Amigos que patinan

Agarrarse a un clavo ardiendo para salir con alguien que no habla el mismo idioma vital

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Hace varios meses escribí sobre mi amigo Pepe, un chico majísimo que se ha complicado la vida por elegir a la mujer incorrecta. Desde entonces la situación ha empeorado. Pero tampoco daré muchos detalles. Pepe ya tiene suficiente con lo suyo, como para que ahora yo cuente sus desdichas.

Algunos días atrás hablé con un amigo sobre otro amigo nuestro. Ambos coincidimos en que éste último se ha equivocado. Ha empezado a salir con una chica, pero ella tiene unas prioridades distintas a las de él. Los dos se lo hemos dicho y él ha reconocido no estar muy seguro. Total, que mi amigo me dijo que no podemos hacer nada más por él: ahora tiene que reaccionar solito.

Durante esta semana, he visto algo sorprendente en el metro. Me subo al metro y avanzo varias paradas. Me peleo con mi sueño para intentar leer una página del Kindle. Mi tren se detiene en una estación y mi vagón queda cerca de un banco del andén. Allí veo a un amigo con su exnovia. Lo dejaron y volvieron varias veces. Ahora parece que están medio-volviendo. Por lo menos eso deduzco al ver la mano de él en la pierna de ella. Saco el móvil y lo llamo al instante, pero no hay suerte. Me devuelve la llamada al cabo de diez o quince minutos. Confieso que les he visto. Él se lo toma bien, me da las gracias por la llamada y me dice que están volviendo a hablar, pero que no sabe todavía. Lo tiene que pensar bien. Quedamos en vernos pronto.

En resumen, en los últimos meses he tenido un déjà vu de amigos que meten la pata. Son tres casos parecidos: chico católico que pretende ser coherente conoce a una chica sin fe —o sin una fe viva, que para el caso es lo mismo—. Él se autoconvence de que puede hacerla cambiar. Luego se enredan y el chico deja de defender que puede cambiarla y pasa a cambiar él.

Es más o menos común. He conocido a chicos de familias buenas y firmes convicciones cristianas que se agarran a un clavo ardiendo para salir con una chica que no habla su idioma vital. Lo sé porque yo he podido ser uno de ellos en algún momento de mi vida. Supongo que al revés también pasa. Pero no suelo hablar con chicas sobre chicos. O sea, que no estoy seguro.

A ver, entiendo que el problema no es que uno sea católico y el otro no. Para mí el problema es no coincidir en lo fundamental. Si para alguien lo más importante es el Real Madrid y su cónyuge no soporta el fútbol, creo que puede ser un problema. No entenderá que la otra parte se deje el tiempo, el dinero y la energía en algo que no considera importante.

Me imagino que también hay amigos que cometen otros errores. Alguno se peleará con sus hermanos por la herencia, otro se dejará anestesiar por paraísos artificiales y otro descuidará a su familia por darle demasiada importancia al trabajo. Pero bueno, de momento el fallo más típico que yo he visto es hacerse trampas al solitario a la hora de dejarse elegir por una chica.

Ante esta situación surge la pregunta de qué hacer. Creo que, a veces, no hay que hacer nada. Una vez expuestos los motivos, solo queda rezar y esperar. Tu amigo debe saber tu opinión y también que le esperas. Y que le esperarás también cuando aquello empiece a hacer aguas. Debe saber que, en ese momento, no le dirás: «Ya te decía yo…». Como el padre de la parábola espera a su hijo pequeño, supongo.

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