La semana pasada, sólo Dios sabe por qué, me cayó una gran responsabilidad. Una de éstas de las importantes. Yo, alegre aunque algo nervioso, inmerso en un vértigo casi deseado, no comprendí muy bien aquella sensación que silente me recorría el cuerpo, casi sin darme cuenta. Estaba tranquilo como quien va a renovar el pasaporte, como quien espera en la fila de la carnicería, como quien besa por segunda vez. Dios, decía, me lo dio y hoy me ha traído a Galicia, desde donde ahora escribo estas prosillas caóticas que tan solo pretenden ampliar el eco de algunos susurros.

Porque son muchos católicos —somos, ay, demasiados— los que esperamos a una cosa gorda para espabilarnos. Esto, en cualquier caso, se aplica a toda la condición humana, en toda época y en todo continente. Los que dejan de fumar con la noticia de un cáncer, los que dejan de malversar con la citación de un juez, los que dejan de alternar con un cambio de cerradura y los que, qué sé yo, dejan de torear con un pitón en la ingle. Pero, con toda la gravedad, esta actitud temeraria en los católicos tiene más delito. Porque el susurro de Dios está presente —una vez más— en casi todo.

Tengo aquí la tentación de hablar de Sorrentino, pero me voy a contener. Porque no me hace falta viajar a Nápoles para ver la mano de Dios en todo. Ya os he dicho que estoy en Galicia y en estos verdes campos, en esta lluvia plomiza que tiñe mi peregrinar a Santiago, uno puede escuchar el susurro de Dios. Que sí, que de vez en cuando hay plagas y golpes, maná y pleitos, noches de sofá, toses feas y susto en Las Ventas. Cosas gordas. Pero Dios, trilero de corazones, nos está avisando todos los días.

Claro que habrá quien objete esa presencia callada en la rutina. Quien señale la estrella de Belén y olvide el despertar a los pastores. Quien denuncie la caída de San Pablo, estrepitosa y sonada, e ignore, qué sé yo, el susurro caminante de Emaús. Quien prefiera fijarse en los diluvios bíblicos y no en la gota malaya de Dios en nuestras vidas. A mí me cayó una responsabilidad gorda y hoy estoy en Palas de Rey, caminando bajo la lluvia, tratando de hacer silencio para escuchar ese susurro divino que, por fin lo he entendido, está en casi todo.

Pablo Mariñoso
Procuro dar la cara por la cruz. He estudiado Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribo en La Gaceta, Revista Centinela y Libro sobre Libro. Muy de Woody Allen, Hadjadj y Mesanza. Me cae bien el Papa.