Todos los actos oficiales alrededor de los 50 años de la muerte de Franco han coincidido en borrar el factor que explicó el estallido de la Guerra Civil, el triunfo del bando nacional y la longevidad del régimen: la persecución religiosa. La mayor matanza de cristianos en toda la historia de la Iglesia, en la que 8.000 curas, monjas y frailes, e innumerables laicos, fueron torturados, violados y asesinados, muchas veces en público sólo por creer en Dios.
La II República nació con una —otra— Constitución masónica, abiertamente hostil al catolicismo y precedida por el terror contra los fieles con el patrocinio del Gobierno. La violencia marcó a fuego a un pueblo y su país. Una cosa es discutir a Franco y otra, muy diferente, intentar borrar que el Alzamiento fue, ante todo y objetivamente, una reacción a un intento real de exterminio religioso. Ocultar lo de entonces es una menera de perseguir hoy.


