Si a la oposición institucional se la neutraliza estigmatizándola como el mal en tanto minoría ajena a los intereses de la mayoría, ¿le queda alguna oposición al Gobierno? En teoría sí, pues cuando distintas instancias sociales (padre de familia, empresario, sacerdote…) le disputan al Estado el control de los individuos, éstos disfrutan de la libertad de elegir dueño según las bondades de cada uno.
La historia es la sucesión de batallas donde el poder político y el poder social y espiritual (clanes, nobleza, patronos, iglesias…) pugnan por el mando sobre los hombres. En este enfrentamiento las victorias del poder político se cimentan, entre otros motivos, promoviendo conflictos civiles (política «de los derechos», ideologías de género…) en las instituciones tradicionales de la sociedad para destruirlas desde el interior. El poder social se defendió solicitando órganos independientes del Gobierno para vigilarlo (división de poderes, derecho administrativo…).
El balance de la disputa a día de la fecha es la neutralización de los cuerpos intermedios del poder social que han sido devastados por los enfrentamientos civiles en los que el Estado fue parte interesada y vencedor último, y por el crecimiento ilimitado del mismo Estado que ha hecho suyas todas las instancias de control político (parlamentos, órganos administrativos de fiscalización…). El resultado es que sólo queda el Estado frente a individuos aislados ora satisfechos, ora indignados.
Hablar de «luchas sociales» se convierte en un oxímoron porque no hay entidades con capacidad para discutirle nada al Estado, pues la prolongada servidumbre voluntaria las hizo olvidar cómo se hace. Sólo existen grupos de interés que no aspiran a controlar al Estado, sino a captarlo en su favor.
Esto provoca que la batalla de los que se oponen sea compleja, pues ya no son eficaces las instituciones políticas liberales ni poderosos los cuerpos sociales intermedios. Tanto los refugios como las correcciones al poder que hicieron posible la «libertad liberal» languidecen. Sólo permanecen sujetos que votan lo que ya está decidido.