«Somos lo que leemos, y nuestro cerebro se transforma literalmente a través de los textos que introducimos en nuestra mente», escribió Jorge Luis Borges. Estoy de acuerdo, de hecho voy más allá, no sólo somos lo que leemos, sino también lo que vemos en la televisión, todo lo que consumimos cala en nuestra mente y en el alma.

Antes de que cerrase el chiringuito Sálvame observaba patidifuso el realismo existencial que representaban los reality shows y todo este rosario de programas rosas. Empezando por el formato de Jorge Javier Vázquez y pasando por First Dates, este tipo de contenidos ejercen un efecto catártico en el espíritu del consumidor. Se sienten representados en lo que ven, sienten y experimentan, esas imágenes saben estimular las conexiones cerebrales y emocionales para que el espectador se quede enganchado delante de la caja tonta. Si los políticos son una muestra de la sociedad, los contenidos audiovisuales se parecen a los instintos básicos del hombre posmoderno; son una pantalla del purgatorio vital en el que nos redimimos de nuestros mayores pecados.

Al observar Firt Dates y los continuos clickbaits que cocinan algunos medios usando las sobras del programa, uno se da cuenta de que la vanidad es uno de los talones de Aquiles de nuestro mundo. En la mayoría de calabazas que se dan en el espacio de citas a ciegas románticas y eróticas presentado por Carlos Sobera, la mujer descarta a su pretendiente por hándicaps como el de ser poco masculino, no tener carácter o incluso por intuir que el susodicho no atesora un miembro viril de grandes dimensiones. Endiosadas, menos bellas que antes porque hace un tiempo las mujeres eran más guapas al no vanagloriarse de ello, observan al sexo opuesto con cierta superioridad, juegan con ellos a sabiendas de que están comiendo de su mano. Ya escribí que la revolución sexual ha ejercido el verdadero impulso ferminista de nuestra era. Marcos Ondarra destacó en un artículo publicado en The Objective cómo la liberación erótica no había propiciado que todos mantuvieran más relaciones: aquel libertinaje ha beneficiado a un selecto grupo de hombres que cumplen los estándares de belleza filtrados por ellas. A los tíos nos es más complicado ligar que a las mujeres, tenemos la posición pasiva; a nosotros nos entran más por los ojos y en principio no entramos a valorar razones emocionales. Ellas, sin embargo, por muy guapo que sea un chico, le van a dar calabazas en cuanto algo no les cuadre en su conducta.

En España han calado producciones rosas y cargadas de cotilleo. Nos interesa más el día a día de los demás que el nuestro, nos encanta recrearnos en los chascarrillos ajenos para llenar nuestras esperanzas vacías. El morbo nos pone, ese fetichismo por alejarnos de lo propio y abrazar lo de los otros nos sumerge en una realidad anestesiada. Si te pasas todo el día informándote sobre lo que hacen los famosos, eres un cotilla, un marujo con mayúsculas. Nos recreamos en las andanzas de los extraños porque preferimos solucionar los problemas de los demás que afrontar los nuestros.