Semana Santa Sevilla

La Semana Santa de Sevilla es una de las celebraciones religiosas más importantes del mundo, por su valor espiritual y por su riqueza cultural, artística y emocional. Es una expresión viva de la identidad de la ciudad, «el ADN de Sevilla», en palabras de Antonio Burgos, con su origen en la Edad Media, que tomó su forma actual entre los siglos XVI y XVII, durante la Contrarreforma. A lo largo de los siglos, ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno de enorme relevancia. En Sevilla la vida es una semana que dura todo el año.

Las primeras cofradías de penitencia de la ciudad se fundan en el siglo XIV, en un contexto en el que  la religiosidad popular empieza a cobrar forma pública. Las hermandades de entonces eran corporaciones de laicos unidas por un barrio, un gremio o una parroquia. Se organizaban para ayudar a los pobres, asistir a los enfermos y enterrar a los muertos. La procesión era apenas una parte de su vida activa. Caminaban en silencio, con hábito, portando cruces, a veces incluso descalzos y encapuchados. No había pasos. No había música. Sólo penitencia.

Estas manifestaciones tempranas estaban marcadas por el recogimiento y la expiación. Pero fue en el siglo XVI cuando la Semana Santa sevillana empezó a adquirir su forma más reconocible. En plena Contrarreforma, la Iglesia Católica impulsó la religiosidad visual y teatral como forma de catequesis frente a la expansión protestante. Sevilla, entonces una ciudad rica y estratégica, supo interpretar esa directriz con una sensibilidad estética que marcó para siempre su manera de expresar la fe.

El esplendor del Barroco

El siglo XVII trajo consigo el apogeo de la imaginería sacra sevillana. Los nombres de Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa o Pedro Roldán se inscribieron en la historia del arte con obras de una expresividad sobrecogedora. En sus manos, el rostro del Nazareno dejó de ser sólo símbolo religioso para convertirse en un espejo de la humanidad doliente. El barroco, con su dramatismo, su detallismo y su vocación de conmover, encontró en la Semana Santa su mejor escaparate.

Nacen en este periodo algunas de las devociones más arraigadas de la ciudad. El Señor del Gran Poder, tallado por Juan de Mesa en 1620, una de las imágenes de Crito más veneradas del mundo. De imponente anatomía y mirada compasiva, ha sido llamado el Señor de Sevilla, y su caminar por las calles de madrugada es un acto de contemplación colectiva. 

También en este siglo cobra fuerza la devoción a la Virgen de la Amargura, la dolorosa por excelencia de la ciudad. Con su rostro sereno, lágrimas cristalinas, encarna una estética de la melancolía. Dolor contenido, profundamente humano, en contraste con la gran devoción de Sevilla, en el otro extremo de la calle Feria, la Macarena, que en palabras de Joaquín Caro Romero, «no camina, va sembrando primavera con el llanto detenido de su rostro de azucena». 

Fue en este contexto donde se consolidó el lenguaje litúrgico de la ciudad, una suerte de sinfonía urbana que, según Antonio Burgos, se ha convertido en «una liturgia civil con incienso y pentagramas». En Sevilla, la Semana Santa es una manera de vivir lo común, de expresar la identidad con solemnidad y belleza.

De la crisis a la reinvención

La llegada del siglo XVIII trajo consigo el desgaste. Las ideas ilustradas y el creciente racionalismo cuestionaron la religiosidad barroca. Muchas hermandades desaparecieron por falta de hermanos o por desinterés. Algunas imágenes fueron vendidas, otras cayeron en el abandono. La Semana Santa se mantuvo, pero sin el fulgor de antaño.

El siglo XIX fue aún más convulso. La invasión napoleónica, las desamortizaciones eclesiásticas y los cambios políticos afectaron profundamente al tejido cofrade. Sin embargo, hacia finales de ese siglo comenzó a gestarse un resurgimiento. El Romanticismo, con su afán por recuperar las tradiciones populares, devolvió a la Semana Santa el prestigio perdido. Se fundaron nuevas hermandades, se restauraron pasos, y Sevilla volvió a encontrar en sus procesiones una afirmación de identidad frente al mundo moderno.

Es en este tiempo cuando cobra fuerza una de las imágenes más queridas de la ciudad, tal vez la estatua en madera más admirable jamás talla: Nuestro Padre Jesús de la Pasión, atribuido a Montañés, imagen de proporciones clásicas y mirada introspectiva, elegante y solemne, que confirma la Semana Santa como obra magna y sublime.

Siglo XX

El siglo XX fue testigo de enormes transformaciones, pero también de la consolidación definitiva de la Semana Santa como fenómeno cultural, religioso y social. La Segunda República intento acabar con ella, y el anticlericalismo rojo arrasó para siempre con algunas imágenes. Otras, rescatadas, escondidas, salvadas por la Providencia. imágenes fueron escondidas, otras, como la antigua Virgen de la Hiniesta, fueron destruidas. Pero tras el conflicto, 

Durante el franquismo, las cofradías volvieron con más fuerza, convertidas en refugio espiritual de una sociedad marcada por la pérdida y la reconstrucción. La modernización de España y la posterior apertura cultural de los años ochenta cimentario ese renacimiento. Se fundaron hermandades en barrios periféricos, la participación se amplió, y los jóvenes llenaron las filas de nazarenos. «Cada primavera, Sevilla se reafirma en lo que es: pasión, silencio y fe hecha calle», defiende Carlos Herrera.

Siglo XXI

La Semana Santa de Sevilla es un fenómeno global. Atrae a millones de visitantes, ocupa portadas en medios de todo el mundo y genera un impacto económico notable. Sin embargo, hay algo que permanece inalterado: la emoción ante lo sagrado. Lo explicó con nitidez Alberto García Reyes, al afirmar que lo que ocurre esos días es «un milagro colectivo: miles de personas sin hablarse, organizadas por fe». Porque a pesar de la multitud, de las cámaras, del turismo, Sevilla navega las bullas como ningún otro pueblo y sabe callar cuando no toca otra cosa.

En su visita de 1993, san Juan Pablo II exhortó a los sevillanos a que la Semana Santa «siga siendo testimonio vivo de fe, cultura y tradición para el mundo entero». Estos días, Sevilla es rito vivo y tradición actual. 

Quien lo probó lo sabe.