El 3 de junio de hace no tantos años el joven español Ignacio Echeverría dio una lección al mundo. Joaquín, su padre, asegura que Ignacio no es un héroe y, de serlo, su capa consiste en un mero monopatín. Por algo todos conocemos a Ignacio como el héroe del monopatín. Hoy nos dice que su hijo Ignacio no era excepcional en nada, «ni siquiera montando en monopatín». Sus lágrimas, y las de todos nosotros, nos recuerdan sí lo era. Por eso hoy, cinco años después, su padre nos sigue dando esa misma lección. La de vivir para los demás hasta el final.

¿Ignacio es un héroe?

Ignacio hizo algo heroico, sin duda, porque no había precedentes. En un sitio donde la policía estaba peleando, tratando de defender a la gente, ningún civil había intervenido nunca, en los últimos tiempos, exponiendo su vida. Ignacio vio pasar huyendo delante de él a cuatro policías. Cuando se bajó de la bicicleta para ir a la pelea, oyó mucho vocerío, mucha gente corriendo por la calle. Hay que decir que no tenían pistola y los terroristas llevaban aparentemente cinturones explosivos. Eso vieron los policías ―aunque luego fueran latas de cerveza forradas con cinta americana. Ignacio vio eso mismo, pero fue a la pelea, resistió y, aunque podía haber huido, se quedó y murió.

Ignacio tampoco llevaba pistola.

No, no. Los policías llevan una porra y tienen entrenamiento, pero Ignacio no había hecho nunca artes marciales ni tenía ninguna preparación. Ignacio solo tenía el entrenamiento mental. En los últimos días de mayo, en una reunión familiar en Madrid, celebrando su cumpleaños, Ignacio dijo: «Si yo hubiera estado en Westminster ese policía estaría vivo». Entonces, ese día, Ignacio estaba adquiriendo un compromiso consigo mismo. Y cuando llegó el momento, mantuvo el compromiso.

O sea, que tenía una actitud de ayuda.

Ignacio pensaba que era inadmisible lo que estaba pasando y que nos dejáramos acorralar y asustar. Decía que teníamos la obligación de defendernos. Que no podíamos ser como corderos corriendo ante el lobo. Y ese convencimiento es lo que hizo saber cómo actuar sin necesidad de pensar.

Hace ya cinco años Ignacio perdió la vida salvando otra. ¿Valió la pena?

Yo estoy convencido ―y ahora mucho más que entonces― de que valió la pena. Cuando desapareció Ignacio, me hicieron entrevistas en la radio y cuando me preguntaron si nos estaban tratando bien las autoridades británicas dije que esto es una guerra. Y en una guerra hay que curar a los heridos, neutralizar al enemigo y, por último, atender a las familias. Y hoy sigo pensando lo mismo.

En aquel momento no es que mereciera la pena o que no. Ignacio hizo lo que él creyó que debía. Ignacio era libre y yo nunca fui propietario de mis hijos. Fui responsable de ellos cuando eran menores. Sólo faltaba que yo fuera a negarle a uno de mis hijos la libertad de actuar como le pareciera bien. Sobre todo cuando esa actuación fue positiva.

Libertad. Pero hay algo suyo en Ignacio.

En nuestro entorno nos impregnamos de lo que vemos. Lo que pasa es que el tinte sólo tiñe al tejido que puede ser teñido. Ignacio tenía ese tejido capaz de absorber lo que vio.

¿Supo transmitirle unos valores cristianos?

Sin duda. Aparte, esto no es sólo una cuestión de fe, sino de fe y de actitud vital. En mi opinión, Ignacio sabía que en la balanza en una situación de riesgo, la vida de otros que no conoces, que no son tus padres, tus amigos, tus allegados, también cuenta. Él vio a unas personas que siendo apuñaladas e intervino. Una de ellas era un policía muy grande que, según creyó Ignacio, necesitaba ayuda. Y realmente la necesitaba porque enseguida cayó muy gravemente herido. Aunque después de caer Ignacio, él se levantó y vvolvió a la pelea. Ignacio vio eso y pensó que debía ayudarlo, como a las dos personas que estaban en el suelo, que hoy siguen vivas.

Hablemos de esas primeras horas. Entiendo que cuando nos llegaron noticias del atentado ustedes no imaginaron que Ignacio estuviera implicado.

