Los Objetivos de Desarrollo Sostenible pivotan entorno los diferentes dogmas de fe posmodernos que rigen en la actualidad. Éstos son verdades incuestionables que no admiten discusión ni debate sin ser uno tachado de cualquier calificativo destinado a denostar al disidente o al que dude. Supone la muerte civil o la calificación de insensato u otros vituperios de peor calado por el mero hecho de reflejar las contradicciones de estos dogmas que el progresismo social ha impuesto.

Dentro de la lista de nuevos postulados de fe destacan desde el confiar sí o sí en algo porque lo asegure la «ciencia», hasta el multiculturalismo, pasando por el fundamentalismo democrático, el rechazo del pasado o la acepción de que el presente es el bien absoluto. También habría que añadir la deconstrucción de la familia tradicional en beneficio de otros modelos nacidos a partir de la revolución sexual de Mayo del 68, la equiparación e igualdad de validez de todas las religiones, etc.

En este listado interminable que constituye el ideario de la izquierda indefinida también se encuentra la doctrina climática y ecologista. Ésta se sostiene en varios pilares. Uno de ellos, que resulta ser bastante visual, levantando sentimientos de espanto y rechazo; es el rechazo y denuncia de la deforestación y la destrucción de los parajes autóctonos, consecuencia de los abusos que el capitalismo trae consigo para mantener la maquinaria que abastece y satisface a la sociedad caprichosa y consumista que conformamos.

En España somos testigos cada periodo estival de incendios que hacen saltar las alarmas y los peores agoreros señalan siempre al cambio climático, el fin de los tiempos. Lejos de la histeria progresista, la realidad es que normalmente vienen motivados por causas diferentes que abarcan desde prácticas agrícolas hasta ganaderas. Al final, el factor humano está detrás del 96% de los incendios, no son consecuencia del apocalipsis climático.

Traer a colación este hecho se encuentra motivado por el ODS 15 de la Agenda 2030, el cual reza así: Vida de ecosistemas terrestres. Precisamente, una de sus metas es «asegurar la conservación, el restablecimiento y el uso sostenible de los ecosistemas terrestres y los ecosistemas interiores de agua dulce y sus servicios, en particular los bosques, los humedales, las montañas y las zonas áridas, en consonancia con las obligaciones contraídas en virtud de acuerdos internacionales». Además, también pretende la gestión sostenible de bosques, frenando la deforestación e iniciando un camino en sentido opuesto, favoreciendo el repoblar parajes que hayan sufrido talas o incendios.

Esto, como siempre, suena de maravilla. Sin embargo, las doctrinas posmodernas entran en contradicción fácilmente y este mes el diario El País nos traía el curioso caso que está viviendo la región del Amazonas: se está deforestando la zona más aún para poder construir los molinos de viento y aerogeneradores que nos permitan una transición a un modelo más verde, ecofriendly y sostenible. La transformación al nuevo modelo energético que estamos viviendo plantea la contradicción de que las energías renovables causen un gran impacto social y ambiental.

La energía renovable, depredadora del medio ambiente

En España se está apostando por la energía solar. Para ello se están importando cada vez más los componentes necesarios para el desarrollo de placas que den un rendimiento suficiente para cubrir la demanda energética nacional. Las ineficiencias energéticas se ven reflejadas mensualmente en una factura cada vez más abultada. Sin embargo, en este artículo también lo que se pretende es traer a colación un caso que no ocupa portadas, pero debe irse conociendo. En España estamos sufriendo el deterioro de parajes naturales autóctonos y tierras cultivables para facilitar la instalación de campos solares y eólicos. Esto es consecuencia del boom financiero que se está erigiendo entorno a las energías renovables, las cuales cuentan con el apoyo político necesario para gozar de perspectivas de futuro halagüeñas. Por ejemplo, en Lucena (Córdoba) pretenden cambiar 39.000 olivos produciendo aceitunas y aceite de oliva por 110.000 paneles solares.

