Anoche Rodrigo ganó el balón de oro y yo no puedo estar más contento. El tipo entró en la alfombra roja cojeando, apoyado por sus muletas, con un esmoquin de esos normales y no con terciopelos granates o solapas con brillantes. Lo que es un esmoquin, vamos. Estoy contento porque en su breve discurso repitió aquella cantinela que sonaba en los patios de nuestra infancia: «Por mí y por todos mis compañeros».
Una fiebre de madridismo se ha apoderado de las redes sociales. Algunos bonobos de la grada sur se han enfadado porque el premio debía ser para Vinicius y no para un español, debía haberlo recogido alguien con traje fucsia, orejas taladradas por pendientes de hojalata y tatuajes indescifrables, como de Prison Break. España es el único país del mundo en el que la gente se enfada por los éxitos de un español. Por no decir nada ya de nuestra ganadora Aitana, si nos ponemos feministas. Escribí hace tiempo que el Real Madrid era una religión, pero no dije nada de su dios, que hoy se reviste de wokismo.
El tuit lastimoso de Vinicius ayer por la noche, como de niñata enfadada, me ha recordado al neoliberalismo de Errejón. La culpa siempre es de los demás, claro, y uno o gana o patalea. Cuando lo tienes todo por fuera hay grandes probabilidades de no tener nada por dentro. Lo escandaloso es que el Madrid se haya arrodillado, como Ábalos ante Delcy, ante los delirios de soberbia de un jugador. Hacerte siempre la víctima debe ser agotador, pero supongo que se sobrelleva mejor con muchos millones en el banco. Leo que uno de los requisitos para ganar el balón de oro es la ejemplaridad y las buenas maneras y Vinicius no las tiene porque no las quiere tener. Errejón y Ábalos tampoco.
Pero no es que yo me alegre de la derrota del madridista, que también, sino que me recreo en la victoria de Rodrigo. No sólo por español, sino por normal, sobre todo por normal. Rodri subió al escenario y dio las gracias a su novia, con quien ayer celebraba su octavo aniversario. Bien. Mencionó a su familia y a su agente, que con tanto amor desinteresado le han acompañado todos estos años. Bien. Se acordó de Carvajal, que podría y quizás hasta debería haber estado en ese atril. Y agradeció a todos sus compañeros la ayuda. No era él sobre un escenario, sino una legión. Olé.
Rodri, que es un chico normal, además se acordó de España. Ser conservador no es algo filosófico: ese instinto está ahí, en el agradecimiento a nuestros mayores, en el recuerdo a una estirpe de futbolistas que han honrado una camiseta: «Es una victoria del fútbol español. Tantos jugadores que no lo han ganado y lo han merecido, como Xavi, como Iniesta, como Iker, como Busi… ¡Son tantos! Esta es una victoria del fútbol español y sobre todo de la figura del medio centro». Pablo Iglesias decía que patriotismo es la sanidad pública y yo pienso que patriotismo es Rodri.
Me puse en pie mientras cenaba porque el tipo espetó: «Esto es prueba de que un chico normal, con valores, que estudia, que intenta hacer las cosas bien, que no se fija en los estereotipos, puede llegar a lo más alto». Y hablando de lo más alto aprovechó para agradecer a Dios todo lo que le ha dado. Clap clap clap. Un tipo normal, futbolista forjado en una familia humilde, ayer ganó el máximo premio del mundo del fútbol y yo aplaudo esta revolución de normalidad. Nada de likes, piercings aleatorios o plañideras en Twitter. Anoche un tío normal ganó el balón de oro y yo no puedo estar más contento.