El vídeo lleva la mosca de Okdiario y es del 17 de noviembre de 2023. La gente se había echado a la calle Ferraz a recordarle a toda España cuál es su verdadero problema. El Noviembre Nacional estaba en su apogeo. Recuerdo aquellos días como entre la niebla. Yo salía de clase y me iba allí a estar sin más. No suelo gritar consignas ni ondear banderas, pero tampoco falto a las citas. Con frecuencia me encontraba a alumnos algo sorprendidos de verme.
Aquella noche del 17 el delegado del Gobierno en Madrid había dado instrucciones a la UIP y los funcionarios obedecieron con porrazos, furgones —esos que no envía el gobierno a Melilla— y detenciones. Andrés ya andaba rezando el rosario en público y alterando la paz ciudadana con sus avemarías. Por aquellos días fue cuando descubrimos que Pablo Mariñoso es un poeta delicadísimo y que la libertad puede consistir en un desfile de muñecas hinchables camino de la sede del PSOE. Había mucho Goya, por cierto, en esas protestas gamberras y creativas. Una noche uno se llevó una parrilla con chorizos y sólo nos faltó una vaquilla para que la alegría, la dignidad, la libertad de España quedasen reivindicadas.
Hubo mucha libertad y mucha dignidad en aquel vídeo de O’Mullony. Está de pie con una cazadora marrón que sólo él podría llevar con tanto arte. Peinado con raya a un lado. Frío como un cazador de Yakutia y con el móvil en la mano delante de un policía que le tenía muchas ganas. Mullony —-apeemos la O’ en aras del relato— estaba grabando lo que hacía el funcionario. A la distancia en que brotan los besos o los mordiscos, el periodista miraba al policía levantando las cejas. «No me pegues. No me pegues». No se lo pedía ni se lo suplicaba. Más bien se lo ordenaba. Era como un último gesto de decencia después de que hubieran estado aporreando a jubilados vociferantes, a señoras mayores y a tipos que decían no sé qué de un puticlub en la calle Ferraz. Mullony recordaba a quien estuviese mirando que él era, como me dijo una vez un juez de lo penal durante una vista, nada menos que un ciudadano.
El vídeo dura 36 segundos y se hace un poco largo porque Mullony se recrea en la suerte. En lugar de arrugarse, sostiene la mirada que llega a través del casco. No tiene miedo. No grita ni pega alaridos, pero se mantiene firme. Como el primer editor que se atrevió a publicar Operación Masacre, no es un héroe, sino sólo un tipo que se atreve, pero eso —en la España de Pedro Sánchez— es mucho. Feijoo, sin ir más lejos, con millones de votos a sus espaldas, no puede decir lo mismo que este irlandés remoto con un móvil.
Esa noche Mullony se ganó la barba. Porque al bigote hay que atreverse, pero la barba hay que merecerla. No en vano fue Adriano el primer emperador en dejársela después de haber servido en las legiones de la Dacia. En el vídeo, Mullony lleva la barba corta de los filósofos lúcidos, los profesores de letras y los periodistas peligrosos. Aún no le había crecido la barba de comandante afgano que gasto yo en invierno, pero es digno de ella desde entonces.
Esa noche de noviembre de 2023 Antonio O’Mullony —periodista, entonces director de La Gaceta, fundador de LA IBERIA— entró en la historia móvil en mano dejando constancia de que, frente a las porras de Pedro Sánchez, hay una España que no necesita gritar para hacer silencio e imponerse.
Como yo escribo en LA IBERIA no tengo hoy esa sensación de despedida que ha motivado mensajes de afecto, besos y abrazos. De alguien capaz de proyectar un medio como ha hecho él con La Gaceta, uno no escribe un adiós, sino una celebración: hay tipos como Mullony, que no les hurta el cuerpo a los porrazos. Y ésa es mi alegría y mi esperanza.
Nos vemos aquí, en LA IBERIA.