En más de una ocasión, el joven español Diego Poole, payaso por afición, se encontró cara a cara con un público excepcional: el Papa San Juan Pablo II. Con su inconfundible nariz roja, unos gestos rematadamente exagerados y su humor blanco, Poole logró algo de lo que no muchos artistas pueden presumir: arrancarle carcajadas al pontífice. En medio de multitudes de jóvenes, en eventos como las Jornadas Mundiales de la Juventud, el Santo Padre, conocido por su carisma y cercanía, se abandonaba sin reservas a la alegría, riendo con una espontaneidad que iluminaba su rostro y el de todos los que le rodeaban.

Quienes fueron testigos de estos encuentros recuerdan cómo la sonrisa de Juan Pablo II no era solo un gesto, no una mueca, sino una verdadera manifestación de su espíritu. En su visión de la fe, la alegría era sólo una virtud, sino sobre todo el reflejo de la confianza en Dios y en la vida cristiana. Así, cada vez que Poole desplegaba su espectáculo, lleno de equívocos inocentes y ocurrencias chispeantes, el Papa no solo reía, sino que con su risa enseñaba. Su rostro resplandeciente de felicidad era un mensaje más poderoso que cualquier discurso: el Evangelio es alegría, y la fe no está reñida con el humor.

Uno de los momentos más recordados ocurrió en una audiencia multitudinaria, cuando el payaso Poole, con su torpeza fingida, intentó hacer equilibrios con objetos imaginarios. La risa del Papa, contagiosa y cristalina, hizo estallar a todo el público en carcajadas. Rodeado de jóvenes que también reían a su lado, el Santo Padre aplaudía con entusiasmo, disfrutando como uno más del espectáculo. Su alegría era tan sincera que se volvía un puente entre generaciones, uniendo a jóvenes y mayores en la sencillez de una risa compartida.

Estos encuentros entre el payaso español y Juan Pablo II no fueron meras anécdotas, sino pequeños destellos de la espiritualidad profunda del Papa. En un mundo a menudo marcado por el dolor y la preocupación, el Santo Padre supo recordar, con su ejemplo, que la risa también es un don de Dios. Y así, entre bromas y piruetas, el payaso Poole y el Papa de la sonrisa lograron algo grande: recordarnos que la santidad puede vestirse de alegría y que la risa, cuando es pura, es una forma de oración.

Pablo Mariñoso
Procuro dar la cara por la cruz. He estudiado Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribo en La Gaceta, Revista Centinela y Libro sobre Libro. Muy de Woody Allen, Hadjadj y Mesanza. Me cae bien el Papa.