Ni premios ni literarios

Es conocida la anécdota que cuenta que, en la década de 1970, José Manuel Lara, fundador de la editorial Planeta, tanteó a Delibes con una propuesta para otorgarle el Premio Planeta. El galardón era conocido en aquel entonces por generar ventas masivas, pero también habían surgido ya sospechas de favoritismo hacia nombres consolidados o de interés comercial. Delibes rechazó la oferta: «Si hay alguien que pierde es ese escritor novel que se ha pasado tres años escribiendo y al que yo le estoy quitando el premio».

En todo este tiempo los rumores han ido adquiriendo evidencias sólidas y se les han añadido denuncias de robo de argumentos y otras deshonestidades. Los premios literarios y periodísticos en España han caído en un desprestigio casi generalizado. Cuando no son una farsa comercial o para favorecer a «los suyos», están absolutamente ideologizados o no respaldan el talento sino la servidumbre. No hay más que ver el palmarés a cero de nuestras mejores plumas y compararlo con el de esos chicos del sistema que reciben premios, contratos editoriales y micrófonos y minutos en el aire.

Quien más y quien menos conoce cómo funciona el asunto dentro de la profesión y se niega a colaborar con la pantomima. Al gran público se le van abriendo los ojos con casos como el Premio Planeta. La pena es que los textos y los autores premiados serán los que pasen a la posteridad. Sin contexto, las generaciones venideras creerán que eran los mejores de los nuestros. Y pensaran que éramos más tontos aún de lo que somos.

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