Nunca tuve talento para el dibujo, pero desde que tengo memoria me han interesado los cuadros y los museos; los de verdad y los de ficción. Este mes repaso algunos de mis lienzos favoritos del cine y la literatura: cuadros que se crean, se roban, se falsifican, cobran vida. Algunos existen en realidad y otros son ficticios, pero me gustaría tener todos colgados en las paredes de mi casa. Espero que disfruten de las siete salas del museo.

1  Retrato de Carlota Valdez (Vértigo)

A Madeleine le gusta sentarse en el Museo Legión de Honor de San Francisco, llamado así en honor a los soldados estadounidenses caídos en las trincheras francesas en I Guerra Mundial, para contemplar el enigmático retrato de Carlota Valdez. En el museo hay cuadros de Rubens, Fra Angelico, Monet o Watteau, pero el nuestro no desentona: Hitchcock se lo encargó al expresionista John Millard Ferren, amigo y discípulo de Picasso, de quien Gertrude Stein dijo que era «el único pintor americano al que los pintores de París consideran de verdad un pintor».

La pintura no es un mero elemento de atrezzo, sino un elemento central de la película: el magnetismo de la mirada de Carlota, su extraño atractivo, es una de las causas de la locura del protagonista. Ni idea de dónde está el cuadro original, pero si lo ven en una subasta, avísenme. Vértigo está en Filmin y hay que volver a verla de vez en cuando.

2  El jilguero, de Carel Fabritius (El jilguero, Donna Tart)

Todo empieza en el Metropolitan de Nueva York, en una exposición sobre maestros de la pintura holandesa. Un segundo, una explosión. Un cuadro, El jilguero, de Carol Fabritius, óleo sobre madera, que acaba donde no debe. Este sí existe en realidad: es una tabla que supera por poco el tamaño de un folio, obra del maestro de Vermeer. «Es un cuadro tan misterioso, tan sencillo…», lo define en el libro la madre del protagonista. «Realmente tierno… Te invita a mirarlo más de cerca, ¿verdad? Después de todos esos faisanes muertos que hemos dejado atrás, aparece esta pequeña criatura viva». Su autor murió también en una explosión, la del polvorín de Delft en 1654, que arrasó también buena parte de su obra.

El jilguero es lo que se llama un novelón, y no solo por la extensión: rico y complejo, lleno de recovecos, narrativos, el lector disfruta al ver cómo la trama se va desplegando y cobrando sentido. Editado en España por Lumen.

3  Retrato de Jennie (Jennie, 1948)

Un pintor sin inspiración se tropieza en Central Park —qué maravilla de fotografía del viejo Nueva York, por cierto— con una extraña muchacha que parece de otro tiempo. Misterio y romanticismo, a caballo entre el cine negro y el melodrama de fantasmas, llena de reflexiones sobre el arte, el amor y la belleza, Jennie es una joya desconocida. Fue producida por David O’Selznick y dirigida por William Dieterle. Está en Filmin.

4  Niño con Manzana, de Johannes Van Hoytl (El Gran Hotel Budapest, 2014)

Me gusta Wes Anderson (sé que comparto esa afición con pocos de mis lectores), me encantan las historias de hoteles (algún día habrá que hacer un Podría ser peor sobre el tema) y soy muy de Stefan Zweig, de modo que El Gran Hotel Budapest me deslumbró cuando la vi en el cine.

Niño con manzana, el brillante lienzo de un ficticio pintor flamenco que protagoniza la anécdota central de la trama, es en realidad obra del británico Michael Taylor, a quien Anderson logró convencer a pesar de que no produce más de tres o cuatro pinturas al año. Está en HBO.

5  Retrato, de Richard Chantry (El martillo azul, de Ross Macdonald)

Parecía un caso simple para Lew Archer, más acostumbrado a los cadáveres que a las galerías: encontrar un cuadro robado. Un cuadro, en concreto, de una rubia con piernas infinitas, que por algo estamos leyendo una novela negra. Pero como suele sucederle a Archer, todo se embrolla en cuanto empieza a investigar.

Ross Macdonald forma parte del triángulo mágico del hardboiled americano, junto con Raymond Chandler y Dashiell Hammett, y tiene la virtud de explotar la fórmula de siempre con tonos nuevos. Editada en España por RBA.

6  Retrato de Laura (Laura, 1944) 

Una curiosidad: el retrato de Laura que aparece en la película no es, en realidad, una pintura. Mucho antes de los filtros y el Photoshop, Otto Preminger, quizás apurado por una producción más complicada de lo que parecía, utilizó una simple foto de la protagonista, Gene Tierney, disfrazada con ceras que simulan pinceladas. El trampantojo funciona, y uno entiende bien la fascinación de Mark McPherson (Dana Andrews) con la huidiza Laura, recién asesinada. Nunca olvidaré el fin de semana en que murió Laura… Está en Filmin.

7  La joven de la perla, de Johannes Vermeer (La joven de la perla, 2003)

Con perdón de Vermeer, después de ver esta película hermosa y triste cuesta ver el cuadro original sin ponerle la cara de Scarlett Johansson. El guion cuenta la historia de Griet, una muchacha que entra a servir en la casa del maestro Vermeer. Cine a pinceladas, con una fotografía bellísima y una trama tan sencilla como lograda. Se puede ver en Prime Video.

8  Retrato de Dorian Gray, de Basil Hallward (El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde)

Es paradójico que Wilde, quien dijo que no hay libros morales e inmorales, sino bien y mal escritos, nos regalara una de las novelas más morales, en el mejor sentido, de todos los tiempos. Al igual que el lienzo iba cambiando para mantener el atractivo del modelo, estas páginas se van transformando con cada relectura, revelando nuestros cambios interiores. Hay muchas ediciones en español, recientes o de lance.