La guerra que inventó Hearst: cuando las noticias falsas decidieron el destino de España

«Usted ponga las imágenes, que yo pondré la guerra»

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«Usted ponga las imágenes, que yo pondré la guerra». La frase del magnate mediático estadounidense William Randolph Hearst explica por sí sola la Guerra hispano-estadounidense de 1898, que supuso la pérdida definitiva de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, es decir con lo que quedaba del imperio, y desembocó en una pena colectiva que todavía dura, siempre por compensar en el devenir histórico de España.

La noche del 15 de febrero de 1898 marcó un punto sin retorno en la historia de España y los Estados Unidos, aunque el paso del tiempo no permite pensar que también en las relaciones entre ambos. La explosión del acorazado estadounidense USS Maine, atracado en la bahía de La Habana, que acabó con la vida de 266 hombres, sirvió a la prensa sensacionalista norteamericana para señalar a España como culpable, a pesar de que no existía ninguna prueba concluyente. Fue el pretexto ideal para iniciar un conflicto deseado desde tiempos de Lincoln por algunos sectores políticos y empresariales de los Estados Unidos.

El periodismo de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer jugó un papel decisivo en este proceso. Estos empresarios mediáticos habían emprendido una feroz competencia para atraer lectores, y no dudaron en exagerar, distorsionar e incluso inventar noticias para alimentar el sentimiento antiespañol.

Los diarios New York Journal, propiedad de Hearst, y New York World, de Pulitzer, dedicaron portadas enteras con titulares incendiarios como «El Maine destruido por un sabotaje español» o «España culpable». Aunque investigaciones posteriores apuntaron a un accidente interno del barco, en lo más parecido a una versión oficial, los diarios amarillistas sostuvieron la teoría conspirativa de un ataque español, sin pruebas, pero con enorme éxito comercial.

Hearst envió a Cuba al famoso ilustrador Frederic Remington para proporcionar imágenes del conflicto. Según cuenta la célebre anécdota, al no encontrar suficientes escenas dramáticas, Remington envió un telegrama diciendo que «todo está tranquilo». Hearst respondió con la frase que pasaría a la historia del periodismo sensacionalista. La estrategia surtió efecto. La presión popular, agitada por la prensa, se volvió tan intensa que el presidente William McKinley —originalmente reticente a la guerra— terminó cediendo. El 25 de abril de 1898, los Estados Unidos declararon oficialmente la guerra a España.

La campaña mediática no sólo distorsionó los hechos del hundimiento del Maine, sino que también desplegó una feroz propaganda contra España y los españoles. En sus páginas se multiplicaron historias falsas sobre supuestos abusos de soldados españoles hacia civiles cubanos, acusándolos de torturas, violaciones y asesinatos masivos. Estos relatos inventados contribuyeron significativamente a extender la Leyenda Negra española en la conciencia estadounidense.

Los verdaderos intereses detrás de la guerra no tenían nada de humanitarios. Los Estados Unidos buscaban reforzar su posición estratégica en el Caribe y el Pacífico. Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam eran territorios cruciales para asegurar rutas comerciales y consolidar su influencia hemisférica, especialmente con vistas al ambicioso proyecto del Canal de Panamá. Con la victoria norteamericana llegó también un abrupto cambio geopolítico: España perdió sus principales posesiones de ultramar, marcando el fin definitivo del imperio. Los Estados Unidos eran la nueva potencia imperial.

Fake News

Aquella guerra impulsada por quienes para muchos son padres del periodismo moderno demostró que la verdad puede quedar relegada cuando los intereses económicos y políticos predominan sobre la ética. Para historiadores como Hugh Thomas, «la guerra de 1898 fue la primera gran guerra mediática del siglo XX, producto de una maquinaria periodística que nunca antes había mostrado tanto poder para modelar la opinión pública».

El papel de figuras como Hearst continúa siendo objeto de análisis y debate sobre la responsabilidad social del periodismo. A más de un siglo de distancia, la guerra de Cuba continúa ilustrando cómo la mentira repetida, falsas noticias convertidas en verdades colectivas, puede desembocar en guerras reales con consecuencias irreversibles.

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