Hay tierras cada vez menos rentables en su uso tradicional y sus arrendatarios o propietarios quieren sacar rendimiento de ellas. Esto ha llevado a que cientos de empresas aprovechen el cauce financiero que desde Bruselas se aprobó cuando se le dio luz verde a los Fondos Next Gen EU, destinados a paliar el parón económico que supusieron las medidas sanitarias para hacerle frente a la pandemia. Para suscribirse a los flujos de liquidez hay que seguir o cumplir los propósitos marcados en los requisitos para entregar estas ayudas. Como era de esperar, toda aquella actividad destinada a favorecer la transición a una energía más limpia estaba entre este elenco de destinatarios de los fondos monetarios. La consecuencia es que se está produciendo un boom especulativo entorno a estas alternativas, atrayendo megaproyectos que, paradójicamente, arriesgan la biodiversidad que defiende el Objetivo de Desarrollo Sostenible 15.

El impacto en el medio ambiente es directo y los propios ecologistas lo denuncian. Levantar campos enteros de placas solares es un atropello contra el mismo mundo rural. Además, amenaza el hábitat de la flora y fauna autóctona que enriquece y caracteriza a cada región. A esto hay que añadir que los campos, una vez adaptados para la nueva producción solar, quedan especialmente dañados de cara a poder recuperarlos para el cultivo. El perder capacidad productiva agraria nos llevaría a un escenario futuro en el que, ante una disminución de la oferta de cereales y demás cultivos, estas materias se encareciesen en el mercado, ya fuese por un aumento de precios para paliar costes fijos o bien porque el déficit de producción se completase importando, más gravoso normalmente. Por ello, cada vez son más quienes recelan de esta nueva tendencia energética que la Agenda 2030 trae consigo.

En Añora, Córdoba de nuevo, actualmente se da el caso de otro proyecto que quiere ser aprobado y que supondría la reconversión de 250 hectáreas de tierra cultivable en terreno sostenible. Es decir, en llenarlo de paneles. Éste, según los estándares aprobados en Bruselas, cumpliría con los requisitos de ser verde por el mero hecho de producir energía no derivada de fósiles. En cambio, vemos cómo con este caso potencialmente se puede dañar tanto la fertilidad de la tierra como la biodiversidad de la zona.

No se trata de estar contra las energías renovables. De hecho, la mejor medida que se podría aprobar para ayudar a tener un modelo más sostenible sería permitir el autoconsumo. Que cada cual pudiese instalar sus placas y el excedente redirigirlo a la red. Sin embargo, vemos cómo se les ponen trabas a estos mecanismos. Mientras, se permite que se siga especulando y formando burbujas financieras entorno a las nuevas tendencias del mercado energético. Esto evidencia que tal vez transformarnos a un modelo más limpio no sea de verdad la cuestión de fondo cuando se torpedea el autoconsumo a la par que se alimenta la especulación energética.

Después de la vida útil, chatarra

También cabe destacar que en la producción de componentes de placas solares cuatro de los cinco principales productores son empresas chinas. Esto significa que el cambio energético también tiene sus ganadores, y estos son los países y empresas que estuvieran mejor situados estratégicamente. Una posición que se va a ver reforzada mientas este fervor sostenible se mantenga e incentive desde las esferas políticas, que son las que en última instancia tienen el poder para abrir o cerrar el grifo de la liquidez.

Por último, habría que plantear qué hacer con las infraestructuras que queden tras vencer el plazo de vida útil de los paneles solares y aerogeneradores. En Alemania se dan casos de aerogeneradores cuyo plazo se ha cumplido y que, lejos de ser retirados, se mantienen a costa de alargar el deterioro medioambiental que causan. El resultado es un paisaje maltratado por estas iniciativas que lejos de ser altruistas han acabado corrompidas por las ansias monetarias.

En Extremadura, un paraje tan mediterráneo y español como la dehesa está cada vez más amenazado por este ánimo de expandir el negocio renovable. No deja de ser un reflejo de nuestro país, en el que por dinero, por la cultura del pelotazo, no hay ningún miramiento a la hora de acabar con lo que nos caracteriza, con lo que es nuestro, con tal de acabar con los bolsillos llenos.