Una amiga del trabajo me cuenta que su marido se ha jubilado. A ella todavía le quedan unos años para terminar de cotizar. Yo le cuento que mi padre se prejubiló hace unos meses. Ahora mi madre tiene que preparar su ropa del día siguiente por la noche para dejarla fuera y no encender la luz por la mañana. Mi compañera se identifica.
Recuerdo una frase que escuché hace años: «Un hombre jubilado en casa estorba más que un colchón en el pasillo». Es interesante, porque al final todos somos parecidos. Las parejas discuten por la tapa del váter cuando empiezan a convivir y treinta años después discuten porque el marido se ha jubilado y se ha puesto a ordenar de más. Ojalá discutir yo también después de treinta años de matrimonio.
La jubilación de mi padre ha ocurrido este curso, pero ya en los últimos años he percibido que mis padres se hacen mayores. La edad es inevitable. Pero la alegría consiste muchas veces en una decisión. Creo que mis padres la tienen.
Una vez, durante un descanso entre clase y clase en la facultad, comenté algo sobre la lluvia para rellenar la conversación. Un amigo me corrigió: «Nosotros no hablamos del tiempo». Mi amigo me explicó que es un tema de gente mayor. Enseguida uno comenta que va a hacer bueno y el resto hace teorías y dice que siempre que llega una semana de buen tiempo luego llueve (o al revés). A mí aquello me pareció razonable. Varios años después, escuché a mi padre decir: «Cada vez hablo más del tiempo… y cada vez me parece más importante». Recordé la teoría de mi amigo.
Hace poco contemplé otra reacción deportiva. Mi padre viajaba a Bilbao ese día. Mi hermano se llevó sus zapatillas y mi padre tuvo que ponerse de acuerdo con él para recuperarlas porque las necesitaba para una excursión en Bilbao. Luego mi madre le llamó porque se había dejado el móvil en casa y mi padre se lo llevó al trabajo. Se fue a un curso de la universidad para mayores y al salir le llamó un colega también jubilado para comentar una gestión burocrática. Mi padre decidió asegurar y hacer ese mismo día la gestión. Luego fue a recogerme en mi trabajo, fuimos juntos a la estación de autobuses y allí yo me quedé con el coche. El resumen de su día me pareció genial: «Esta es mi vida ahora, ponerme nervioso por chorradas».
Mi episodio favorito de envejecer con deportividad sucedió en Nochevieja. No recuerdo la conversación, pero yo dije que los jóvenes ahora lo tenemos más complicado que nuestros padres. Mis tíos empezaron un bombardeo de «yo a tu edad», «pues en nuestra época», «los chavales de hoy…». Mi padre sonrió y solo dijo: «En nuestra época no contábamos batallitas». Me encantó aquello.
Hay otras historietas y no solo de mi padre. Las de mi madre las dejo para otro texto. Pero la conclusión es sencilla: hay muchas cosas en las que me gustaría parecerme a mis padres. Ahora también en la forma de hacerse mayor con buen humor.