Muere Alfonso Ussía, cronista de una España que desaparece

Su obra queda como testimonio de una voz que, a su manera, acompañó el tránsito de varias etapas de la España contemporánea

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La muerte de Alfonso Ussía (Madrid, 1948 – Ruiloba, 2025) cierra la trayectoria de uno de los articulistas más identificables del último medio siglo en España. Escritor y humorista de pluma rápida, cultivó un estilo que mezclaba tradición literaria, sentido del disparate y una inclinación natural a observar el país desde la ironía. Durante décadas fue una presencia constante en la prensa diaria, especialmente en ABC, periódico en el que forjó buena parte de su prestigio, y al que siguieron etapas en Diario 16, Ya, La Razón y, en los últimos años, El Debate.

Su biografía estaba atravesada por la literatura incluso antes de que él la abrazara: era nieto de Pedro Muñoz Seca, el dramaturgo asesinado en Paracuellos. Aquel vínculo familiar —que nunca ocultó— alimentó un apego a la lengua clásica y una cierta actitud escéptica ante las rupturas abruptas de la historia española. Su defensa pública de la Monarquía parlamentaria y su crítica frontal al terrorismo acabaron convirtiéndolo en un personaje expuesto. Vivió años escoltado y, aun así, seguía recurriendo al humor como mecanismo de defensa: recordaba cómo un día sus hijos creyeron que los perseguían terroristas y él, sin perder la serenidad, zanjó la alarma en una frase que convirtió el susto en risa.

No terminó los estudios universitarios que inició, pero su formación real se fraguó en las redacciones. Su primer sueldo lo cobró como documentalista en Informaciones, y ejerció de reportero en Sábado Gráfico antes de incorporarse a ABC, donde una carta publicada en 1978 abrió paso a una colaboración estable desde 1980. Allí desarrolló su sección más duradera, Cosas que pasan, que lo acompañó durante casi dos décadas y lo situó entre los columnistas más leídos de la prensa conservadora. Sumó más de dos mil cuatrocientos textos en la cabecera.

En paralelo, cultivó una veta humorística que lo llevó a dirigir la revista satírica El Cocodrilo, a participar en tertulias con Antonio Mingote, Ozores o Chumy Chúmez, y a integrarse en programas de Luis del Olmo. De ese universo nació el marqués de Sotoancho, personaje medio caricaturesco y medio entrañable que terminó teniendo vida propia en forma de libros y una adaptación televisiva.

Su salida de ABC en 2004 fue abrupta: un artículo que jugaba con la figura del llamado cerdo vasco quedó inédito por decisión de la dirección, y Ussía decidió romper su vinculación contractual. Años después seguiría evocando con afecto la redacción del periódico como el lugar donde aprendió el oficio y como la casa de Guillermo Luca de Tena, a quien consideraba una figura tutelar del periodismo español.

Las controversias judiciales se sucedieron a lo largo de su carrera. Desde finales de los años setenta afrontó procedimientos derivados de poemas satíricos dedicados a responsables políticos; en los noventa un concejal de Herri Batasuna intentó llevarlo ante los tribunales; y ya en el nuevo siglo fue condenado en litigios relacionados con Fernando G. Delgado, Lionel Messi —a raíz de un poema burlesco— y Corinna Larsen. Él atribuía todos estos choques a la naturaleza provocadora del género satírico, que situaba en la estela de Quevedo. No siempre encontró comprensión en los juzgados.

Más allá de la prensa, dejó una extensa obra en libros: poemarios, recopilaciones y piezas humorísticas donde se mezclaban el verso clásico, el costumbrismo y el comentario mordaz. Entre sus títulos más conocidos figuran Fustazos y caricias, Sin acritud, Tratado de las buenas maneras o Del coscorrón a la seda. Su trabajo fue reconocido con los premios Mariano de Cavia y González-Ruano, los dos grandes galardones del periodismo español, además de varias distinciones institucionales y culturales.

Casado y padre de tres hijos, en sus últimos años mostró un orgullo especial por la carrera de su hijo menor, Alfonso J. Ussía, también columnista y premiado por escritos sobre el terrorismo. En una de sus últimas piezas, el padre confesaba que ver triunfar al hijo era algo parecido a sentir el relevo natural de su propia vocación.

Con su muerte se apaga una forma particular de entender la columna: la que combinaba sátira y clasicismo, gesto de hidalgo burlón y voluntad de intervenir en la conversación pública. Su obra queda como testimonio de una voz que, a su manera, acompañó el tránsito de varias etapas de la España contemporánea.

Descanse en paz.

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