Los novelones son para el verano. ¿Y qué es mi concepto de novelón? Tres características los define. Tienen más de 500 páginas, suelen ser clásicos de la historia de la literatura y exigen una lectura atenta y profunda. Reconozcámoslo: durante el curso leer un libro que cumpla con estos tres criterios es difícil. A mí, al menos, me cuesta. Llegas tarde a casa y… No lees más de 20 páginas tras un duro día de trabajo. Y a mí, personalmente, dedicarme a la lectura de un libro durante más de un par de meses, como máximo, me parece desalentador. Me reconozco como lector desorganizadamente organizado: no confecciono a principios de enero una lista de libros que leer sucesivamente durante el año, pero sí me guío por un mínimo orden y criterios a la hora de escoger lecturas.
Inspirado por esta premisa lectora, desde finales de julio hasta finales de agosto me sumergí en el universo de Margaret Mitchell y la única novela que publicó en vida: Lo que el viento se llevó. Pertenece a un club selecto de autores que, como Harper Lee y su Matar un ruiseñor, escribió su primera novela y ya recibió un premio Pulitzer.
«CUANTO MENOS HONRADEZ SE EXIGÍA A SÍ MISMA MÁS EXIGÍA A LOS DEMÁS»
Lo que el viento se llevó no es la típica novela romántica, aunque su adaptación al cine probablemente haya sido cooperadora necesaria para que se haya asentado entre la cultura popular como tal. Discrepo de esa aseveración. Nos encontramos ante una historia total, un relato que abarca varios géneros y subtramas, convirtiéndola en una obra literaria monumental que interesará tanto a los enamorados de la novela austeniana como a los inquietos por conocer más sobre la historia de los estados sureños antes, durante y tras la Guerra de Secesión.
Vida social, matrimonio, relaciones entre hombres y mujeres, psicología humana, guerra, política, venganza, esclavitud, el ethos del sur y del norte de los Estados Unidos… Lo que el viento se llevó habla de todo eso y más. Margaret Mitchell tampoco escatima en describir con precisión y prolijamente a unos protagonistas bien definidos: Scarlett O’Hara, Melanie Hamilton, Ashley Wilkes, Rhett Buttler, Ellen O’Hara, Gerald O’Hara, Mamita y una pléyade de personajes. La primera, claramente, es la grandísima protagonista: la hija mayor de un matrimonio propietarios de Tara, una gran mansión al sur de Atlanta (Georgia) con grandes extensiones de algodón.
La narración comienza con lo que serán los dos motores de la acción de ese relato: el estallido de la guerra entre el Norte y el Sur de EEUU en abril de 1861 y el casamiento de Ashley Wilkes, el amor platónico de Scarlett O’Hara, con Melanie Hamilton. A partir de ahí, a lo largo de un millar de páginas, se suceden un hilo de acontecimientos que mantendrán atrapado al lector en cada capítulo. No sólo es una lectura entretenida y atrapante, sino que la autora también aprovecha para, delicada y sutilmente, mostrar unos personajes con sus grises: nadie pasa el filtro de San Pedro para entrar en el Cielo.
Ciertamente uno puede odiar a Scarlett por momentos, con esa arrogancia sureña y egoísmo que le llevan a traicionar a sus seres más queridos, y unas páginas después sorprende por su sagacidad, su fortaleza y su perfil adelantada a su tiempo y de self-made woman en medio de tantas calamidades. Cierta maldad innata de Scarlett se opone a la bondad suma de Melanie. Santidad en tierra que no pocas veces peca de simple beatería, una ceguera incomprensible o el rechazo a batallear justamente por lo que es suyo ante los sucesos que ocurren en su círculo más íntimo. O Rhett, ese pícaro que se despierta caballero y se acuesta truhan. Este juego de virtudes y defectos, pues, humanizan a los personajes, convirtiéndola en un verdadero clásico para aprender de lo mejor y peor de la condición masculina y femenina.
«LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CIVILIZACIÓN HACE GANAR MUCHO DINERO. PERO SE GANA AÚN MUCHO MÁS EN SU DESTRUCCIÓN»
Mitchell también logra con éxito hacer una radiografía completa de los motivos que llevaron a los estados del sur a separarse de la Unión y fundar su Confederación. Muchas páginas, a modo de diálogos, pensamientos o descripciones, introducen al lector en las complejidades de la contienda civil norteamericana, poblada de razones y sinrazones. La esclavitud, por ejemplo, es tratado en la novela alejada de los maniqueísmos. Ni denuncia ni justifica tal terrible fenómeno: Mitchell se limita a relatar en boca de sus personajes.
Llama la atención la esclavitud sureña por su similitud con la relación de servidumbre medieval que mantenían los esclavos negros con sus amos: les llegaban a considerar como algo tan propio como un hijo al que cuidar y proteger. Recuerda a una especie de relación señor feudal-siervo al que se añade cierto paternalismo: ambas partes se necesitan simbióticamente. Por un lado, los negreros necesitan mantener su estatus y modelo de vida basada en el algodón. Por otro lado, los esclavos son retratados como niños que precisan del cuidado y supervisión paternal del amo. De hecho, algunos de ellos abrazan la emancipación y otros reniegan de ella, no concibiendo otro lugar sino al lado de su señor no por obligación, sino por este singular vínculo tejido tras años de servicio. Descolocan nuestro imaginario común escenas como las manifestaciones de racismo de los yanquis contra los esclavos y las muchas cotas de libertad que dan los O’Hara a Mamita para educar y corregir severamente a Scarlett y sus hermanas, por ejemplo
Asimismo, la exposición de los dos modelos de vida que se enfrentaron es palpable a lo largo de sus páginas: la máxima rentabilidad del norte y su industria manufacturera ante la máxima comodidad del sur y su industria esclavista. El emprendedor norteño frente al terrateniente caballero del sur. Dos formas de vida que por el asunto esclavista ya en las conversaciones durante la Convención de Filadelfia despertaron algunos rifirrafes, incluso advertencias proféticas sobre un posible conflicto en el futuro. Como si la guerra civil fuera una cuestión de tiempo. La lucha entre el norte y el sur parecía destinada a materializarse influenciada también por una arquitectura constitucional en la que los estados del sur miraban con recelo la acumulación del poder federal en detrimento del estatal y la influencia creciente del Norte en la toma de decisiones, perjudiciales para el Sur. Los episodios bélicos no se ahorran detalles: los capítulos del cerco sobre Atlanta recuerdan la máxima de que en las guerras nadie se salva de esa inhumanidad atávica que surge en ambos bandos.
Margaret Mitchell entrega una historia antológica que ha devenido en un clásico de obligada lectura. Gustará a quienes deseen profundizar en este episodio histórico, conocer el punto de vista sureño sobre el conflicto y empaparse de una interesante red de amores, venganzas e intereses entre sus personajes.