quiero conservar ese juego de miradas, hacer estupideces, decir tonterías…. tiene algo de quijotesco, de locura sana». Me parece un puntazo.
Hace poco estuve en una charla de Arthur Brooks y su mujer Esther. Arthur es profesor de Harvard. Su asignatura se llama Leadership and happiness y es la asignatura optativa más popular de Harvard Bussiness School: tiene 180 estudiantes en clase y 400 en lista de espera. Arthur Brooks se parece a Marian Rojas: ambos explican ideas sencillas, lo refuerzan con base científica/biológica y la gente, sedienta de verdad, corre deprisa (o paga mucho dinero) para escuchar consejos que nuestras abuelas ya conocían.
Los Brooks cuentan cómo se conocieron. Ambos eran músicos. Ella tocaba la trompeta y él la trompa. Coincidieron en un festival en Europa y se enamoraron, aunque ella hablaba español y catalán y él solo conocía el idioma de Shakespeare. Terminó el festival, ella volvió a Barcelona y él a USA. Ella vendió su trompeta y su coche y viajó a Nueva York. Allí se hicieron novios sin hablar el mismo idioma (él dice que llevan treinta años casados y todavía no la entiende, pero quizás no sea por el idioma). Luego Arthur viajó a Barcelona y se presentó a las oposiciones para la orquesta de la ciudad, las aprobó y se fueron a vivir juntos. Y ella, moderna y empoderada, dejó de lado sus convicciones cuando le vio hincar rodilla y jurar que la querría siempre. La historia sigue y tiene muchos matices que no conozco. Esto es solo el principio. Lo emocionante empieza después, cuando los invitados se han ido y toca recoger y madrugar al día siguiente.
Arthur contó esta historia en su clase. Un chico se emocionó y dijo: «Yo también estoy enamorado de una chica que vive lejos y voy a buscarla». Arthur dijo: «Espera, chaval, que esto es solo una historia». Pero el chico no le oyó porque ya había empezado a sonar la música que suena en Estados Unidos cuando el chico va a por la chica. Solo que la peli no era un peli y la chica le dijo que se peinase. El chaval volvió a ver a Arthur y le dio las gracias: «Me han rechazado, pero he sido valiente y he visto que tampoco es para tanto. O sea que estoy muy contento, porque antes de tu historia me habría quedado en mi casa con las ganas».
Ese sería el primer argumento: la aplicación mata la épica, impide la aventura, duerme la emoción. Es como jugar a los bolos con barreras, apostar a la ruleta con caramelos o luchar con espadas envainadas.
Otra chica dice que ligar a través de una app se parece a una pescadería: ves ejemplares y eliges el que más te guste. Lo de fuera cobra más importancia. Es cierto que en un plan con más gente también procuras acercarte a la persona que te hace gracia, pero está todo más integrado: voz-discurso-mirada-apariencia… Una persona te atrae por guapa, interesante, simpática, original, amable, buena… En las fotos solo se aprecia el físico.
El último argumento en contra es que solamente disponemos de un corazón. Ligar con aplicaciones propicia que termines chateando con varias personas al mismo tiempo. No es común quedar con varias personas durante la misma semana para tomar un café y conoceros, pero con la pantalla sí se hace. El problema es que tanto chat simultáneo fatiga el corazón, satura el Whatsapp y agita el ánimo de cualquiera.
Al final, a pesar de todos los argumentos en contra, todos coincidimos en que nos descargaremos las aplicaciones que hagan falta si seguimos solteros dentro de unos años. Que la teoría está muy bien pero a veces la vida se impone y toca escribir al cura Tinder (sacerdote que ha propiciado más de 350 matrimonios).
La conversación termina igual que siempre que hablamos de este tema: «Cuando salgamos del ruedo lo echaremos de menos. Hay que disfrutar de cada momento y ahora estamos en una época divertida».