Álvaro Rodas Chiclana

Hay cientos de estudios que nos dicen que la mayoría de lo que aprendemos se hace a través de mímesis. La mímesis no es más que el aprendizaje por observación e imitación, el del día a día que vemos en nuestros padres, nuestros profesores, nuestros amigos, etc. Creo que muchos de estos estudios no tienen en cuenta el aprendizaje que viene de dentro, no del yo autoconsciente y racional, si no del yo espiritual que viene con una semilla de sobrenaturalidad que en unos germina antes, otros, después y, en una serie de casos, no crece como debería por falta de cuidado.

Nadie dijo que el aprendizaje se pudiese alcanzar sólo de sabios maestros de probada sabiduría, porque hay casos en los que la inocencia es una virtud y un grado. Es el caso de Álvaro Rodas Chiclana. Álvaro era un chico al que nunca conocí y que por desgracia no tendré el privilegio de conocer porque con apenas siete años nos ha dejado víctima de una enfermedad genética autoinmune, igual que su hermano Jaime al que ahora acompaña en el cielo.

A Álvaro no lo conocí ni conozco a su familia. A ellos sólo me une haber compartido el mismo colegio. Conocía su historia y el despliegue de rezos que se formó para confortar y solicitar en lo más alto una intercesión. Pero no por ello ha dejado de emocionarme su historia. Me emociona la entereza con la que un niño que apenas ha aprendido a leer ha visto la muerte tan de cerca, la ha mirado a la cara y ha caminado con ella cuando la mayoría de nosotros, jóvenes, adultos o más mayores, pasamos la mayoría de nuestra vida huyendo de ella.

Me asombran unos padres que se han abandonado a la fe y a la Madre de todos en vez de clamar contra el Cielo por la injusticia que ha caído contra ellos. La Vida, y lo escribe un crío de 20 años que apenas sabe de ella, es un camino lleno de tropiezos en los que tiene que ver un niño de siete años a explicarte con la dignidad de sus actos cómo vivirla.

En un mundo de grandes titulares y de falsos heroísmos, ha venido Dios a mostrarnos una vez en un ser diminuto qué es lo importante. Estoy convencido de que Álvaro era un niño muy sabio, porque tenía arraigado en sí mismo el Saber más importante: que la Fe y que el camino de la Verdad son las buenas obras, y que la Felicidad se encuentra al otro lado. Álvaro ha tenido que hacer un viaje al Cielo sin escalas para que gente como yo tenga que darse cuenta de que en esta vida nuestra estamos rodeados de cosas accesorias y de que incluso en lo que parece la mayor de las injusticias posibles hay una enseñanza de Verdad y un ejemplo para todos nosotros.

Sirva este texto de homenaje a los padres de Álvaro y Jaime, por saber educar a sus hijos en los principios inamovibles que crean santos, por que encuentren el consuelo que merecen y, a título personal, por servir como ejemplo de familia tradicional al servicio de unos y de otros.

La dignidad en la enfermedad es un valor muy preciado que quieren arrebatarnos, pero que un niño ha tenido a bien engrandecer hasta las últimas instancias. La muerte nunca es el final.