Cuando empecé a interesarme por la política, hace ya años, solía ver en Twitter o Youtube algunas intervenciones de nuestros políticos. Era divertido seguir el Pleno del Congreso de los Diputados y por aquel entonces Rufián ya amagaba con irse, acaso con sacar una impresora o unas esposas; Celia Villalobos jugaba al Candy Crush desde el escaño y algunos años antes el parlamentarismo había vivido momentos desternillantes cuando debatían Rajoy y Rubalcaba. Aquel combate de citas bíblicas hoy sería impensable.

En aquellos años, cuando la moción de censura a Rajoy, el bolso de Soraya y la comilona en el Arahy, una joven política despertó en mí un interés por el Senado. Allí Pío García Escudero batía su sable con los oradores de uno y otro lado, y a menudo tuvo que amonestar a las señorías de su propio partido. El Partido Popular ganaba con mayorías absolutas para después no hacer nada, acaso disfrutar de una bonanza que todos sabíamos llegaría a su fin.

Pero esa joven política era algo diferente. Recuerdo ver en mi móvil horas y horas de debate parlamentario con tal de escuchar la pregunta de una tal «Senadora Muñoz». Ella preguntaba con rapidez, como quien dispara sin escrúpulos, y la réplica siempre terminaba siendo brillante. Se ve que la chica no llevaba escritas las respuestas y qué gozada era escuchar el resoplido de García Escudero desde la presidencia del Senado, repitiendo una y otra vez: «Senadora Muñoz, por favor».

La tal Muñoz, Ester Muñoz de la Iglesia, se hizo entonces famosa por sus intervenciones irónicas en la tribuna del Senado, todas ellas amparadas por un conocimiento de nuestra Historia deslumbrante. Fresca, en el mejor sentido de la virtud, y con una lengua afilada, la joven leonesa despertó la admiración de sus mayores y la jaqueca de sus enemigos. Rápido espetó un ataque al PSOE —«hasta para desenterrar unos huesos son ustedes unos incompetentes»— y rápido se la llevó Mañueco a la trastienda del Colegio de la Asunción, donde en 2019 fichó como asesora del Gobierno de Castilla y León.

Pero en el PP, ay, todavía queda quien cree con todos nosotros que no está hecha la lámpara para ocultarla bajo el celemín. A la senadora Muñoz le perdí la pista pero entonces ya habían entrado al Congreso los 52 diputados de Vox, y me vi escuchando las intervenciones de Iván Espinosa de los Monteros, que fue con diferencia el mejor portavoz parlamentario del último lustro. Marchena y el juicio del procés ayudaron y en mis ratos de merienda ya no aplaudía las preguntas de la senadora Muñoz, sino las bravuconadas de los separatistas ante la ceja genialmente arqueada del juez Marchena.

En 2022, finalmente, Muñoz de la Iglesia fue nombrada presidenta del PP en León y en las últimas elecciones generales aquella joven senadora logró su escaño. Y desde entonces ustedes probablemente la conozcan: Feijoo la nombró ese mismo año Vicesecretaria general de Educación y Salud de los populares, y yo todavía pienso que en el juicio particular del líder gallego su ángel de la guarda rescatará este nombramiento para tirar hacia la atenuación de la pena.

Dicho esto, la política nos ha demostrado guardar siempre un as bajo la manga. Entusiasta como un querubín de las nuevas generaciones me vi aplaudiendo a Almeida en aquella campaña electoral de hace seis años, cuando repetía con gallardía que iba a acabar con Madrid Central. Nos prometió revertir todas las políticas de Carmena y no faltó a una sola manifestación en Colón, para luego terminar reforzando la agenda de Más Madrid y prohibiendo las concentraciones de Núñez de Balboa.

Pero hoy me niego públicamente a pensar que la «Senadora Muñoz» nos saldrá rana. Estos días he vuelto a ver sus discursos, ahora en las primeras filas de nuestra Cámara Baja, y veo a la diputada Muñoz de la Iglesia en plena forma. Y no es sólo su plena forma la que me arrebata, sino el pleno fondo de sus lecturas, de sus años de experiencia, de la vida misma. Algunos me dicen que no hay en España un sólo político que valga la pena y yo conozco a un puñado de diputados y senadores brillantes que, aunque pocos, sí me representan de verdad. A veces la voz de García Escudero todavía resuena en mi cabeza: «Senadora Muñoz, por favor».