Recomendar libros entraña un riesgo. Hace poco le regalé a Txema Un mundo para Julius y, después de dos semanas, me dijo que no podía más, que aquello le superaba y que solo quería volver a leer a Posteguillo.
Así que no voy a recomendar un libro. Pero quiero escribir sobre una novela que me ha gustado mucho. La mencionó Pablo durante unas cervezas a principio de enero. Me sorprendió su entusiasmo porque él tampoco lee muchísimo. Así que me quedé con el título: La vida sale al encuentro. Lo empecé y me atrapó enseguida.
Este libro pertenece a ese género en el que los niños pasan a ser adultos. Lo que los entendidos llaman «Novela de formación». En ese registro, me encantó Aparición del eterno femenino, Helena o el mar de verano y La vida nueva de Pedrito de Andía. También me gustó mucho Un mundo para Juluis, pero ese ya no me atrevo a recomendarlo.
Yo quería escribir sobre un libro y ya he mencionado varios. Pero todos se parecen. Igual que los adolescentes se parecen.
Todos nos hemos propuesto estudiar al principio de curso y hemos chocado con nuestra pereza al cabo de dos semanas de clase. Todos hemos descubierto el confuso deslumbramiento del otro sexo. Todos hemos sido sorprendidos por la inevitable aparición de la muerte. Todos hemos visto con sorpresa la aparición de lo prohibido y atractivo en forma de paquete de tabaco… La vida sale al encuentro cuenta la vida de un adolescente que despierta a «la vida en serio». Todos hemos sido un poco Ignacio Saéz de Ichaso con quince años. Con amigos que te otorgan una identidad que todavía no terminas de encontrar, planes que son promesas de gloria y padres como figuras lejanas que no pueden entender la tragedia de la pubertad.
Pero, además, algunos hemos sido varones con educación católica. Hemos estado incómodos en conversaciones subidas de tono. Hemos sentido el alivio sereno que produce contar nuestras miserias a un sacerdote que te perdona en el nombre de Dios. Hemos sentido la madurez en forma de pantalones largos en el uniforme. Y lo hemos vivido con el ímpetu propio de esa edad donde cada combate es a vida o muerte. Cuando el horizonte no va más allá de un fin de semana y una sonrisa o una cara de asco te hunden en la miseria o te elevan al cielo… hasta que vuelves a empezar al día siguiente.
Alguien decía que la adolescencia es como una caverna platónica, unos dramas diminutos proyectando sombras monstruosas. Me parece una buena definición, pero también es una edad donde la injusticia se percibe con su magnitud insoportable. O las hazañas heroicas se divisan como un fin deseable y no descabellado. O sea que no todo es negativo.
La vida sale al encuentro es un libro maravilloso que cuenta un curso académico, un verano y la vuelta al colegio de un chaval que en pocos meses descubre el amor, experimenta la angustia de la muerte, se enfada con Dios y trata de galopar las olas de su oleaje interior. Siempre cerca del mar.
Un librazo. Pero tampoco quiero insistir. Que cada uno lea lo que quiera.