Hemos tenido en casa una noche toledana por una indigestión o un virus. En horas como esta es cuando los tuits de Harry el Socio (@harryelsocio) ganan toda su fuerza. Esa mezcla de costumbrismo, humor negro —que es el humor del Arcipreste de Hita, de Velázquez y del mejor Goya— y nostalgia los convierte en antídotos infalibles contra la tristeza, la bajona y el mal fario.
Porque Harry el Socio, de alguna forma, somos todos los que nacimos el siglo pasado y aún andamos pagando impuestos, cotizando para pensiones y cargando a duras penas con un Estado cada vez más pesado. En esos tuits de Harry sobre el Vicks Vaporub, la lectura de notas en voz alta y los juguetes late una infancia vivida en una España que dejamos de reconocer hace mucho tiempo.
Quizá por eso me cuesta poco o nada pasar por alto algunos tacos, alguna blasfemia popular y algún chiste de otro tiempo —el nuestro— en que, como él dice, «no había maldad». A veces sospecho que sí que había maldad, pero también había una bondad popular, del barrio y de las familias que compartían, para bien o para mal, hábitos y costumbres similares. Nadie necesitaba fingir cosmopolitismo salpicando las frases de términos en inglés. Lo normal era veranear en Gandía, en Jávea o «en el pueblo» y no lo era tanto irse a estudiar inglés a los Estados Unidos. No es que esto último esté mal, pero aquello estaba muy bien.
Los tuits de Harry tienen la fuerza de lo auténtico. Yo he visto a esos profesores de bata blanca y exámenes bajo el brazo y conservo para con ellos una deuda impagable. Yo he visto las jugueterías rebosantes de Madelman con paracaídas. Yo he conocido esa España que era más austera, quizás más pobre, pero mucho más sana, más digna y más humana. Cuando él dice que «no había maldad» dice la verdad porque, al final, era mucho más lo bueno. Era tanto —la camaradería, la pandilla, la espontaneidad— que dejaba de lado lo malo que la propia condición humana carga sobre sí.
Entre todo eso bueno, estaban Los Chunguitos, el Chino Cudeiro, Manolita Chen, el Un, Dos Tres, Curro Jiménez, el Exin Castillos y una España que soñaba con un país muy distinto del que hemos terminado teniendo. En esa España, ese padre que se hacía Madrid-Torremolinos con un paquete de Ducados y la ventanilla bajada —los padres de muchos amigos míos— tenía cosas mejores que hacer que malcriar a sus hijos; por ejemplo, trabajar como una bestia para pagarles los estudios y darles un ejemplo de vida honrada. Ir con la cabeza alta era todo un ideal de vida. «Que no te puedan poner la cara colorada». Ese padre sabía que hay cosas que el dinero no puede comprar. Los padres son muy importantes en los tuits de Harry el Socio; igual que en la vida, por cierto. Aún queda gente así —seguramente sean la mayoría de los padres— y Harry el Socio les da una voz y una memoria.
Así que en esta noche un poco atribulada me he puesto a leer sus tuits geniales —el de la lectura de las notas es insuperable— y a hacer memoria. Me he acordado de mi padre, de aquella España de agostos con todo cerrado y escaparates enjalbegados de blanco España y de una infancia de juegos en la calle sin miedo. No había leche de soja ni aguacate en los desayunos, pero las meriendas de pan con chocolate eran antológicas.
Como todo lo que se escribe por aquí, estas líneas pueden terminar en balacera injuriosa, en tangana dialéctica o en fauda tuitera. No importa. El recuerdo de aquel tiempo es ya invulnerable.
Quizá por eso me gustan tanto los tuits de Harry el Socio, a quien le envío un abrazo agradecido mientras va amaneciendo.