Ya escribió Ortega sobre el hombre masa, el individuo insulso, despreocupado por el porvenir, vaciado de espíritu, portador de un alma sin personalidad. Los boomer representan a la perfección ese tipo de carácter tibio y anodino desprendido de todo tipo de inquietud e ideal en el que cimentar la vida; pese a que como dijo Aristóteles, las generalizaciones son propias de las mentes cuadriculadas y planas, es cierto que la generación de nuestros padres no se ha caracterizado por aportar a la sociedad el ímpetu activista necesario para cambiar las cosas.

Juan Manuel de Prada dice que todo aquél que escribe lo hace como rebeldía a la sociedad en la que vive, practica el ejercicio de navegar por un folio en blanco como respuesta a la inadaptación al mundo en el que habita. Siempre que contemplo la actitud del hombre masa me acuerdo de esta reflexión. Me viene a la mente la respuesta de muchos boomers ante los estímulos del mundo exterior: la pasividad y el conformismo, el olvido de la visión grupal como sociedad y la abstracción de su yo individual. Sólo les importa que a ellos y a su familia les vaya bien, lo demás es baladí. Cómodos, sumisos ante lo que les toca vivir, se camuflan con el manido «es lo que hay» mientras su alrededor se derrumba bajo sus pies. Son un caramelo para cualquier candidato a unas elecciones porque se conforman con poco, no piden más que un mínimo sustento y una existencia tranquila en la que el mayor sobresalto sea ver cómo el concursante de Pasapalabra se ha quedado a una letra de completar el rosco. El idealismo de su alma ha caducado, ahora vagan con un coco de cristal en lugar de espíritu.

El boomer conformista está tranquilo en la falsa moderación, votando al mismo de siempre con nombres y gestos distintos, pero al que lleva contándote lo de toda la vida. Ese filón continuista es de lo que se aprovechan los dos grandes partidos, sobre todo el Partido Popular; la formación de Alberto Núñez Feijoo ha entendido siempre a la perfección el perfil baby boom, sobre todo desde los tiempos de Mariano Rajoy. Todos recordarán esa reforma laboral que precarizó el mercado laboral y que ha servido de marco para el nuevo ordenamiento aprobado por Yolanda Díaz. Una norma hecha a medida para una generación que luchó por sus sueños, los consiguió, pero que parece no querer ayudar a los jóvenes de hoy a conquistarlos; no piensan en qué sus trabajadores anhelan construir una familia, un hogar que ellos ya han levantado. La mayoría están encantados con el sistema establecido, piensan en su pequeño mundo mientras se olvidan del de los demás. Egoísmo generacional que brinda mayorías de marmota a los dos viejos partidos, conscientes de que se perpetuarán en el poder aupados por una quinta agradecida.