Parecía que estaba de figurante en la serie The Walking Dead, miraba a todas partes y en aquella avenida estaba lleno de zombis, brujas, diablos y cualquier bicho horroroso que ofreciese la mínima coartada para dar miedo. En el trayecto por ese paseo aprendí varias lecciones magistrales de éste Halloween: me quedó más claro que nunca la crisis antropológica y cultural de nuestra sociedad. Pérdida del norte focalizada en unos puntos cardinales, directos, sin matices.

Me llamó poderosamente la atención ver que las chicas que transitaban por las calles, en vez de ir ataviadas con disfraces terroríficos, vestían con atuendos seductores que dejaban intuir a los ojos las delicadas curvas de sus figuras. Destape avalado por personajes que alentaban a las féminas a arreglarse con las prendas más provocativas que tuvieran; se amparaban en que la noche de Halloween era la indicada para ponerse lo que de ordinario no se atrevían a lucir. Toda una declaración de intenciones de empoderamiento femenino. Eran algunas activistas feministas las que alentaban a sus hermanas a salir así a la calle. Ojo, son libres de hacerlo, faltaría más, gracias a Dios no estamos en Catar o en uno de esos países donde te obligan a ponerte el velo que muchas de estas liberales dicen respetar como germen cultural de la tradición islámica.

De manera paradójica, en contraste con el puritanismo sensual de los países musulmanes, en Occidente, contagiados de la revolución sexual de 1968, parte del feminismo está entendiendo el empoderamiento de la mujer como la libertad de vestirse descocadamente y dar rienda suelta a sus apetitos básicos. Mientras, sigue existiendo cierta herencia del pasado en el que la fémina continúa siendo en algunas ocasiones sumisa con el hombre. La mujer ha sido pasto del capitalismo, cosificada para el uso y disfrute del varón, y parece que no les importa; atacan a la prostitución, pero ignoran a la industria pornográfica, se indignan con las letras de los Hombres G mientras perrean al ritmo de Maluma y estos otros machistas redomados que se hacen llamar artistas. Ellas bailan escuchando a un tío diciendo que les va a azotar y dar sin parar, pero luego uno les llama guapas y se ofenden.

Quizá no se dan cuenta porque estos tiempos nos han vuelto infantiles, inmaduros. Otra de las cosas que me ha enseñado ver a tanta gente disfrazada en Halloween es precisamente la infantilización de la sociedad; sé que voy a parecer un tío aburrido y aguafiestas, valga la redundancia, pero no comprendo que personas de cuarenta años se vistan de muerto viviente o Frankenstein. Entiendo, eso sí, que uno lo haga en un contexto apropiado entorno a una fiesta de disfraces, pero no me termina de convencer esa gente que con una edad aparentemente madura se pinte con maquillaje pálido y se ponga unos dientes de vampiro. Creo que Iker Casillas no es el único que atraviesa una crisis de los cuarenta; hay personas que viven en una crisis existencial constante. Que un niño vaya a pedir caramelos vestido de momia lo entiendo, pero hombre, que tú, con cincuenta tacos y más patos de gallo que Drácula salgas así a la calle sin pretexto alguno pues creo que no toca.

Es triste también ver cómo nos estamos cargando nuestras tradiciones importando una fiesta que no es de aquí. Celebración que está bien —no hay que ponerse puritanos— para que los niños tengan una excusa para hacer algo diferente. Yo era el primero que de pequeño iba a las casas a pedir caramelos y lo recuerdo como unas de las noches más especiales; siempre había algún meapilas que a la hora de llamar a su puerta y decir eso de Truco o Trato entreabría la puerta con prudencia mientras se confesaba católico. Me parece estupendo, pero no hay que quitarle la ilusión a un niño, capillitas. El problema viene con que ahora los mayores también se disfrazan -y no piden caramelos porque les da corte que, si no lo harían, son así de infantiles-. Que un crío se vista de algo que ve en una de sus series lo puedo entender, pero lo preocupante viene cuando una persona aparentemente madura banaliza la muerte y abraza una tradición que atenta contra la costumbre trascendental de su cultura. Casi todo el mundo sabe que el 31 de octubre es Halloween y pocas personas caen que en realidad es el día de todos los santos.

Una sociedad se representa con las fiestas que celebra, y las nuestras son cada vez más infantiles, libertinas e intrascendentes.