No. Hasta el día siguiente no lo supimos. Esa noche, viendo alguna serie en la televisión, pasamos por unas noticias que informaban de un atentado y mi mujer comentó que ya eran muchos (el de Westminster, el de aquella discoteca y el de aquel día). En ese momento teníamos dos hijos viviendo en Londres. Así que no le dimos más importancia. Pero al día siguiente, cuando los WhatsApp no llegaban y apenas recibíamos noticias de Ignacio nos preocupamos. Mi hija, que lo sabía antes que nosotros, nos dijo que Ignacio había intervenido en la pelea. Le informaron sus amigos Guille y Javi.

Con los que volvía de patinar.

Sí, habían estado patinando y con unas bicicletas municipales querían acercarse a Borough Market a tomar algo. Iban en bicicleta y vieron cosas raras. Su amigo, según nos contó, pensó que había alguien completamente borracho y luego vieron que estaba herido. Empezaron a ver carreras y gritos. Vieron entonces a tres terroristas moviéndose y cómo un policía corría hacia la pelea. Entonces Ignacio le siguió.

Imagino que está orgulloso, pero no me negará que otro hubiera preferido un hijo menos valiente.

Hombre, por Dios, no. Yo quiero a las personas como son. Sólo faltaba que los pudiera moldear y hacerlos a mi medida. Ignacio tuvo la enorme suerte de tener una buena vida ―con muchos tropiezos y contrariedades― y morir de buena manera. Ignacio fue un hombre con suerte. No hay nada más que pedir.

En su libro Así era mi hijo Ignacio, narra cómo desde niño Ignacio ya tenía un marcado sentido de la justicia.

Sí, es lo que cuentan de él. Eso me lo contó una chica en el tanatorio. Se acercó y dijo que era compañera de Ignacio y cuando se puso de moda que los niños levantaran las faldas, Ignacio se metía por medio diciendo «no hagáis eso». Iba en su carácter.

Ya hemos hablado de los valores de Ignacio. Pero imagino que su muerte hizo que Ana y usted replantearan su vida. ¿Cuál fue el papel de la fe en esos momentos de prueba?

Nosotros somos conjunto de muchas influencias y la fe es una parte. Supongo que mi fe salió cuando pensaba que aún estaba vivo ―no sabíamos nada de Ignacio― y que estaba sufriendo porque estaba solo, y llegué a pensar incluso que lo habían secuestrado los terroristas o que andaba en algún hospital sin ser identificado. Yo estaba sufriendo por él. Pero cuando supe que estaba muerto, empecé a pensar en su muerte. Y cuando vi su cadáver y le vi un gesto sereno, eso me dio tranquilidad. Y eso es la fe.

Por lo demás, entiendo que no se puede tener suerte siempre en la vida. Por eso hay que dar gracias por la suerte que tenemos tantas veces. No podemos andar lamentándonos de la mala suerte que tenemos porque no tenemos derecho. Cuando el embajador me dijo, después de la primera Misa que se ofreció por Ignacio, que en España había nerviosismo porque se estaba diciendo que a Ignacio lo mató la policía, yo le dije que eso no tenía importancia. Si la policía se equivocó y creyendo que era un terrorista lo mató, pues hizo lo que tenía que hacer. Si hubieran estado allí mis hijos yo seguiría sin quejarme. Yo pensaba que lo importante era neutralizar a los terroristas.

¿Considera que el ejemplo de Ignacio ha ayudado e incentivado la luchar contra el terrorismo? ¿Estamos combatiendo bien el terrorismo yihadista?

Creo que Ignacio ha tenido una cierta influencia en personas, en la forma de ver este problema. Ahora bien, creo que las autoridades siguen con sus ritmos y hay mucha profesionalidad en materia antiterrorista, particularmente en España. Pero no creo que Ignacio haya cambiado los parámetros de intervención de los servicios de inteligencia en el mundo. Veo que Inglaterra sigue en su línea y mata a los terroristas y España, en cambio, intenta apresarlos vivos, aunque en Cambrils se les disparó ―cosa que me alegra profundamente. Cada país sigue en su línea. Y yo admiro profundamente a los británicos en esa materia.

¿Hay que actuar con contundencia?

Naturalmente. No podemos exponer la vida de una persona decente por evitar la muerte de un indecente.

