Leer sin romanticismo

No tiene nada que ver ir en metro mirando por la ventanilla y contando las paradas con navegar en un barco pirata mientras vas a trabajar

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Hace un año perdí un libro electrónico en verano. Creo que lo dejé en un autobús, pero no estoy seguro. No sabes dónde has perdido algo exactamente. Si no, tan perdido no estaría. Fue más doloroso todavía porque casi lo encuentro: me llamaron de la empresa para decirme que lo tenían, pero luego resultó que no era el mío. Entonces utilicé el libro electrónico de mi madre durante unos meses, hasta que los Reyes me trajeron otro. Compré también una funda, porque no es un producto barato.

Alguno dirá que se pierde romanticismo con el libro electrónico. Es cierto. Es más romántico leer en papel. Pasar las páginas, oler el libro, palpar las tapas… pero es poco práctico. El libro electrónico es la mejor opción si quieres llevar siempre un libro encima y cambiar de lectura sin necesidad de llevar una mochila cargada. Es lo mejor para el metro, a pesar perderse la magia de saber qué libro está leyendo un desconocido. El romanticismo tiene su gracia para un atardecer en la costa después de un amor de verano adolescente, pero es agotador a medio-largo plazo. Lo resume bien un aforismo de Trapiello que rescató Enrique García-Máiquez: «Un clásico sufre como un romántico, pero no lo dice». En fin, la pérdida de romanticismo puede ser una ventaja.

Llevaba un año cuidando de no perder mi libro electrónico. Este curso habré leído dos o tres libros al mes y la mayoría han sido en el Kindle. Sobre todo, novelas. Quizá un ensayo tiene más sentido leerlo en papel. Así puedes subrayarlo y volver sobre las ideas que te impactaron. Igual con la poesía también merece la pena repasar esa página con la esquina doblada. Pero bueno, leo más novelas que ensayos y poesías.

Este verano fuimos a la playa. Volvimos y metimos todo en el coche: sillas, tabla de surf, mochilas… El maletero no se cerraba bien. Mi hermano me señalaba una ranura en el lateral derecho que no se veía en el otro lado. Cerramos varias veces más y no lo conseguimos. Yo aventuré que otro hermano, con un largo historial de rayaduras y toques automovilísticos, le habría dado un golpe. Llegamos a casa y comimos. Yo no encontraba mi Kindle. Hice memoria y fui a mirar en el coche. Allí estaba, sobresaliendo del maletero. Se ve que por eso no cerraba bien la puerta: porque mi Kindle estaba entre el maletero y el resto del coche. Lo rescaté, pero era tarde: la funda estaba doblada y la pantalla, destrozada. Segundo verano seguido que me quedo sin Kindle.

El resto del verano he sobrevivido gracias al libro electrónico de mi madre. Aunque esta vez he comprado otro antes de que vengan los Reyes. Ni oferta de Black Friday ni nada. Me planteé esperar un poco. Creo que se compra de forma más inteligente sin prisas. Pero necesito un libro electrónico. No tiene nada que ver ir en metro mirando por la ventanilla y contando las paradas que faltan con navegar en un barco pirata mientras vas a trabajar.

Ahora le he puesto a mi Kindle una funda llamativa. Espero no perderlo ni destruirlo el próximo verano. Por lo menos he sacado un artículo del percance. Lo malo es que ya no puedo escribir sobre el mismo tema en varios años. O sea, que toca cuidarlo bien.

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