Pedro, la víctima

No sería extraño que continúe ahondándose esta crisis gubernamental con nuevos escándalos, unos más espectaculares que otros

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La comparecencia del presidente del Gobierno ha sido un canto a la irresponsabilidad. Así tal cual, porque desde la oquedad de las declaraciones dadas desde Ferraz, no se hace responsable de nada, no conocía, no sabía. Es, a la par, la confirmación de algo que hace mucho tiempo es ya conocido: Sánchez, por sí y ante sí, no va a dimitir.

Y es que, cuando la arrogancia se hace bandera y guía, la ramplonería se usa como estrategia política, la banalidad es la argamasa del hilo argumental, no es posible esperar nada. Absolutamente nada. Ni un ejercicio de mea culpa sincero, ni un gesto real de humildad. De grandeza y generosidad, ni hablar. Peor aún, un acto de valentía que motive un paso al frente, para dar por terminada una calamitosa legislatura que está pegada con saliva, y ofrecer así, una salida institucional y ordenada ante una gestión que hace agua con toda clase de denuncias en su contra.

Las declaraciones dadas en la sede del partido, en forma alguna, pueden considerarse como explicaciones, ni como disculpas. Han sido un conjunto de palabras vacías con un brochazo de tonos políticamente correctos. Sánchez no le ha hablado al país. Le ha hablado a su militancia y a sus socios de gobierno —si así se los puede llamar—, a quienes, entre líneas, pide incondicionalidad. Ha sido, en suma, una tomadura de pelo.

Defender, horas antes, la integridad de su mano derecha; y, posteriormente, sacar el cuerpo, endosar responsabilidades y vender la imagen de victimismo y de persecución en su contra, evidencia el maquiavelismo con el cual se procede para salvar, a como dé lugar, su puesto y su cada vez más raída imagen.

La crisis de la legislatura ha llegado a un estado de postración del que no va a salir espontáneamente, y que no sería extraño que continúe ahondándose con nuevos escándalos, cada día o cada semana, unos más espectaculares que otros, unos que opacan y que mandan al olvido a otros. Así las cosas, está bastante claro que, a día de hoy, no habrá dimisiones, ni adelanto electoral.

Es ahí cuando las incógnitas y las miradas se posan en las demás bancadas, en especial las que están en la tribuna de enfrente. Y es, también, el momento en el que la altura y la responsabilidad que se exige a quienes manejan esta dicharachera legislatura, se traslada a quienes ejercen oposición a ella.

Es esta la circunstancia en el que quienes tienen que mover ficha para terminar con un lamentable cuadro de ambiciones desmedidas y de toda clase de justificaciones para la degradación gubernamental de España, sean generosos con el país. La jefatura del Gobierno no se va a terminar pese a los escándalos. Ya han demostrado que pueden valerse de cuanta artimaña haga falta para no salir de La Moncloa.

Todo queda en las demás fuerzas políticas. Aquí está la oportunidad para que sean lo suficientemente maduras, y, por medio de la tan anhelada concordia del expresidente Suárez, sean capaces de dialogar, dejar diferencias a un lado y presentarle al país una alternativa viable y capaz de cambiar el rumbo.

De lo contrario, España tendrá un largo y tortuoso camino que recorrer hasta las próximas elecciones, con todas las impredecibles consecuencias que ello pueda acarrear.

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