Le recito unos versos, que imagino conocerá, del poeta José Gabriel Risco. De su Elegía al héroe del monopatín. ¿Por qué hay que reivindicar la memoria de Ignacio?

Brota nuestra esperanza honrando su memoria,
y allí en lontananza vive junto al Eterno.
¡Gloria al héroe que deja su impronta en la historia,
esencia pura de una flor del pensil superno!

Ignacio murió bien. Y su muerte puede ser muy útil, pero tiene una componente de buena suerte. Ignacio tuvo una vida buena, fue una persona buena, con mucho tesón, con muy buena voluntad, con ganas de ayudar a los demás. Una vida ejemplar. Si ese acto lo hubiera hecho otra persona, a lo mejor no daba esos estándares. Entonces fue una suerte que fuera Ignacio el que tuvo la oportunidad.

Esto nos eleva el listón.

No, nos lo pone bajo, porque Ignacio tuvo una vida muy buena y es ejemplar, pero Ignacio no era excepcional en nada. Ignacio era una persona común y corriente excepto en su tesón. El tesón no es un problema genético, sino de voluntad. Todos podemos cultivar nuestra voluntad e intentar imitarlo. A lo mejor es una ingenuidad por mi parte. Si Dios lo escogió a él porque hacía falta un ejemplo, a mí me parece que escogió el mejor ejemplo. Y si es así, yo estoy agradecido a Dios.

¿Tenemos todos nuestro propio monopatín, nuestra propia manera de ayudar?

Todos podemos cuidar a nuestro entorno próximo, que es por donde hay que empezar. La bondad es cuidar a quien uno puede, y ése es el que está más cerca. Y no hace falta morir en el intento. Sí, al menos, tener la decencia de pensar que ese día, este día, estamos haciendo el bien.

Para hacer mucho bien el 11 de marzo se estrena en Leganés Skate hero, el musical sobre la vida de Ignacio. 8.000 personas vamos a poder recordar su vida. Imagino que estarán contentos.

Estamos muy agradecidos a los Cruzados de Santa María y a Ven y Verás por su esfuerzo para hacer este musical. Es muy de agradecer que la Asociación de Ayuda a las Víctimas del Terrorismo, junto al obispado de Leganés hayan organizado este evento. Ahí detrás está el esfuerzo de una gente muy joven que han puesto ilusión, ganas y trabajo. Lo que quiero que la muerte de Ignacio sea útil, y la única manera de que sea útil es que se hable de él, no se le olvide, y que nos paremos a pensar en cómo era. Sabiendo que no era excepcional en nada ni montando en monopatín ―creo que tenía menos facilidades que la media, aunque luego he visto que no debía hacerlo tan mal. Pero bueno, lo importante es que la gente sepa que, esforzándose, se saca fruto.

Hay generaciones que ya no conocen a Miguel Ángel Blanco, a Gregorio Ordónez… ¿Qué tenemos que hacer para que esto no pase con Ignacio?

Tenemos que intentar que siga presente. Hasta ahora está muy presente y casi todas las semanas hay una publicación que habla de Ignacio. O se celebran torneos, memoriales o se inauguran pistas de skate con su nombre. Hay un monumento en el Paseo de San Juan de Alicante que tiene mucho éxito y es muy visitado y fotografiado. Sigue hablándose de Ignacio y eso es bueno mientras esté presente en la memoria. Por eso es necesario hablar de cosas buenas.

Son decenas los reconocimientos que ha recibido Ignacio (como la Medalla de San Jorge, la Gran Cruz del Mérito Civil, etc.), aunque imagino que la mayor satisfacción es saber que Ignacio está en el cielo. ¿Qué nos puede contar sobre el incipiente proceso de canonización?

Cuando murió Ignacio, el obispo Martínez Camino, responsable de las causas de los santos, dijo en alguna entrevista que estaban pensando en la canonización. De hecho, hemos tenido alguna reunión con él. Por eso nos sugirió que iniciemos una comisión que haga posible que se inicie el proceso. Y en eso estamos. Después del 3 de junio, pasados cinco años, se abrirá la comisión. Luego, naturalmente, será lo que Dios quiera.

El próximo 11 de marzo se representará el musical Skate Hero sobre la vida de Ignacio Echeverría. Para comprar entradas: skatehero.es.